Las expectativas que despierta el tercer plenario del Comité Central del PCCh que debe iniciarse este fin de semana son muchas. Sobre él penden algunas certezas y también varias incógnitas. A la luz de lo que ha trascendido, podríamos afirmar que la reforma entra en una fase superior, con el propósito de configurar un sistema económico más homologable internacionalmente y para hacer de la economía china una realidad más global en todos los sentidos, no solo en función de las dimensiones de su comercio exterior. Los ejes de dicho proceso tienen en común la apuesta por reducir el intervencionismo, ampliar el papel del mercado, impulsar las reformas financiera, industrial y administrativa, favorecer más la propiedad privada e incentivar las desmonopolización de algunos sectores clave. Podría decirse que se trata de destrabar algunos obstáculos que, según algunos, dificultan el crecimiento y el equivalente complementario a nivel interno de la ofensiva de diplomacia económica desplegada por China en el último año. Una doble oleada de transformaciones.
Así pues, la reforma en discusión afectará a los monopolios (petróleo, energía eléctrica, telecomunicaciones y el ferrocarril, ya en curso), a las finanzas (banca privada y reformas en las tasas de interés y en los tipos de cambio), a la gestión de los activos estatales y a la tierra, contemplándose la posibilidad de hipotecar los derechos de uso de las parcelas cultivables y la mercantilización de las no cultivables… Probablemente atraerá a los grandes inversores internacionales y establecerá relaciones más dependientes con los países más desarrollados lo que podría contribuir a aliviar cierta presión estratégica. Pero no son temas menores y es probable que en su aplicación encuentre resistencias, tanto corporativas como ideológicas. La transformación que se propone tendrá consecuencias en lo político ya que, debe llevarse a cabo plenamente, debilitará posiciones de los sectores considerados más conservadores. La batalla en curso contra la corrupción también tiene derivaciones explícitas en este campo.
La estrategia es contextualizadora de la creación de la Zona Franca de Shanghai que tiene como primer reto no encallar como casi ha pasado con la zona de Qianhai, creada en 2012 en las proximidades de Shenzhen. Si lo de Shanghai sale bien, los 29 km2 de hoy serán 1.200 en 2014 y el Bund se convertirá en un nuevo faro financiero global que hará del yuan una moneda clave en las finanzas mundiales en menos de una década. Para asegurar el éxito, la instrucción impone un cambio de cultura política: si antes, lo que no estaba autorizado estaba prohibido, en Shanghai, lo que no esté expresamente prohibido, será autorizado.
Hasta ahí las certezas generales, en gran medida derivadas del documento “China 2030” elaborado a instancias del Consejo de Estado y del Banco Mundial.
En cuanto a las incógnitas, dos sobresalen especialmente. La primera se refiere al alcance político e ideológico de las reformas. Esta nueva oleada de propuestas incidirá en la reducción del papel del sector público en la economía china, hasta ahora gran bastión de la capacidad de liderazgo del PCCh y en buena medida el talismán que le ayudó a amortiguar los efectos locales de la crisis internacional. La amplia presencia del sector privado a menor escala (con gran proyección en el empleo) se compensaba con el control de los sectores estratégicos, aquellos que en gran medida se abrirán ahora a la iniciativa privada aunque, por el momento, cabe imaginar sin que afecte a la naturaleza de la propiedad, pero sin garantías de que ello no se produzca en un plazo de tiempo relativamente corto. Una pérdida significativa de su base económica puede obligar al PCCh a lidiar con nuevos sectores cada vez más poderosos e influyentes que pueden acabar imponiéndole sus ambiciones.
La segunda tiene que ver con la parcialidad de la reforma. ¿Puede llegar a funcionar sin contemplar medidas democratizadoras en lo político? Lo que se viene a decir es que más mercado si, pero no más democracia, a pesar de que esta, desde 2007, figura como un objetivo clave para regenerar la vida política. Se puede desmonopolizar el petróleo, pero no la información. La ambición de entonces parece haberse reducido a una campaña de higienización interna con vistas a recuperar la credibilidad pública postulando una mayor cercanía a la sociedad y revitalizando el PCCh no con su democratización sino con la crítica-autocrítica. Apostar por la democratización no significa necesariamente emular las democracias occidentales, hoy en grave crisis de legitimidad por su deterioro a merced de su mercantilización por parte de los grandes poderes económico-financieros, pero exige alargar derechos, con compromisos concretos que brillan por su ausencia, al igual que medidas de corte social, más allá de lo enunciado en el XVIII Congreso del PCCh respecto a la mejora de los ingresos.
Toda la audacia y atrevimiento manifestado en el orden económico se convierte en timoratismo en todo lo demás. Una apuesta arriesgada. Por sí solas, todas estas medidas, es posible que contribuyan a garantizar el crecimiento, que no es cosa menor, pero sin dotarse de instrumentos para reducir con mayor ímpetu las desigualdades y sin avanzar en la conformación de una política más participativa y democrática, el riesgo sistémico persistirá.