¿Es posible una democracia al servicio de la autocracia como un sindicalismo al servicio del empresario? El discurso a favor de la democracia gana enteros en China, pero ¿estamos hablando de lo mismo? Los pasos seguidos en el orden político en los últimos años sugieren experimentaciones de diverso signo que abundarían en el gradualismo característico del proceso chino para llegar finalmente, emulando, por ejemplo, la transición taiwanesa, a un sistema democráticamente homologable. Pero pudiera no ser así.
La preocupación china por insuflar democracia en el régimen parte de la constatación de la importancia de evitar la oxidación de su vida política, explorar sus posibilidades como instrumento para erradicar aquellas prácticas que más nublan la solidez sistémica (hoy afianzada por el éxito económico pero deudora de una opacidad que la hace siempre imprevisible), acompañar el ritmo de las transformaciones sociales y sus impactos en la relación del individuo y la colectividad con el aparato político, lograr establecer un mecanismo de adaptación similar al que ha funcionado en lo económico con el mercado suavizando las aristas de una variable que tensiona sus relaciones con el exterior y afea su imagen en un mundo con el que ha multiplicado sus vínculos en los últimos treinta años y que serán más fuertes en el futuro. ¿Podrá lograr todo ello manteniendo incólumes las vigas esenciales de su arquitectura política?
Las experiencias desarrolladas en el medio rural, ya en curso desde los años ochenta, abrieron grandes expectativas que se fueron diluyendo con el paso del tiempo. En esencia, la tendencia manifestada apunta a una convergencia de los elegidos (por los campesinos) y los designados (por el Partido) a fin de evitar divisiones y enfrentamientos entre las dos legitimidades. Una reforma introducida en 1998 reforzó la autoridad del PCCh en caso de conflicto. Con Hu Jintao, los dirigentes del partido en el rural deben contar con el aval popular y se presta más atención a la cooptación de los independientes. Se trata, en esencia, de reforzar la competencia, capacidad y liderazgo del PCCh pero no de cuestionar la intransigencia doctrinal (Libro Blanco sobre la Democracia de 2005).
Las experiencias democratizadoras se han trasladado ahora al entorno urbano y al propio PCCh, propiciando una elección más abierta de los comités del partido. De esta forma, convertida en una especie de privilegio de los militantes del PCCh, este se transforma en una auténtica escuela que debe ofrecer ventajas a sus militantes en el manejo de sus claves. ¿Está preparando el PCCh a su militancia para competir en un escenario más plural? A primera vista, nos encontramos ante un auténtico cambio cultural en la mentalidad de su militancia, formada en la convicción de que su misión es ir por delante del cambio social y que si la sociedad le orienta en un sentido o en otro es que no hace bien su trabajo.
También aquí, en ningún caso se trata de abrir puertas a un pluralismo partidario efectivo, sino de reforzar la legitimidad del PCCh como principal instrumento de la democratización, lo cual equivale a decir que sin democratizar el PCCh no puede haber democracia en el país. Ese parece ser el núcleo central del consenso establecido en la cúpula china. Para mejorar la calidad democrática del sistema, no se trataría ahora de perfeccionar los procesos electorales a nivel popular, añadiendo pluralidad y dinamismo y utilizando estos –siguiendo el ejemplo rural- para sanear las estructuras partidarias, sino de alentar un salto democrático en el propio orden interno del PCCh.
Pese a que muchos observadores han venido mostrando su convencimiento de que el desarrollo y la modernización económica y social de China llevarán aparejados, más tarde o más temprano, una homologación democrática, ello no está del todo claro. El rumbo seguido en la experiencia rural y la diferente opción elegida en el medio urbano, indican que el diagnóstico de las autoridades chinas sugiere que el descontento social con el sistema está directamente relacionado con las taras internas que muestra el PCCh y su burocracia. Es, por lo tanto, lo que se debe remediar, en vez de poner patas arriba todo el sistema, imitando un modelo que podría perjudicar el mantenimiento de la unidad indispensable para lograr el objetivo de la modernización.
La clave de las actuales reformas no reside en su orientación reforzadora de la legitimidad por la vía del sufragio o de la participación social, sino como mecanismo de saneamiento interno para hacer frente a la rampante corrupción y otros abusos de poder que a modo de colesterol malo esclerotizan la circulación sanguínea del PCCh. Se trata, ante todo, de lograr una burocracia sana y devota del gobierno de la virtud que pueda garantizar mejor el objetivo principal del resurgimiento nacional, base de todos los consensos que hoy amalgaman la realidad china.
Esta democracia debe servir para reforzar la singularidad del sistema, haciéndolo más sólido y aceptable socialmente y menos vulnerable a la presión y crítica exterior, guardando las formas sin alterar su sustancia. ¿Imposible? Los dirigentes chinos han sido capaces de someter y dominar el mercado sin por ello abandonar del todo la planificación o de admitir la propiedad privada sin prescindir de un sector público fuertemente posicionado, conservando palancas para incidir en la economía (como ha demostrado la crisis) a un nivel muy superior al de cualquier otra economía, manteniendo altos niveles de eficiencia. Ahora le toca el turno a la democracia.