Todos hemos oído decir que sin Mao no habría una Nueva China. Las conmemoraciones del 120 natalicio de Mao Zedong lo han recordado nuevamente. No obstante, reconociendo que se trata de una “gran figura”, un “gran revolucionario, estratega y teórico proletario”, artífice del “nuevo destino” de una China “rejuvenecida”, el PCCh, en esta conmemoración lo ha bajado del pedestal. No es nada nuevo. Tampoco supone una condena, ni mucho menos. Pero, a la par que la comprensión por las vicisitudes históricas que le tocó vivir y que sin duda influyeron en sus graves errores y sin dejar de reconocer sus éxitos, ya no es “dios”, sino un “ser humano”, como trata de resaltar una serie de TV emitida estos días en horario de máxima audiencia.
Mao no es un “jarrón chino” que los dirigentes actuales no sepan donde ubicar, aunque el juicio de sus acciones sigue rodeado de la polémica y condicionado por muchas zonas oscuras en las que el PCCh no ha arrojado la luz suficiente. Su figura está asociada al PCCh y es fuente inequívoca de su legitimidad. A él se sigue recurriendo hoy cuando se abordan campañas como la línea de masas u otros mecanismos al uso en su época para “purificar”, al decir de Hu Jintao, las filas del PCCh y reforzar sus vínculos con la sociedad. Xi Jinping afirmó que las ideas de Mao tienen vigencia en las actuales circunstancias y destacó los tres aspectos clave de su ideología: el realismo, la lealtad a las masas, la independencia y soberanía.No obstante, la máxima final, “la verdad está en los hechos”, es la clave del contraste entre su tiempo y el actual, para determinar el hallazgo del “camino correcto” como señaló Xi en su alocución en el simposio conmemorativo que presidió Liu Yunshan.
La principal novedad que sugieren las celebraciones de esta conmemoración radica en la señalización de una quiebra en el liderazgo del Partido, claramente personalista en tiempos de Mao frente a los liderazgos posteriores, enfatizando la condición colectiva a partir de Deng Xiaoping. Esa impronta subjetiva tan acentuada en el primer líder del PCCh deduce también una fuerte responsabilidad personal en el rumbo de la política china en su tiempo. De ello debiéramos inferir igualmente que, frente aquellas interpretaciones que alertan de un nuevo culto a la personalidad en la figura de Xi en virtud de la enorme concentración de poder lograda desde el inicio mismo de su mandato, los nuevos dirigentes optan por preservar y resaltar la dirección colegiada como un antídoto plenamente actual para conjurar los errores del pasado.
Mientras gobierne el PCCh, no habrá puntos y aparte a propósito de la figura de Mao en China. Nada de condenas categóricas ni abandonos absolutos de su pensamiento, aunque sí críticas ponderadas y tabúes (como la lucha de clases) difícilmente recuperables. En el imaginario social, las simpatías habituales entre quienes añoran su compromiso con las políticas igualitarias se complementan con las reservas de quienes atribuyen a Deng la astucia salvadora de evitar que China se convirtiera en un “paraíso” similar a Corea del Norte, a donde viajan ahora muchos chinos para familiarizarse con los convulsos tiempos de la Revolución Cultural. La curiosidad como vacuna.
Los “desvíos” de Mao no opacan sus grandes contribuciones, dice el PCCh, de igual forma que sin los sacrificios y convulsiones de su época hoy China probablemente no estaría tan cerca de alcanzar la modernización que inspiró una Revolución que ante todo le ha devuelto la soberanía. Y será igualmente una modernización no occidental en muchos aspectos, tal como Mao anhelaba. El camino es propio, el sendero es otro.