La China Popular está de cumpleaños: 75. Aun así, esta sigue siendo la Nueva China, a diferencia de aquella imperial que prolongó el feudalismo hasta el siglo XX cuando la modernidad ya llevaba dos siglos abriéndose paso entre las principales potencias de Occidente.
Cuando pensamos en el curso histórico de China, son comunes los sentimientos encontrados. En la percepción desde fuera hemos pasado de la compasión a la admiración y ahora, a un cierto asombro. La mayoría comparte su sorpresa ante lo vertiginoso y profundo de la larga transformación experimentada por este país, inmensa en tantos aspectos, desde 1949 en adelante. Y existen temores sobre los impactos que esto podría tener. Si antes todo el mundo pensaba en su mercado como un paradigma de oportunidad de negocio, ahora es su éxito el que hace temblar nuestros mercados. A mediados de los 80 producía poco más de 5.000 automóviles, hoy representa el 21 por ciento de la producción mundial y será el 30 por ciento en 2030. Ha tomado la delantera en muchos ámbitos y en otros, en diez años, las empresas chinas esperan superar a sus rivales occidentales. La copia sistemática de las tecnologías occidentales es un mito que ya no se corresponde con la realidad. La idea de que los rigores de su sistema político sofocan la innovación también es insostenible.
Todavía sabemos poco sobre China y lo que sabemos suele ser muy superficial, generoso en tópicos y carente de información básica. En ese contexto, es muy fácil dejarse llevar sin juzgar mucho, algo que sucede a derecha e izquierda del escenario político.
En las derechas, por ejemplo, el aborrecimiento del maoísmo fue reemplazado por aplausos por el rumbo seguido después de la muerte de Mao porque implicaba que estaban avanzando hacia el capitalismo. En China siempre se ha negado tal cosa, pero pensaban que era una máscara más de su famosa Ópera de Pekín para que el Partido Comunista siguiera disfrutando del poder. Cuando se dieron cuenta de que todo era parte de una mera estrategia y de que no aceptarían someterse a las redes de dependencia de Occidente, la derecha se enfureció contra lo que alguna vez fue un mercado rentable y ahora es una terrible dictadura.
En las izquierdas también hay muchos prejuicios en torno a China. Antes era por alejarse de la URSS y acercarse a los EE.UU., incluso cuando uno estaba desconcertado por el «romanticismo» de la revolución cultural; luego, por supuestamente abrazar el capitalismo con Deng Xiaoping, y ahora, por un modelo pletórico de ambigüedad y contradicciones que suscita reservas.
Como ocurre con casi todo, conviene pisar el terreno. Y aun así, ya saben: cuando pasas una semana en China, quieres escribir un libro; cuando llevas un mes, uno se conforma con un ensayo breve; y cuando has pasado un año, es difícil pasar de la primera línea. China es el imperio de los matices.
Comprender el significado y las intenciones estratégicas de China es la cuestión principal. No es lo mismo creer que existe un espíritu de venganza por la humillación histórica infligida por Occidente en el siglo XIX o que tenga como propósito expandir su modelo sistémico que si interpretamos su proceso como una expresión del derecho a perseguir el progreso y el desarrollo aplicando el modelo que libre y soberanamente decida y que de este nuevo estatus, con la incorporación de una gigantesca sociedad a la comunidad desarrollada global, se puedan derivar oportunidades para todos. Si en un caso optaremos, preferentemente, por los aranceles, la coerción tecnológica e industrial y las alianzas militares, en otro optaríamos por hacerle un hueco en la gobernanza de los asuntos globales de forma progresiva y negociada. ¿Realistas versus ingenuos o hegemonistas versus multipolaristas? Pensar que el mundo puede prescindir de China es tan absurdo como creer que China puede prescindir del mundo.
Que China no es perfecta es un hecho bien conocido. Lo políticamente correcto es que esta categoría sólo esté al alcance de las democracias liberales. Sin embargo, mientras celebra su 75 cumpleaños, cualquiera puede concluir que su recorrido histórico reciente no tiene paralelo. Baste un ejemplo: a finales de 1949 solo había 129 ciudades en China, con una población total de 39,49 millones de habitantes. El número de ciudades llegó a 694 a finales de 2023, con las urbes a nivel de prefectura o superior albergando a 673,13 millones de personas. La tasa de urbanización aumentó en 55,52 puntos porcentuales desde finales de 1949 hasta llegar al 66,16 por ciento a finales de 2023.
Y gracias a lo ocurrido en estos lustros, a pesar de los vaivenes y tragedias e incluso de los límites de todo tipo de su presente, si los chinos están hoy donde están es, muy especialmente, porque han recuperado su auto- estima.
(Para Faro de Vigo)