De principio a fin, se respetó el guión. Puede decirse que la política china se conduce con altas dosis de opacidad, pero no tanto de imprevisibilidad. En su primera comparecencia como líder al frente del PCCh, Xi Jinping hizo ostentación de un nuevo estilo de comunicación. Más expresivo y seguro de sí mismo, ofreció otro semblante a la audiencia, vaticinando con sus ademanes cambios que le confieren a priori una mayor cercanía a la ciudadanía. Pero la sociedad china aguarda de los nuevos dirigentes más que gestos y relativo buen talante.
La China que hereda Xi Jinping es una de las economías más ricas del mundo pero con unos niveles de injusticia también de los mayores del planeta. Su antecesor, Hu Jintao, exquisito en la transferencia de poder afeando la resistencia que en su día ofreció Jiang Zemin a cederle la presidencia de la Comisión Militar Central –que asumió tras dos años de ejercicio del cargo-, le traslada desde el primer momento todos los poderes efectivos del sistema político chino, a la espera de que en marzo asuma la presidencia del Estado. Todo indica que esa tríada de poder que se afirmó tras los sucesos de 1989, se mantendrá inalterable. Ello pudiera vaticinar una consolidación institucional que aguarda nuevos desarrollos, entre los cuales debiera figurar la transparencia como rubro a mejorar de forma ostensible, aunque descartando virajes rupturistas.
El legado que recibe Xi Jinping de Hu Jintao alude a una agenda más equilibrada pero con enormes desafíos. Asume el mando de una China más fuerte en muchos sentidos, pero igualmente con carencias estructurales notorias. La obsesión del crecimiento seguirá primando en un contexto exterior ciertamente adverso pero con la exigencia añadida de operar cambios estructurales internos que pueden generar tensiones entre los diferentes grupos de poder adheridos como sanguijuelas al sistema económico, de donde detraen esos lucros que exacerban las desigualdades hasta niveles difícilmente soportables.
El cambio en el modelo de desarrollo tiene aun poco recorrido real. Se ha formulado el objetivo, se han establecido las primeras bases de dicha transformación, pero una reforma tan ambiciosa exigirá un fuerte empeño. En China aseguran que Xi Jinping cuenta con esa fortaleza necesaria, pero el tiempo lo dirá, especialmente a la hora de imprimir una mayor eficiencia en aspectos como la innovación tecnológica o la protección ambiental, ambos clave para alcanzar esa calidad llamada a enriquecer los obsoletos dígitos de crecimiento a toda costa, sin pararse a considerar los efectos colaterales.
Una vez más, el consenso ha determinado la composición del liderazgo. Dicho consenso es un arma de doble filo. Facilita la unidad y hasta puede que la integración, alejando escenarios, tan temidos, de división interna, pero también puede retardar la implementación de reformas necesarias y que se vienen dilatando desde hace tiempo. La capacidad de adaptación, tan visible en la mutación camaleónica que ha vivido el PCCh en los últimos más de treinta años, pudiera ahora quedar en entredicho si en efecto no alcanza a reconocer los cambios que se vienen produciendo en los segmentos más avanzados de la sociedad china. Poco a poco se va conformando una clase media que anhela mayores libertades, que reconoce cuanto de positivo hay en la reforma, pero muestran una creciente impaciencia por el avance de una apertura que se resiste. Ese bloqueo solo tendría la excusa de garantizar la pervivencia de un mandarinato burocrático cuyos privilegios podrían estar en riesgo si la transparencia o el control público le derriban los altos muros que ahora les protegen. La demora en la aceptación de ese cambio en la cultura política es un riesgo añadido para la estabilidad.
El PCCh ha dado la espalda a las reclamaciones neomaoístas. No ha desterrado a Mao, como algunos vaticinaban, pero los partidarios de fomentar la Nueva Democracia han sido totalmente marginados. Mejor suerte ha tenido el impulso reformista experimentado en Guangdong, en el sur de China, de la mano de Wang Yang, quien permanece en el Buró Político. Sus incursiones en materia de sociedad civil, de elecciones abiertas, etcétera, no han gozado de mucho predicamento interno. En tal sentido, el proyecto vuelve a centrarse en sus tradicionales señas de identidad, pudiendo aguardarse más reformismo económico, con impulsos a la economía privada que no erosionarán tampoco el significado papel de la economía pública, pero no así alteraciones sustanciales del orden político, con una vigencia que se arrastra desde 1949 y cuya obsolescencia parece ausente en el vocabulario de los nuevos líderes.
Esperemos también para los años venideros una China mucho más presente en el ámbito internacional, con una diplomacia mucho más compleja e incisiva, basada no solo en la primacía de lo económico. Por el contrario, ganará en diversidad, en proyección y en ambición, consciente de que precisa instrumentar un dispositivo idóneo para superar el cerco estratégico que pudiera estar conformándose en su entorno más inmediato. Confiemos en que dicha actitud no desmienta el tantas veces invocado pacifismo de su emergencia.