Las terribles lluvias que han inundado la capital de la segunda economía del mundo con una secuela espeluznante de muertos (37) – que podrían llegar a ser más- ha despertado no poca indignación. Hasta el oficial Renmin Ribao ha tenido que llamar al ejercicio de la responsabilidad a unas autoridades cuya credibilidad se ha ido una vez más por el sumidero. Pueden ahora rodar cabezas y no sería de extrañar que esta calamidad se aprovechara para ultimar algún que otro ajuste de cuentas en vísperas del XVIII Congreso del PCCh. Pero lo ocurrido es muy mal presagio en un momento en que los llamamientos a la calma y la estabilidad del gobierno parecen encontrar una realidad tozuda que se encarga de dictaminar que las formas y contenido de su liderazgo se han vuelto superficiales y se han quedado atrás respecto a las demandas de una sociedad que no puede pasar por alto una incompetencia que tan a menudo limita con la criminalidad.
A mayores, China tiene tres grandes frentes abiertos que aventuran poderosas nubes negras de tormenta en su horizonte. En primer lugar, la inestabilidad económica, derivada tanto de la presión de circunstancias externas como internas. El PIB creció en el segundo semestre del año un 7,6%, inferior al 8% por primera vez en tres años. En una u otra medida, los síntomas negativos aquejan los tres grandes pilares del crecimiento: la inversión, las exportaciones y el consumo. La excesiva dependencia del gasto público, las dificultades de las industrias exportadoras y el enfriamiento del sector inmobiliario (inducida por el gobierno), son expresión de unas tensiones que están complicando la evolución de la economía y del empleo en el presente ejercicio. Asimismo, la persistencia de la crisis en Europa y la fragilidad de la recuperación en EEUU, ambos socios comerciales clave, perfilan unas expectativas a la baja que hace depender una hipotética remontada de una implementación ambiciosa de las capacidades internas.
Ello explica que el debate sobre la procedencia o no de un nuevo plan de estimulo asome en el candelero. Hoy por hoy, la posición mayoritaria parece inclinarse por abordar iniciativas puntuales y parciales pero coherentes en su conjunto que no posterguen, por otra parte, la adopción de las reformas estructurales que deben proveer ese modelo de desarrollo ambicionado por los dirigentes chinos. Así, los recortes en los tipos en dos ocasiones en un mes a instancias del Banco Popular de China se aplican en paralelo a medidas como la apertura de más sectores de predominio estatal exclusivo a la iniciativa privada, que avanza por doquier.
Esa encrucijada de la economía china explica también las giras por provincias de altos dirigentes. Emulando a sus históricos antecesores tratan de impulsar de este modo una nueva ola de reformas con la muy necesaria complicidad de unas autoridades locales que a menudo convierten sus territorios, muy alejados de Beijing en muchos sentidos, en auténticos reinos de taifas. Wen Jiabao ha visitado Sichuan; Li Keqiang, Hubei; He Guoqiang, Mongolia Interior …
En el orden político, con la convocatoria aun pendiente del XVIII Congreso del PCCh y a la espera de las conclusiones del caso Bo Xilai, los llamamientos del Renmin Ribao a encarar los problemas ligados a la estabilidad con nuevos enfoques atendiendo a las causas profundas de los desequilibrios, incide en la necesidad de buscar aquí también cambios de rumbo que renueven las caras del poder sin afectar a sus cimientos. El propio Zhou Yongkang, cuestionado por su papel en el affaire Bo, advertía en la Conferencia Nacional sobre el Mantenimiento de la Estabilidad Social, de la urgencia de impulsar cambios que mejoren las relaciones del poder con la sociedad, aunque evitando copiar modelos ajenos. La preocupación existe, crece, y tienen motivos sobrados para ello.
En el frente exterior, sube la temperatura de numerosos litigios históricos que pasan a convertirse en asuntos de actualidad. A los desencuentros con Occidente por Siria o Irán se suma el agravamiento de la tensión regional. La reciente gira de H. Clinton por Afganistán, Japón, Mongolia, Vietnam, Laos y Camboya acrecienta la percepción de que el regreso de EEUU a la zona tiene por objetivo último contrarrestar el incremento de la influencia china. La presión estratégica de Washington encuentra en el Mar de China meridional y en las disputas marítimas con los países vecinos, la excusa perfecta para trasladar al gigante una ansiedad que de la mano de la creciente influencia militar en la política exterior podría llevarle a cometer errores de percepción, dejándose seducir por unas inflamas nacionalistas que solo podrían complicarle la situación.
Así las cosas, ojalá que la tormenta que ha vivido Beijing no contagie en idéntica medida otros dominios inestables del verano chino, sin perjuicio de la exigencia obligada de responsabilidades a unos servicios y capacidades que una vez más no han estado, ni de cerca ni de lejos, a la altura de la imagen que intentan proyectar al mundo.