El que acaba de terminar ha sido en el gigante asiático el año del sueño chino. Arropado en una fuerte campaña mediática, no obstante, en lo inmediato ha generado no poca confusión entre muchos chinos, que a sí mismos, reconocidos pragmáticos allá donde los haya, un tanto desconcertados se interrogaban sobre el significado de la consigna lanzada por Xi Jinping desde una exposición sobre el renacimiento del país en el Museo Nacional.
En justicia, cabe señalar que no pasó lo mismo cuando Hu Jintao, por ejemplo, invocó la “sociedad armoniosa”, otra expresión para encapsular su propuesta política. La gente entendió a la primera que había llegado un punto de inflexión en la reforma en el que la justicia social, tan largamente demorada, llamaba, por fin, a la puerta. El sueño chino tiene menos enjundia, no es un concepto al estilo chino sino más bien una motivación que se nutre de símiles extranjeros, para generar ilusión y consenso público en torno a ese objetivo de la revitalización del país.
Mientras el sueño chino subió como la espuma y su presencia en la vida cotidiana pasó a ser habitual, otras expresiones como los valores universales o la primacía de la Constitución, de contenido político más directamente inteligible, han vivido momentos de cierto apuro, en medio de un hostigamiento ideológico que pasó a asociarlos de forma excluyente con la doctrina occidental y, por tanto, de dudosa recomendación y posible causa de extravío a la hora de recorrer un camino propio y diferenciado, la senda marcada oficialmente por el PCCh.
La cuestión de la democracia, en paralelo, nos ofrece nuevos contornos. El imperativo de la democratización fue planteado en los años previos, en tiempos de Hu Jintao, como un mecanismo que debía contribuir, directamente, a mitigar la excesiva concentración del poder. Se idearon entonces fórmulas para impulsarla en el seno del propio partido, concebido así como una escuela de aprendizaje que convertía a su militancia (85 millones) en un cuerpo electoral con posibilidad de elegir entre varios candidatos y no solo a los recomendados directamente por los órganos superiores. Pero los experimentos puestos en marcha entonces se han paralizado casi por completo.
El énfasis democrático se ha trasladado a otras vías. Una de ellas atiende al control del poder a través del establecimiento de una “jaula de regulaciones”, en expresión atribuida a Xi Jinping, es decir, promoviendo la elaboración de un volumen normativo lo suficientemente claro y explícito para permitir controlar los abusos de poder. En paralelo, ha tenido su reflejo en la intensificación de la lucha contra la corrupción y en campañas de cuño maoísta que ponen el acento en la crítica y autocrítica. Complementariamente, se pretende la potenciación de la fórmula de la consulta como mecanismo sustitutivo de aquella elección, que se anticipaba progresivamente abierta y plural. A esa democracia consultiva alude el documento de la Tercera Sesión Plenaria de noviembre último, apostando por la potenciación de una mayor participación en las deliberaciones del poder con el fin de ensanchar la base social de las decisiones políticas.
Por el momento, Xi Jinping no ha formulado conceptos políticos nuevos. Las decisiones adoptadas un año después de su toma de posesión reflejan la madurez de algunos debates que tienen tras de sí años de reflexión, estudio y controversia. Lo que más preocupa por el momento al nuevo liderazgo es preservar su cercanía a la sociedad. La lucha contra la corrupción persigue ese objetivo, al igual que el empeño en “orientar correctamente” a la opinión pública, cuestión especialmente relevante hoy día, cuando la reforma encara una nueva oleada de cambios que puede provocar rechazos cualitativos. Esto aventura la persistencia de cierta inflexibilidad, especialmente en la Red, y también la reafirmación del discurso ideológico que enfatiza el papel del PCCh como el único instrumento capaz de asegurar la estabilidad y el renacimiento del país.
Ese resurgir es el motor que inspira la creciente atención gubernamental a los factores de proyección de poder, especialmente en el orden estratégico, defensivo, científico-tecnológico, sin menospreciar lo económico, con propuestas de gran ambición formuladas a los cuatro vientos y que poco a poco pueden abrirse camino. Los dirigentes chinos son conscientes de que se hallan ante una gran oportunidad histórica, tanto por méritos propios como por los deméritos de sus más directos competidores, y están decididos a aprovecharla.
¿A dónde apunta la brújula? La ola de liberalizaciones que se anuncia en lo económico no estará acompañada de una corriente similar en el plano político, aunque alguna novedad habrá. La apuesta central en esta materia apunta a la defensa a ultranza del modelo vigente al que se aplicarán las medidas correctoras indispensables para acompañar los tiempos huyendo de cambios radicales, especialmente de las “influencias corrosivas” de Occidente. Tal estrategia se verá complementada por una atención especial a la evolución del barómetro social, agilizando respuestas partidarias a los fenómenos más inquietantes y procurando influir de oficio en la conformación de un estado de opinión favorable a las tesis del poder.