Hace dos años, salió a la luz un documento desclasificado de la CIA titulado France: the defection of Leftist intellectuals en el que la agencia de inteligencia estadounidense analizaba el rol de los intelectuales de izquierda en la vida política francesa y el cambio de actitud de éstos respecto a la Unión Soviética y Estados Unidos.
Dicha publicación arrojaba luz sobre la desafección de los intelectuales de izquierda franceses hacia la Unión Soviética debido a su desarrollo político y a la invasión de Checoslovaquia en 1968. En relación con el último elemento, tal traumático acontecimiento tuvo dos consecuencias importantes para los intelectuales de izquierda en Francia. Por un lado, éstos comenzaron a percibir a Estados Unidos más positivamente. Esto simbolizó un cambio de “enemigo” geopolítico. La URSS comenzó a percibirse como uno de los principales problemas globales, añadiendo así matices a la lucha contra el capitalismo global y la tiranía. Por el otro, los esfuerzos teóricos de la “Nueva Izquierda” francesa se destinaron a la creación de nuevas teorías socioeconómicas que renegaban del legado de la tradición marxista que tanto había influenciado a las ciencias sociales desde principios del siglo XX. La emergencia del posmodernismo se debe entender como consecuencia de tal transformación geopolítica e intelectual.
El cambio de actitud de los intelectuales franceses hacia la URSS fue analizado por la agencia de inteligencia estadounidense como una tendencia que podía favorecer los intereses de Estados Unidos, y por supuesto, facilitar el cambio político que la derecha global había puesto en marcha durante los años setenta con el fin de desmantelar todos los pactos y derechos sociales de posguerra. Tal viraje también se percibió como una actitud positiva que contribuía a la reducción de la distancia ideológica entre las posturas de los intelectuales de derecha y de izquierda respecto a las tendencias geopolíticas del momento.
En la actualidad, las protestas de Hong Kong están teniendo un efecto similar al que tuvo la invasión de Checoslovaquia en 1968. Un gran número de intelectuales de izquierda junto con los grandes medios de comunicación del mundo liberal han comenzado a percibir a China como el nuevo “enemigo geopolítico”. Por lo tanto, se está redefiniendo en el imaginario colectivo una nueva imagen negativa de China conectada al desarrollo del capitalismo global. Es decir, el capitalismo estadounidense y su vocación intervencionista ha dejado de ser el enemigo principal y ahora China ha pasado a personificar la punta de lanza de la globalización capitalista. Este cambio tiene grandes repercusiones para la comprensión y narración de la actual batalla geopolítica entre las grandes potencias del momento y las protestas de Hong Kong.
A diferencia de los intelectuales franceses que durante años tuvieron una actitud bastante positiva hacia la URSS, uno podría argumentar que en realidad, la actitud de los intelectuales de la izquierda occidental y de los medios de comunicación liberales hacia China tampoco es que fuera excesivamente positiva en el pasado. Sin embargo, es curioso que las protestas de Tiananmen en 1989 no tuvieran el mismo impacto global que el de las protestas de Hong Kong, cuyo efecto está llegando a países donde históricamente el interés por la política de Asia Oriental ha sido mínimo. Probablemente, en aquel entonces, los intereses del capitalismo global liderado por Estados Unidos para que China ahondara en su apertura económica junto con las necesidades diplomáticas de Occidente eclipsaron la conmoción inicial que causó el desastre de Tiananmen. Mientras que todo aquello cayó en el olvido colectivo, lo de Hong Kong no se perdona. Y aún menos en el actual contexto de guerra comercial donde cualquier efecto geopolítico de las protestas de Hong Kong y las voces en su contra puede decantar la balanza hacía el lado estadounidense o chino.
En el campo de las ideas, muchos intelectuales anglosajones y europeos se han posicionado claramente en contra del gobierno chino en Twitter y Facebook. Tal posicionamiento ha tenido dos claros efectos. Por un lado, ha contribuido a la emergencia de narrativas extremadamente encorsetadas que no nos ayudan a la comprensión de las protestas de Hong Kong y de sus efectos. Por el otro, aparentemente han facilitado una extrema polarización política a favor de los intereses del mundo liberal. Sin embargo, al igual que la invasión de Checoslovaquia, las protestas de Hong Kong están contribuyendo a la reducción de la distancia ideológica entre la postura de intelectuales de derecha y de izquierda de Occidente respecto al auge de China en el siglo XXI.
Aún es muy pronto para saber si tal cambio de actitud de los intelectuales anglosajones y europeos también tendrá algún efecto en la producción de teoría crítica en las ciencias sociales. Podría ser que en el futuro veamos como cada vez más los intelectuales “críticos” consideran a China como el último baluarte de la globalización capitalista. Irónicamente, esto podría redefinir el curso de unas ciencias sociales totalmente desnortadas por el legado del efecto inicial de la invasión de Checoslovaquia de 1968 entre los intelectuales franceses. Lo que sí está claro es que las consecuencias de las protestas de Hong Kong han tenido un “efecto Checoslovaquia”. A pesar del gran numero de publicaciones sobre las protestas en Hong Kong, aún no somos del todo conscientes de sus implicaciones geopolíticas y de su alcance en diversas esferas como la política y académica. La historia vuelve por la puerta grande de las protestas de Hong Kong.