China celebró por todo lo alto el nonagésimo quinto aniversario del Partido Comunista. El PCCh lleva 67 años en el poder (desde 1949), solo siete menos que los acumulados por el PCUS en la Unión Soviética (1917-1991). En 2021 celebrará su centenario y para 2049, cuando deben conmemorarse los primeros cien años de la República Popular China habrá culminado, según sus cálculos, la modernización del país, poniendo fin a dos siglos de subdesarrollo y ostracismo.
Las enseñanzas de la experiencia soviética (en 2016 se cumplen también veinticinco años de la disolución de la URSS) están muy presentes en el imaginario y en el proceder de los comunistas chinos. Mao, en alusión a la pugna con Moscú, decía que “no puede haber dos soles en el cielo”. Al final, parece que la historia le da la razón. Aun así, los años por venir se prevén en extremo delicados, tanto por las circunstancias internas como externas. Evitar el estancamiento económico que atenazó la economía soviética es una prioridad en la que China parece llevar ventaja a pesar de las dificultades que enfrenta actualmente, pero igualmente la capitalización teórica que evite el desconcierto ideológico en sus filas es otro imperativo que le conmina a no experimentar con la reforma política al dictado de un Occidente temeroso de que el éxito chino lamine su hegemonía global. Por último, no caer en la trampa de una nueva guerra fría que dilapide sus recursos en aras de la defensa para hacer frente a las tensiones que apuntan en su entorno tampoco es baladí. El rearme que vive la región y el papel de terceros países en la activación de tensiones dormidas junto al afán propio de preservar los “intereses vitales” sugieren escenarios delicados y convulsos. La tentación de un gasto militar exacerbado, que en su día tanto contribuyó al ahogo de las finanzas soviéticas, representa una encrucijada para las autoridades chinas.
Directa o indirectamente, a todo ello aludió Xi Jinping en su discurso conmemorativo, urgiendo a las bases militantes –camino de los noventa millones de almas- a actuar en tres frentes principales. Primero, la responsabilidad interna. No es casualidad que el aniversario coincidiera con una nueva regulación de los deberes de los funcionarios. La reforma interna es una prioridad, dijo Xi, al frente de una cruzada contra la corrupción (la más letal fuente de contaminación) como China nunca conoció. Un partido corrupto es la antesala de la irrelevancia política. La búsqueda de una nueva gobernanza presenta un balance desigual y está por ver que la exaltación de la virtud y la disciplina congenien con la democratización por más que sea de cuño propio.
El segundo frente es el ideológico. Que el PCCh es el artífice de la gran transformación de China no ofrece duda. En el plano material, el país se afianza como una de las grandes potencias económicas del planeta y la transformación del modelo de desarrollo sugiere la cima en pocos años si logra resolver las contradicciones pendientes en lo ambiental, financiero, tecnológico…. La clave de todo este proceso ha sido la adaptación a las condiciones del país, dice Xi, el rechazo de la clonación ideológica y del temor a experimentar en función de anteojeras. La verdad está en los hechos. En esta China que para muchos es un sucedáneo de capitalismo poco menos que salvaje, la reivindicación del marxismo está al orden del día, eso sí, prescindiendo de cualquier vocación mesiánica por tímida que sea.
Tercero, la sociedad. Hay tantos pobres en China como militantes del Partido pero se ha avanzado mucho en el logro del bienestar público. A pesar de ello, aún queda mucho por hacer para lograr una sociedad acomodada. No es tarea fácil en un país con tan numerosa población y en el que los diferentes servicios públicos deben incorporar particularidades muy sustantivas para garantizar la sostenibilidad. La ofuscación con el aumento del poder de la nación no puede dejar para más adelante la satisfacción de los anhelos de una población que ha soportado el más duro peso de esta transición. Tiene derecho a una vida mejor. La elevación de los índices sociales constituye un imperativo económico, una exigencia política e ideológicamente insoslayable, y también una expresión de justicia cuya subalternatización podría afectar a la longevidad del PCCh.
El PCCh es el partido gobernante más grande del mundo. Pocos apostaban por su supervivencia tras la debacle del modelo soviético, pero ahí sigue. Muchos dirán que resisten porque los comunistas chinos son, como decía Stalin, “rojos por fuera y blancos por dentro”. O porque se apuntaron a un capitalismo con características chinas. O porque miles de años de dominio imperial facilitan la persistencia de los mandatos autocráticos. Pero si algo enseña la historia china es que nada ni nadie puede parar las rebeliones cuando el poder fracasa en su intento de proveer desarrollo, bienestar y justicia. La historia de la humanidad es un movimiento constante desde el reino de la necesidad hacia el reino de la libertad. Son palabras del propio Mao. Nada que añadir.