El anuncio del nuevo frente abierto contra Huawei y el avance tecnológico chino “coincidió” con el depósito por parte del presidente chino Xi Jinping de una ofrenda floral en un monumento conmemorativo al inicio de la Larga Marcha en la provincia de Jiangxi. En paralelo, en diferentes medios, se anunciaba la disposición a iniciar “contraataques” a modo de respuesta a las invectivas estadounidenses, reiterándose asimismo una incólume voluntad de resistencia. La disposición moral y el patriotismo tocan a rebato como claves de la nueva etapa que se abre en el serial sino-estadounidense.
A juzgar por el tono de los comentarios publicados en la prensa china, Beijing confía, a priori, en que la combinación del efecto bumerán, el atractivo que supone el inmenso mercado chino para muchas empresas que podrían sufrir igualmente si se ven obligadas a prescindir de él, así como las repercusiones que tendrán sus contramedidas como mecanismo compensatorio entre consumidores y productores estadounidenses, llevarían a la Casa Blanca a pensárselo dos veces antes de continuar por la senda de la elevación del enfrentamiento.
Más allá de eso, el cierre de filas se inflama con alusiones al sacrificio, al heroísmo, en suma, al patriotismo, siempre efectivo en un país como China, tan flagelado en épocas no tan lejanas. Xi Jinping alertó en su mensaje sobre los riesgos y desafíos derivados de la difícil situación creada por la guerra comercial y quiso alertar sobre el contexto complejo y desfavorable que se cierne sobre las expectativas de su sueño. Esa invitación a tomar conciencia constituye, igualmente, un llamamiento a una resistencia activa. Y tanto va dirigido a la sociedad china como al exterior.
En lo ideológico, rehuyendo de dicotomías de otro tiempo, las desafortunadas y oblicuas aseveraciones de la directora de Planificación de Políticas del Departamento de Estado, Kiron Skinner, a propósito de la necesidad de preservar el dominio de la raza caucásica, han brindado a Beijing argumentos adicionales para desentrañar un hipotético adobo supremacista del empeño de Washington. El intento de presentar el conflicto en términos civilizatorios sugiere peligrosas veleidades racistas, por otra parte bien arraigadas en el entorno de Trump como seguramente sabe la propia Sra. Kiron, que una vez más enfatizan el afán mesiánico de Washington en su visión de los conflictos internacionales.
La dramatización y solemnidad de Xi al anunciar un nuevo comienzo de otra Larga Marcha se interpreta como un aviso a navegantes que va más allá del enunciado. ¿Sólo palabras? Fue aquel uno de los episodios más relevantes de la gesta revolucionaria y de la historia de la China moderna. Si en 1934-35 fue una durísima prueba para la supervivencia del proyecto revolucionario, ahora representaría el inicio de una fase final de duras pruebas para el PCCh, obligándole a apelar a la épica para culminar la modernización y aceptando, llegado el caso, altos costes en aras de un bien mayúsculo: el retorno definitivo de China. Para lograrlo, el PCCh de Xi estaría dispuesto a todo.
La angustia que se propaga en medios oficiales chinos ante las presiones de EEUU simboliza la plena conciencia de una realidad difícil de trastocar, la de una rivalidad global ascendente que pudiera no tener ya marcha atrás y que bien podría persistir más allá de Trump, si este no revalidara su mandato el año próximo.
Para el PCCh está en juego la supervivencia de su hegemonía política y la defensa de sus útiles de poder, en especial, un modelo económico que le legitima ante su propia sociedad y que hoy muchos contemplan en algunos países como una opción alternativa que demostró incluso lo que parecía más difícil, la capacidad para trascender los límites del sistema y tomar la delantera a un hegemón que parece haber perdido los nervios ante la eventualidad de su retraso en áreas clave.