En la despedida a Hu Jintao, desde la tribuna de la Asamblea Popular Nacional (APN), Xi Jinping elogió la labor de su predecesor. El ya ex secretario general del PCCh, de 71 años de edad, cerraba una larga trayectoria iniciada en los años ochenta tras subir uno a uno los peldaños del poder desde su etapa en la Liga de la Juventud Comunista.
A la hora de hacer balance, bien podría decirse que su etapa como secretario general del PCCh (2002-2012) ha tenido más luces que sombras. Quienes califican de “perdida” esta década lo hacen sobre todo descalificando su disposición a introducir reformas económicas –no tanto de otro tipo, ya sean políticas o sociales- argumentando un retroceso en las dinámicas de mercado a favor del intervencionismo público. Y es verdad que durante el mandato de Hu Jintao se perfiló con claridad una apuesta bien precisa a favor del control público de los sectores estratégicos de la economía del país. Los principales ámbitos (transportes, finanzas, comunicaciones, energía, etc.), el corazón de la economía, quedaba significativamente fuera del alcance del sector privado o con una presencia en él pocos menos que testimonial. Indudablemente, esta situación proveyó de grandes capacidades para sortear los efectos de la crisis financiera y económica internacional. Ese modelo evitó la subalternización al servicio de intereses poco edificantes, ya sean nacionales o internacionales. La economía china siguió creciendo de forma espectacular en unas condiciones realmente adversas, pasando a ser la segunda economía del mundo tras gestionar con incuestionable éxito el ingreso en la OMC.
Por otra parte, debiéramos considerar que si Xi Jinping y Li Keqiang pueden abanderar desde el primer momento una ambiciosa reforma del aparato burocrático –con implicaciones políticas, económicas y sociales- como la aprobada por esta APN es porque durante el mandato de Hu Jintao se avanzó en la definición de la hoja de ruta a seguir y que ahora se aplicará a lo largo del presente lustro.
Las sombras mayores de la década de Hu Jintao no son esas. Entre ellas habría que citar los escasos logros alcanzados en áreas que pretendían ser banderas de su mandato, como el objetivo de una elemental justicia social, la lucha contra la corrupción o la incapacidad para ofrecer respuestas novedosas a los problemas de las nacionalidades minoritarias. Los graves problemas ambientales o las controversias demográficas han puesto en cuestión la sensibilidad gubernamental y su capacidad para arbitrar respuestas eficientes.
La intensificación del proceso urbanizador ha provocado un cambio radical. Por primera vez en la historia china, la población urbana ha superado a la rural (52,5% en 2012) si bien con un 30% de la población asentada en las ciudades que conserva el hukou del campo. Son casi 300 millones de personas que aguardan respuestas inclusivas que no serán fáciles ni baratas (la CASS ha estimado en 7.000 euros el valor de la inclusión de cada inmigrante del campo). Los programas sociales en torno a la armonía se han quedado muy cortos dada la profundidad del abismo generado en décadas de desarrollo sin justicia.
La proyección internacional de China ha ganado enteros consumándose en los Juegos Olímpicos de 2008 y con la Expo Shanghái de 2010 como grandes escaparates pero nutriéndose de un alargamiento de su presencia en los cinco continentes. También en el orden de la defensa, con un aumento significativo de las dotaciones, que se han multiplicado por más de seis, reforzadas con desarrollos tecnológicos de creciente relevancia. La combinación de expansión e incremento de la presencia sentaron las bases de un nuevo tiempo diplomático que deberán gestionar sus sucesores cuidando de apaciguar los focos de tensión que se han multiplicado recientemente en su entorno inmediato.
Incluso en lo político, el impulso al debate sobre la democratización abre la esperanza de una innovación que trascienda lo administrativo. Sus contornos son apenas un esbozo y sus límites parecen inamovibles pero la conciencia de la necesidad de construir nuevas bases de legitimidad que trasciendan lo histórico o lo económico en un contexto de despertar social creciente sugiere horizontes de mayor innovación.
La China de Hu Jintao, en suma, inició un viraje decisivo en la conformación del proceso de cambio, sentando las bases de su transformación final, clarificando los contenidos que deben primar en el nuevo modelo de desarrollo e identificando los problemas de una agenda necesariamente más equilibrada que exigen soluciones sin dilación a riesgo de incrementar la desigualdad, los conflictos sociales y la inestabilidad.
A diferencia de Jiang Zemin, Hu Jintao ha mostrado escaso interés en mantener una influencia personal en el poder aunque sin dejar de promover a los suyos ya sea en el Comité Permanente o en el Buró Político o a escala provincial y su elección condicionará el sesgo del liderazgo a partir de 2017 y 2022. Su gran mérito en tal sentido es abrir paso a una institucionalidad que en ausencia de grandes líderes veteranos determine reglas precisas para facilitar los cambios en el poder evitando crisis traumáticas que arruinen tanto esfuerzo preservando la unidad interna.