Tras la Tercera Sesión Plenaria del Comité Central del PCCh de noviembre pasado, China inició la fase superior del proceso de reforma y apertura iniciado en 1978. Se trata, sin duda, de un periodo decisivo y rebosante de complejidades y desafíos. Quien imagine que lo más difícil ya está hecho, con seguridad se equivoca. El conjunto de reformas que ahora comienzan, dotadas de una perspectiva integral, debe no solo conformar un nuevo modelo de desarrollo sino ultimar la mejora del sistema político y social, abarcando rubros tan diversos como la tecnología, el medio ambiente, la democracia o la seguridad y la defensa, por citar cuatro de los aspectos más sobresalientes. Y debe hacerse todo a un tiempo, aunque probablemente con ritmos diferentes pero con acciones complementarias que faciliten las sinergias. Es esta visión la que explica y justifica la creación de esa comisión especial que debe impulsar los cambios necesarios.
Del éxito o fracaso de las medidas a aplicar en esta década dependerá en gran medida el éxito o fracaso de la propia reforma en su conjunto. El estancamiento equivale al retroceso, pero el camino a seguir no cuenta con un programa detallado ni dispone de un sistema de navegación que nos asegure la llegada a la meta sin percance alguno. Habrá por lo tanto que perseverar en las claves que han permitido llegar hasta aquí: la experimentación, el pragmatismo, la flexibilidad, etc.
Por otra parte, también debiera ser coherente con los objetivos centrales e iniciales de la gaige y la kaigang. Cabe tener presente que esta obedece a un afán de modernización y desarrollo largamente ambicionado por la sociedad china desde hace más de un siglo. El cierre de ese largo paréntesis de decadencia debe resultar no solo en un aumento general del poderío del país sino que este debe estar al servicio del bienestar del soporte humano que lo ha hecho posible.
Del agotamiento a la revitalización
En las décadas precedentes muchos han sido los logros alcanzados, sobre todo en el orden económico, pero es indiscutible que ese impulso en buena medida muestra síntomas de agotamiento desde hace algún tiempo. Es por ello imprescindible proyectar nuevas reformas que desatasquen los cuellos de botella y propicien las transformaciones estructurales imprescindibles para que el proceso pueda avanzar en su conjunto.
No puede crearse una sociedad de consumo moderna si no se afronta una urbanización de calidad en las ciudades y esta no podrá serlo si no contempla la mitigación de las desigualdades que habitan en su interior ni los desequilibrios que la separan del mundo rural. Pero tampoco sin sentar las bases de una nueva relación con el conjunto de una ciudadanía que mejora la comprensión de sus derechos y se dispone a ejercitarlos para reforzar la estabilidad de un sistema político que necesita alargar la democracia. Esa clase media que acrecentará su dimensión en los próximos años incrementará también su visibilidad e influencia.
Todos estos retos representan una gran oportunidad pues obligará una vez más a emancipar el pensamiento, buscando soluciones operativas y probablemente novedosas a problemas singulares que otras sociedades han vivido de otra forma y en otra escala. Ello permitirá innovar en la gestión socioeconómica o en la gestión política, muy dependientes de la mejora de la acción de gobierno, y también a interactuar con el exterior intercambiando experiencias que pueden resultar mutuamente beneficiosas.
Los objetivos establecidos para la presente década son ambiciosos, tanto en términos cuantitativos (duplicar el PIB y el ingreso per cápita) como cualitativos (dar paso a una sociedad medianamente acomodada). Tienen por tanto el potencial suficiente para transformar la fisonomía del país, pero exigirán no menores esfuerzos que los aplicados en las etapas precedentes. Para su culminación, China deberá afrontar retos no solo internos, relativamente más manejables en función de las capacidades disponibles, del orgullo que motiva como corriente principal a la mayoría de la población y el expertise acumulado en estos años, sino también externos ante un previsible aumento de las presiones de los competidores estratégicos para incidir y condicionar su rumbo, presiones que pueden revestir diversas formas, en lo económico o en lo defensivo. Sortear esos peligros renunciando a la tentación de involucrarse en aventuras que cuestionen el pacifismo de la revitalización china exigirá mucha sabiduría, altura de miras y coraje.
Lo que está en juego es la posibilidad de convertir a China no solo en una gran potencia económica en términos absolutos, sino también la conformación de un modelo tecnológicamente avanzado, ambientalmente sostenible, socialmente justo y políticamente democrático. De poco valdría convertirse en la primera economía del mundo si su desarrollo no se basa en un aumento de las capacidades endógenas para incorporar el máximo de valor agregado. A mayores, este escenario debe combinarse con la actualización de una identidad y una cultura singulares cuyo protagonismo debe realzarse con el progreso general del país, sin que se vean sacrificadas por él.
Un modelo heterodoxo
Pero también está en causa la capacidad para sostener un modelo singular y heterodoxo fundamentado en la generación de capacidades para impulsar un desarrollo con identidad propia suficiente para blindar la autonomía del proyecto, sin subordinaciones inadmisibles y sin perjuicio de garantizar la debida integración a nivel global. La especificidad nacional, por razón de la cultura y también de la ideología, es uno de los atributos de la reforma y apertura y si bien hace difícilmente homologable internacionalmente su naturaleza y características, sugiere el establecimiento de importantes diques de contención ante una homologación sin matices. Esa falta de vocación mesiánica no debiera ser obstáculo, por otra parte, para incorporar cuanto de universal hay en la civilización humana a día de hoy, en la escala y dimensión que proceda, incluyendo aspectos como el ejercicio independiente de la justicia o la garantía jurisdiccional de los derechos humanos, tal como se recoge en los 60 puntos aprobados en la Tercera Sesión Plenaria del XVIII Comité Central del PCCh.
Esta China en ascenso no debe temer el diálogo civilizatorio. Por el contrario, un diálogo constructivo puede redundar en una mejor aceptación a nivel global de una pluralidad y diversidad que en ocasiones solo parece ser políticamente correcta cuando se aplica a la preservación del hábitat de todos los seres vivos menos los seres humanos.