La influencia del confucianismo en los procesos sociopolíticos de la China actual Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Estudios, Sistema político by Xulio Ríos

El confucianismo impregna la sociedad china desde hace siglos. Parte indisociable de su cultura singular, en los últimos 150 años ha experimentado, entre la condena y el elogio, todo tipo de vicisitudes. Si bien el Partido Comunista de China (PCCh) se acuñó con un fuerte ideario anti-confuciano, hoy, desde su reconocimiento, ensaya una promoción calculada que contribuye tanto al blindaje ideológico de su proyecto modernizador como al mantenimiento de la estabilidad social.

Durante décadas, el confucianismo fue objeto de crítica despiadada en China por considerarlo una filosofía política y social profundamente reaccionaria y sostenedora de un feudalismo que se prolongó en la China imperial hasta el siglo XX impidiendo la modernización del país. En buena medida, en la poderosa influencia de esta doctrina se argumentó la decadencia del viejo Imperio del Centro.

El confucianismo es una filosofía ética y política originada en la antigua China, basada en las enseñanzas de Confucio (551-479 a.n.e.) Aunque a menudo se considera una religión, el confucianismo se enfoca más en la moralidad, las relaciones humanas y el gobierno justo que en cuestiones espirituales o sobrenaturales. Su principal objetivo es fomentar una sociedad armoniosa y ordenada mediante el desarrollo del carácter y la virtud personal.

Asimismo, resalta valores fundamentales como la ren (benevolencia), li (protocolo o ritual), yi (justicia), zhong (lealtad) y xiao (piedad filial). Estas virtudes forman la base de relaciones correctas entre los individuos, promoviendo la armonía social. La familia es central en esta filosofía, ya que se considera el núcleo donde se cultivan las virtudes esenciales. Además, el confucianismo subraya la importancia de la educación y el automejoramiento continuo. Postula que los líderes deben ser moralmente ejemplares y gobernar con integridad y sabiduría.

A lo largo de la historia, el confucianismo ha influido profundamente en la cultura, la política y los sistemas éticos de China y otras regiones del este de Asia. Hoy en día, sigue siendo relevante como guía moral y filosófica en el mundo contemporáneo.

Confucianismo y modernización en China: el maoísmo

Si la China imperial estaba íntimamente ligada a la idea confuciana de armonía social, también la República de China (1912) nació bajo el influjo de pensadores confucianos como Kang Youwei o el propio Sun Yat-sen. En ambos casos, persistía la convicción de que el confucianismo era parte irrenunciable de la cultura china y que esta no se podía comprender sin él.

Ya en el siglo XIX, los reformistas chinos, tras las Guerras del Opio, alentaron una modernización de signo anti-confuciano. La inspiración en el conocimiento occidental, que era objeto de admiración por su eficiencia y capacidad transformadora, hacía tabla rasa con el pensamiento confuciano. De ser reconocido como expresión destacada de una civilización avanzada pasó a ser calificado como principal rémora y obstáculo para avanzar en la modernización. Ciencia y Democracia fue el slogan inspirador general de aquellos movimientos que discurrieron por dos principales vías: la liberal y la marxista.

En el Movimiento del 4 de Mayo (1919), la crítica a Confucio formaba parte del argumentario básico de los estudiantes revolucionarios. El PCCh, constituido dos años después (1921), enfatizó que esta ideología sirvió siempre al poder de los opresores. Confucio era el sabio de las clases reaccionarias y no el santo erudito y virtuoso que presentaba la historiografía oficial. El habitus confuciano, tan interiorizado por la sociedad china, alejaba cualquier posibilidad de rebelión, solo justificada cuando el soberano perdía el “mandato del Cielo” en el cual reposaba la legitimidad de los gobernantes bajo control teórico de alguna autoridad extraterrenal.

En esa crítica del PCCh se apuntaba a la defensa del sistema esclavista, al profundo desprecio de las mujeres y, sobre todo, un pensamiento orientado a la docilidad y la sumisión.

En la guerra civil, el derrotado Kuomintang (KMT) se apoyaba en el dictado confuciano para combatir a las fuerzas del Ejército Rojo mientras los comunistas convertían la desautorizacion del confucianismo es una marca ideológica alternativa reclamándose depositarios orgánicos del derecho a la rebelión.

En el contexto de su combate permanente a los “cuatro viejos” (ideas, costumbres, cultura y usos), el maoísmo rechazó de plano cualquier recurso al confucianismo y proyectó sus políticas inspirándose en el ideario marxista con un fuerte sello propio. El proyecto de modernización de Mao asentaba en bases socialistas clásicas, imitando parcialmente a la URSS, especialmente en los primeros años. No obstante, en coherencia con un discurso ya manifestado en los años 30, defendió la necesidad de una adaptación a la singularidad civilizatoria de China, apelando a la sinización del marxismo, un empeño que se prolonga hasta nuestros días y que representa el núcleo de su pensamiento.

Durante este periodo (1949-1978), el PCCh intensificó el combate ideológico, con reiteradas campañas políticas que también tuvieron el confucianismo en su diana, alcanzado su climax durante la Revolución Cultural y la campaña contra Lin Piao y Confucio (1973-1976). La empresa no solo estaba dirigida a establecer una clara contraposición entre la visión confuciana del mundo y la marxista sino también, bajo el impulso entonces de la Banda de los Cuatro, a descalificar a personalidades políticas de primer rango como el primer ministro Zhou Enlai y, por extensión, a Deng Xiaoping.

En la era de Mao, la promoción que hacía el PCCh del altruismo, el servicio incondicional al pueblo, la lealtad al partido y el espíritu de lucha y autosacrificio no habría logrado ni anular ni calar en la cultura ni alcanzar el nivel de institucionalización del confucianismo en la sociedad tradicional.

Confucianismo y modernización en China: el denguismo

Fue durante el liderazgo de Deng Xiaoping, la época de la reforma y apertura que se inició en 1978, cuando, de forma gradual, se abrió paso a una reconsideración del confucianismo como una doctrina susceptible de contribuir a la modernización del país. Cuando Deng Xiaoping, tras la muerte de Mao y la eliminación de la Banda de los Cuatro, asumió la dirección del PCCh y del Estado, halló en los eruditos confucianos apoyo ideológico para lanzar su política de reformas. Igualmente, buena parte de la sociedad china exhibía las convicciones confucianas en su vida cotidiana, antes reprimidas, resaltando su condición de núcleo cultural y civilizatorio.

El proceso de rehabilitación del confucianismo fue conducido por el PCCh cuidando de apreciar selectivamente aquellos aspectos que podían resultar de utilidad para el avance del proyecto reformista. En una sociedad donde cada cual debía asumir ahora ciertas responsabilidades que en el maoísmo ejercía el Estado, el confucianismo puede contribuir de forma notable a interiorizar una nueva forma de estabilidad y de gobernanza.

Por añadidura, el confucianismo proporcionaba instrumentos conceptuales para asegurar que el nuevo orden social y político en construcción en la China post-Mao evitara la opción de un sistema democrático basado en la división de poderes y de signo liberal. De este modo, se preservaba el país de injerencias extranjeras.

El símbolo más visible de ese tránsito del maoísmo al denguismo, de la denostación al reconocimiento, fue la creación del Instituto Confucio (2004), convertido en baluarte de la difusión de la lengua y la cultura china en todo el mundo. Apelando a la condición de educador de Confucio, estos institutos, radicados en los cinco continentes, desempeñan un papel fundamental en la promoción del poder cultural de China.  La película “Confucius” (2010) propició un reconocimiento social de la figura y también de su papel en la historia china, completando una trayectoria de rehabilitación que, sin llegar a ser unánime, socialmente gozó de un importante nivel de aceptación.

En un momento de desconcierto por la rapidez de los cambios introducidos por una reforma denguista que muchos podían asociar con el abandono de los ideales fundacionales buscando refugio en creencias y movimientos de diverso signo (como ocurrió con Falun Gong), el confucianismo podía funcionar como un antídoto, un valor refugio que reconciliaba a la sociedad con su matriz de origen.

En lo ambiental, en una China que, en aquellos años, primaba el “primero manchar, después limpiar” ocasionando importantes daños ambientales para priorizar los altos índices de crecimiento, la visión confuciana del hombre y la naturaleza profundamente interconectados, reflejando un equilibrio armónico, complementaba los argumentos propiamente económicos para efectuar un ajuste que no podría pasar por alto la aspiración de abrir paso a un nuevo modelo de desarrollo. Confucio enfatizaba que el hombre debía vivir en consonancia con los principios naturales, reconociendo su lugar en el orden cósmico. La naturaleza, según esta perspectiva, no solo es un recurso, sino una manifestación de un orden universal que incluye a los humanos como parte integral.

En efecto, el ideal confuciano promueve la virtud, el respeto y la autorreflexión como medios para alcanzar la armonía, no solo entre las personas, sino también con la naturaleza. Este equilibrio se logra a través del Li (ritual) y el Ren (benevolencia), que guían las acciones humanas hacia un comportamiento ético y sostenible. Así, el hombre es un guardián de la naturaleza, cultivando virtudes que reflejan el orden universal.

Además, si bien durante este periodo China experimentó un crecimiento espectacular de su riqueza y poder, contribuyendo sustancialmente a la eliminación de la pobreza y a la mejora general de las condiciones de vida de una sociedad marcada por las dificultades, ello derivó en la instauración de un alto nivel de desigualdad que determinaba profundos desgarros sociales. En los desequilibrios generados por la aplicación de la máxima “primero eficacia, después justicia”, el confucianismo emergía como un corrector cultural a tener en cuenta.

Ello explica que, sobre todo en el denguismo tardío (Hu Jintao, 2002-2012), la promoción de un confucianismo bajo el signo de la promoción de los intereses del Estado incluyera como concepto principal la armonía social, que defiende una sociedad próspera y menos desigual, estable y en el marco del socialismo de mercado, con una creciente evocación paralela del ideario marxista.

Esta idea de la sociedad armoniosa (y, por extensión, de un mundo armonioso) fue planteada como concepto político en 2004, durante el mandato de Hu. Supuso un esfuerzo destacado para promover un nuevo modelo de desarrollo que finiquitara la visión de China como aquella “fábrica del mundo” que menospreciaba el alcance de  los factores sociales, ambientales y tecnológicos. Fue esta una expresión afortunada que gozó de mucha popularidad; sin embargo, sería la “concepción científica del desarrollo” la finalmente agregada al preámbulo de los estatutos del PCCh como término insignia de su legado.

Confucianismo y modernización en China: el xiísmo

Xi Jinping está siguiendo la senda marcada por su antecesor, Hu Jintao, en cuanto se refiere al fomento del tradicionalismo en China. Ciertamente, no sin polémica en ocasiones, el mandato de Hu se caracterizó, entre otros, por alentar cierta recuperación del confucianismo y el pensamiento tradicional chino, aunque Xi añade a esa retórica un reforzamiento paralelo y más intenso de la apuesta por el marxismo y su estudio y divulgación. Ello forma parte de una campaña de rearme ideológico que pretende desterrar el vacío espiritual generado por los años de reforma y apertura y reafirmar la vigencia de los “valores socialistas centrales” (que incluyen la cultura tradicional), promover un proceso de autoestima cultural al servicio del proyecto de “rejuvenecimiento” de la nación china y establecer un dique infranqueable frente a la cultura y la democracia liberales.

Las décadas de reforma y apertura afectaron a una reconsideración de dichos valores, resaltando una comunidad más individualista, un menor aprecio de la familia o incluso una visión utilitaria de la educación apenas ligada al éxito individual y no tanto como instrumento para la mejora intelectual. China se mostró entonces gravemente erosionada por la mercantilización de la reforma y los efectos de la apertura y  la globalización. Y este es el contexto histórico de la rectificación y la construcción del partido a gran escala llevadas a cabo por Xi Jinping en la última década.

El xiísmo se conceptúa como una expresión más de la sinización del marxismo y teoriza una “segunda combinación”: la del marxismo y la cultura tradicional (la inspirada por Mao, del marxismo a la realidad china, sería la primera). Xi Jinping ha profundizado en el reconocimiento de la cultura tradicional china si bien desde el punto de vista marxista. La adjetivación del modelo chino a partir de la asunción de sus características singulares sugiere que estas, propias de una civilización de 5000 años de antigüedad, constituyen una justificación añadida para promover un marxismo adaptado al contexto chino. Ambos elementos constituyen vigas estructurales de gran alcance para blindar el proyecto ideológico del PCCh frente a la influencia liberal occidental.

En un documento conjunto, el Comité Central del PCCh y el Consejo de Estado publicaron en enero de 2017 las “Opiniones acerca de la implementación del desarrollo de la excepcional cultura tradicional china”. La doble autoría del documento y su rango refuerza esa voluntad reivindicativa anunciando su carácter selectivo y su transversalidad, asegurando la salvaguarda cultural a través tanto del establecimiento de medidas de protección como de una mayor implicación y conciencia social, la mejora de su gestión y su asociación con el poder blando del país.

El ideal confuciano de «gobierno benévolo» y gobernantes virtuosos no es tan ajeno al propósito del ejercicio del poder por parte del PCCh. Entonces, aunque se tratara de restricciones suaves para los emperadores y los funcionarios poderosos, se enfatizaban para mantener la imagen de benevolencia de la corte, de lo contrario perdería aquel «mandato del Cielo». Tradiciones como la recomendación de funcionarios  sobre la base de la virtud y la integridad personales y la construcción de arcos de castidad encarnaban los ideales confucianos. Fue así que paso a paso se consolidó un código de conducta para que los funcionarios civiles «protestaran hasta la muerte» y para que los funcionarios militares «lucharan hasta la muerte»,  estándares ambos  comúnmente reconocidos.

El aliento de un modo de gobernar ético y virtuoso en el que insistía el confucianismo, en el contexto actual de la lucha contra la corrupción, un aspecto particularmente destacado por Xi Jinping, ofrece un plus añadido para involucrar a toda la sociedad en dicho empeño.

Pero, en lo tradicional, no todo es confucianismo en la China de Xi. Cabe apuntar que en la formulación del estado de derecho en la China actual se apunta también a la gobernanza a través de la ley. En ese sentido, debe recordarse que China no nació confuciana, sino legista. Fue el emperador Qinshihuangdi quien lideró entonces la persecución de los confucianos abrazando la conocida como escuela legista, más progresista en sus postulados que el confucianismo.

Para los legistas, el hombre no era bueno por naturaleza y el orden imperial y la estabilidad debían garantizarse a través de la imposición de leyes con las que administrar castigos y recompensas. Fue este pensamiento el que permitió unificar el territorio y crear una burocracia que lo administrara, sus pesos y medidas, sus comunicaciones, su escritura, etc. Tras la muerte de Qinshihuangdi y a la vista de que un imperio forjado a sangre y fuego solo podría mantenerse de ese modo, los nuevos emperadores instituyeron el confucianismo como doctrina política oficial, incorporando algunos aspectos del legismo. Las duras leyes de los legalistas tenían como principal objetivo mantener el poder, más que defender la justicia.

Hoy, la insistencia recurrente al imperio de la ley tiene como sustrato la definición y búsqueda de un cierto nivel de consenso nacional y de normas comúnmente aceptadas, algo que el confucianismo logró en la sociedad tradicional china; probablemente esta sea una razón importante para que el PCCh se afane en un calculado retorno a las tradiciones culturales chinas.

El establecimiento de un consenso nacional en la sociedad china moderna que aporte dosis renovadas de legitimidad se articula en torno a la redefinición de la relación del gobierno con la sociedad y los individuos, áreas en las que se promueven fórmulas que esquivan los preceptos liberales (explorando la democracia consultiva, incremental, deliberativa o la llamada de proceso completo). Complementariamente, cabe destacar la innovación de un modelo que no se reconoce en este aspecto en aquellos clásicos marxistas que acentúan la lucha de clases (que en China menta los excesos de la Revolución Cultural), mostrándose más próximos al estatus de los clásicos confucianos que enfatizan la paz y la armonía como guía del comportamiento cotidiano.

Conclusiones

En la China de hoy, la modernización, o el sueño chino de la revitalización del país, no se entiende al margen de la cultura tradicional que Xi llegó a definir como el “alma de la nación”, considerando el resurgir cultural, la reintroducción de las tradiciones culturales, como un requisito previo del rejuvenecimiento de China.

La restauración del confucianismo es parte de la búsqueda de una modernización de estilo chino, por tanto, alejada de aquella premisa de los reformistas del siglo XIX y XX que buscaban una modernización de estilo occidental. Hoy se resalta que se trata de un sistema totalmente independiente de la filosofia occidental, lo cual denota la singularidad de China y la necesidad de que dicha característica se proyecte en un modelo de gobernanza en todos los órdenes, desde la política a la economía o en las relaciones exteriores.

El nuevo enfoque del confucianismo no debe entenderse como una adscripción del PCCh al pensamiento confuciano. No obstante, abunda en la complejidad del ideario del PCCh caracterizado por un eclecticismo ideológico que, en modo alguno, cabría resumir bajo el epígrafe de un dogmático marxismo-leninismo clásico. Por el contrario, en él cabe integrar no solo esta referencia característica sino también las aportaciones del maoísmo o el denguismo, sin que se nieguen unos a otros, complementándose para pavimentar ese camino propio reivindicado para alcanzar los objetivos nacionales definidos por el PCCh.

La observación del confucianismo puede advertirse en las costumbres y hábitos de la sociedad china, desde la valoración de la educación o la familia a la noción de lo colectivo por encima de lo individual o también el respeto de la jerarquía. Se trata de constantes, de permanencias que han resistido la influencia de las coyunturas históricas y que ofrecen un alto nivel de resiliencia que el PCCh ha sabido reconocer y adaptar a las necesidades del contexto presente.

El cultivo del confucianismo ofrece capacidades naturales para mejorar la integración colectiva y limitar esos efectos considerados nocivos en la sociedad china de las profundas transformaciones que ha experimentado el país en las últimas décadas. Además, facilita una renovación del compromiso de la comunidad con las políticas públicas a la par que una mejor comprensión del importante papel desempenado por el Estado, a contracorriente de otras tendencias internacionales.

En otra perspectiva, muy importante en el presente chino, el hecho de que el confucianismo haya permanecido como una doctrina filosófica destacada en todo el mundo chino le confiere el carácter de herencia cultural compartida que constituye un importante activo para culminar el proceso de reunificación del país. Sun Yat-sen, el considerado padre de la China moderna, es expresión de un legado político e intelectual de signo confuciano y es reverenciado tanto por el KMT como por el PCCh, proporcionando a ambos un fundamento y estímulo a la vez para cerrar la herida de las humillaciones en la que, más allá de la inacabada guerra civil, cabe insertar el problema de Taiwán.

La lógica cultural china impregna las particularidades del modelo económico y social como también su política exterior. Se observa en las múltiples expresiones que trazan la identidad de la reforma china y su ingente y constante esfuerzo de adaptación como también en sus propuestas para la sociedad internacional, ayudando a establecer consensos superadores del hegemonismo y mesianismo occidental.

Es de esperar que China, a futuro, profundice en esta vía, alejándose del estándar occidental y perseverando en la teorización contemporánea de su vieja conceptología sin propósito de ejercer modo alguno de imperialismo cultural. Así es que quizá podamos ver en un tiempo prudencial no solo una China más dinámica y propositiva y hasta preponderante en términos de desarrollo o implicación en la gobernanza global sino también convertida en una gran potencia en el ámbito de la cultura.

Occidente tiende a suponer que la estabilidad en China se logra mediante la represión y un «alto gasto interior para el mantenimiento de la estabilidad» que excede el presupuesto de defensa. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas cuando la estabilidad a largo plazo también va acompañada de un alto crecimiento, la prosperidad común y de un fuerte apoyo al PCCh que pone el énfasis en la autoridad moral que impregna su modelo de “eficracia”. Por ello, la etiqueta de «autoritarismo» que se utiliza habitualmente para describir a China pasa por alto un aspecto importante de su política: la insistencia en la autoridad moral del Estado. Y la combinación de poder y moralidad es característica de la teoría confuciana de la gobernanza.

En suma, de una modernización a pesar -e incluso contra- del confucianismo, la China actual transita por una modernización que incorpora en su bagaje el reconocimiento del positivo papel de un confucianismo que contribuya internamente a la estabilidad social y externamente a la expresión de un atractivo cultural que visibilice una alternativa que pueda facilitar el acomodo de un nuevo orden internacional.

(Para «Nuestra Bandera», revista teórica del Partido Comunista de España, PCE).