Bo Xilai ha sido condenado a cadena perpetua tras haber defendido su inocencia en el mediático proceso llevado a cabo en China entre los días 22 y 27 de agosto. Pese a las evidencias inculpadoras, no mostró ningún signo de arrepentimiento; todo lo más, admitió negligencia en su gestión, mientras su esposa, Gu Kailai, y su mano derecha, Wang Lijun, tendrían toda la culpa por los crímenes e irregularidades inventariadas. La severa pena impuesta es la que cabía esperar tras el tono de las conclusiones del fiscal y de las interpretaciones del caso en el oficial Diario del Pueblo en una China inmersa en una enésima campaña contra la corrupción.
A lo largo del juicio, Bo, que exhibió poca memoria para algunos detalles relevantes, se defendió activamente tratando de sembrar dudas sobre el alcance y la veracidad de las pruebas presentadas. El objetivo no era otro que argumentar su inocencia, claro está, pero a sabiendas de que la condena en cierto modo estaba pre-escrita, intentó preservar su imagen ante ese sector de la población que aun sigue creyendo en las bondades de su hipotético proyecto político o que simplemente simpatiza con sus razonamientos o su negativa a pedir perdón.
Bo, no obstante, no hizo un alegato para la posteridad, como algunos podrían esperar, ante el momento crucial que vive el país y el signo acentuadamente liberal, según algunas interpretaciones, de las reformas económicas que parecen imponerse por doquier. Por el contrario, dio por buena la gestión general del procedimiento y aunque se retractó de la aceptación inicial de los cargos que dijo haber rubricado por estrés emocional ante la presión de los investigadores, no alzó su voz contra las incoherencias del sistema judicial, ni descalificó la actual política del PCCh, ni tampoco se rebeló denunciando similares atropellos de otros líderes de su rango, inmunes al poder de los taquígrafos. Es más, expresó su deseo de seguir siendo miembro del partido, empeño, como bien sabe, de reconsideración harto difícil.
La estrategia basada en evitar el enfrentamiento directo con el PCCh al tiempo que intentaba proteger su reputación dejando entrever a sus seguidores que las pruebas acumuladas contra él son de extrema debilidad, no ha servido de mucho. La sombra de una instrucción floja y un proceso eminentemente político, abrirían la puerta de un posible retorno si las circunstancias lo permitieran. Para conjurar esta perspectiva, además de la condena, nadie descarte un pronunciamento político adicional sobre el modus operandi desplegado a lo largo de su mandato en Chongqing con el objeto de descalificar su proceder y sus abusos. Así, la severidad de la condena no quedaría asociada al propósito de retirarlo de la vida pública en atención al peligro que representa su propuesta política o su ambición. Y nuevas vueltas de tuerca podrían aguardar a sus aliados, agunos ya cayendo estrepitosamente con el similar argumento de las irregularidades en su gestión.
Es de imaginar que quienes creyeron en la bondad de sus métodos para abrir paso a un hipotético nuevo modelo de socialismo de mercado, estarán hoy sumidos entre la moderada satisfacción por la digna actitud de su líder al defenderse de las acusaciones y la decepción por la oportunidad perdida para convertir el acontecimiento en un ajuste de cuentas con esas elites y sus entornos que dilapidan los recursos públicos para permitirse unas vidas llenas de lujo. Y es que Bo, a fin de cuentas, es también uno de ellos, por más que intentara crear una ilusión lo suficientemente diferente y atractiva, dotada del potencial adecuado para sumar el apoyo social que le podía permitir salvar los reproches y fosos dispuestos por sus rivales en la cima del poder para alejarlo de puestos que le granjearan una mayor incidencia y culto a su persona. La ambición pudo con él.
Con este recorrido y su discurso tibio, la historia, al igual que han hecho los jueces, no absolverá a Bo Xilai. No obstante, el hecho de privar a sus valedores de un líder tan carismático, no quiere decir que los ideales y propuestas que abanderó en su última etapa carezcan ahora de valor alguno. Aun sin la proyección que Bo les procuraba, en tanto persistan los factores estructurales que fundamentan la insatisfacción social por las graves contradicciones del modelo de crecimiento, los riesgos de división interna del PCCh y la afirmación de propuestas de signo más social o populista disponen de motivación más que suficiente. Esta, y no otra, es la principal razón que explica el retorno de cierto lenguaje arcaico en la agenda política china, histriónico si lo comparamos con el lenguaje que predomina en la economía, a instancias de unas autoridades que no pueden dejar sin dueño las viejas consignas que en gran medida sirven de legitimación al propio ejercicio de su poder.