Dos son los baluartes esenciales del hard power del PCCh. De una parte, el Ejército Popular de Liberación (EPL), principal exponente del aparato de seguridad; de otra, su fuerza económica, estructurada principalmente a través de la presencia de sus organizaciones en los sectores estratégicos. Ambos están sometidos a discusión en vísperas del XVIII Congreso del PCCh.
El debate sobre nacionalización o no de las fuerzas armadas no es nuevo en China. A la par que la profesionalización de sus efectivos se ha argumentado en no pocas ocasiones la necesidad de una evolución que sitúe al EPL bajo la subordinación del Consejo de Estado y no del PCCh. Como es sabido, el ejército chino rinde cuentas al PCCh y no al Estado. Es verdad que existe una Comisión Militar Central del Estado, pero esta es idéntica a la homónima del PCCh. El PCCh es el único partido con presencia organizativa en el ejército, a pesar de existir otros ocho partidos legales en el país. El ejército fue creado por el PCCh y es el Partido quien manda al fusil, como aseveraba Mao.
La defensa de la nacionalización infiere una mayor institucionalización y, a la vez, desideologización de las fuerzas armadas, que pasarían a ser “neutrales e imparciales”. El debate ha arreciado de nuevo con los llamamientos a los oficiales para mantenerse fieles al PCCh, tal como recogía el 15 de mayo un editorial del periódico oficial del ejército chino.
En el orden económico, la presentación del informe China 2030, a instancias del Banco Mundial y del Consejo de Estado ha alentado dudas sobre el futuro modelo económico de China. En las últimas décadas y al calor de la reforma, ha avanzado el mercado, la propiedad privada e innumerables liberalizaciones en muchos sectores. No obstante, ya en el primer mandato de Hu Jintao se enfatizó la importancia de mantener el control público-partidario de los sectores estratégicos clave, desde la energía a la comunicación pasando por la defensa, transportes esenciales, etc. Ello brinda al PCCh una capacidad ingente para influenciar en el rumbo económico en un entorno donde pululan millones de empresas privadas, responsables de la mayor parte del empleo. El PCCh controla estos sectores a través de su mantenimiento en la esfera pública asumiendo una singular privatización de la gestión a través de sus estructuras y la capacidad para nombrar y destituir a sus cuerpos directivos a todos los niveles.
Ese mecanismo de control y poder presenta importantes efectos nocivos, desde la corrupción y el nepotismo a la formación de clanes preservadores de sus privilegios y prebendas. En sus cúpulas y organismos hay territorio abundante para que en condiciones como las actuales de escasa transparencia y fiscalización, se reproduzcan graves males que atentan contra el bien común.
Pese a ello, pensar que dichos males se van a remediar de la noche a la mañana arbitrando una privatización en toda regla es mucho decir. Como igualmente afirmar categóricamente que lo privado va a funcionar siempre y en toda circunstancia mejor que lo público. No es así, y la crisis y su secuencia en los países desarrollados de Occidente nos demuestran con toda lucidez la importancia de los equilibrios y de las soluciones propias. Esas soluciones deben orientarse especialmente a aumentar la fiscalización externa e independiente. Esta segunda condición es especialmente importante para diferenciar cabalmente la lucha contra la corrupción y los ajustes de cuentas entre facciones rivales que tienen aquí manifestaciones inevitables.
La presente década, cuya conducción estará a cargo de una nueva generación de dirigentes, será vital para definir el rumbo y el modelo resultante del actual proceso de reforma. Implicar al sector privado en la robustez, transparencia y dinamización del sector público puede ser positivo. Es una posibilidad que China tiene a su alcance y debe elegir. Sin poder económico propio, las posibilidades de subsistencia del poder del PCCh son limitadas, aun preservando el control de los aparatos de seguridad. Quizás por ello, el llamamiento al sector privado se limite a la inversión de hasta un máximo del 20 por ciento. ¿Serán los grandes empresarios los que poco a poco dicten al PCCh su política?. Quizás eso esté pasando ya, aunque no figuren en su Comité Central. Los episodios de esta instrumentalización a nivel local no son novedad y los órganos centrales han llevado a cabo varias campañas para evitar interferencias fácticas en sus procesos internos.
También en el EPL procederían medidas de transparencia y modernización. El actual esquema es producto de las circunstancias históricas de China, pero nada impide que puedan plantearse otras evoluciones que resulten positivas para el país en su conjunto.
En todo caso, esa década que ya avanza en el horizonte con el pódium de la supremacía económica mundial absoluta al alcance de la mano estará caracterizada por grandes tensiones que se agudizarán a cada paso tanto en el orden interno como externo. En paralelo, en los últimos tiempos la dilución y fragmentación del poder ha ganado enteros como consecuencia lógica y natural de la multitud de intereses que se han ido conformando. Es una realidad biológica que impone la necesidad de habilitar fórmulas de consenso que en ausencia de autoridad indiscutible aseguren el funcionamiento normal de las instituciones. No significa necesariamente más debilidad sino que la legitimidad, en ausencia de mecanismos de mayor profundidad democrática, debe arbitrarse sobre otras fórmulas más pragmáticas, reconociendo la multiplicación de los actores con capacidad de intervención en la conducción de la política general.
Hoy no está en la agenda la separación Estado-Partido y suenan lejanas las invocaciones a la separación del Partido y las empresas. Todas las acciones posteriores del PCCh se han orientado a reformar sin debilitar la base de su poder. Ello ha enquistado los procesos de decisión, aun muy opacos y a expensas de la volatilidad del juego político. Desbloquear tal estado de cosas para facilitar la participación de una sociedad más dinámica cada día constituye el mayor desafío del PCCh para los próximos años.