El Partido Comunista de China (PCCh) ha completado en las últimas semanas su largo proceso de congresos a nivel territorial, iniciado en octubre del pasado año, con vistas a la renovación completa de su dirigencia en el próximo cónclave de otoño en el que Hu Jintao debe dar el relevo a Xi Jinping. El cambio generacional en curso en el poder territorial nos avanza una media de edad cifrada en los 54 años (que se eleva a 58 para los jefes del partido), con una fuerte irrupción de funcionarios nacidos en los años sesenta. En cuanto a la formación, solo el 2% no ha ido a la universidad y casi el 75% cuenta con máster o doctorado. Los nuevos funcionarios provinciales ya no son ingenieros en su mayoría sino gestores especializados en economía y dirección de empresas. La mujer, por otra parte, sigue siendo una rara avis en la cumbre del poder territorial del PCCh (9% del total) y solo una (de 31), Sun Chunlan, en Fujian, logra alcanzar la jefatura provincial.
El retrato de estas peculiares primarias chinas tiene interés además por cuanto revela la proyección de afinidades de los principales líderes del país en el ámbito territorial más decisivo, destacando en este caso la fuerte impronta de Hu Jintao, pero también, teniendo en cuenta la alta movilidad de los jefes regionales, nos anuncia biografías de los futuros líderes del país, en especial atendiendo a los más jóvenes, como Yang Yueze, nacido en 1968, el alevín de todos ellos, miembro de la dirección regional de Fujian. Regiones como Mongolia Interior, Xinjiang o Tíbet acostumbran incluir funcionarios especialmente motivados que deben bregarse en las zonas difíciles pero cuya gestión leal le puede catapultar a otros cargos de mayor relevancia y proyección. En cuanto al origen de los líderes territoriales, el Diario del Pueblo aportaba hace días un gráfico resumen en el que destaca sobremanera la importancia de las zonas costeras y centrales, sobre todo, de Shandong, el principal vivero de dirigentes chinos (54) en detrimento de Shanghái (4) o Beijing (5) que ocupan posiciones práctica y sorprendentemente testimoniales.
Los meses que restan por delante mantendrán en tensión al PCCh, que debe afrontar su transición en un entorno marcado por el agravamiento de las dificultades económicas, sociales y políticas. No obstante, su margen de maniobra es aún considerable y nos esperan muchas noticias positivas en lo que queda de año que harán enumeración exhaustiva de los progresos registrados en los más diversos órdenes, ya nos refiramos a los aumentos salariales, el control de la inflación o los éxitos de la carrera espacial. De todo habrá.
La mayor dificultad nos remite a las reiteradas eclosiones de descontento cívico que hoy encuentran en Internet y las redes sociales (513 millones de usuarios) eficaces sistemas de propagación, poniendo contra las cuerdas los métodos de gestión al uso en el PCCh. La multiplicación de incidentes periféricos que ilustran a menudo la deriva ética de muchos funcionarios y una cólera local que logra abrir fisuras importantes entre los estratos superiores del partido y los dirigentes territoriales, muestra la incapacidad creciente para afrontar con la delicadeza y mano izquierda que se requiere unas contradicciones que el desarrollo no hace más que agravar en el plano social o ambiental.
Los llamamientos al orden se multiplicarán en los próximos meses. El sistema ha demostrado su capacidad para actuar con firmeza frente a los desafíos que suponen Tíbet, Xinjiang o la disidencia común, pero también su escasa sofisticación para encarar problemas de otra naturaleza cuya pésima gestión acaba generando turbulencias que también trascienden las fronteras del país sin posibilidad de habilitar censura alguna. Los nervios subsiguientes y la apremiante necesidad de calmar las aguas para evitar contagios peligrosos provocan el sacrificio, uno tras otro, de autoridades locales cuestionadas, generando serias discusiones en la cúpula del país ante la hipótesis de un probable estímulo de las tensiones.
Apostar hoy por una represión indiscriminada de estos incidentes no es ya, por fortuna, la mejor forma de mostrar lealtad al partido ni de garantizar la estabilidad social. Se requieren respuestas de otro tipo, incluso más allá del recurso natural a la propaganda ideológica, la educación política o el edulcoramiento de la especificidad cultural. El desarrollo de mecanismos de anticipación a las crisis y una política de cuadros basada en la premisa de su selección democrática constituyen reclamos que al PCCh le costará eludir. Una mayor porosidad de estas propuestas podría aumentar su confortabilidad ante una sociedad que parece conformarse cada vez menos con distracciones de diverso signo, exigiendo mejoras sustanciales no ya en su bienestar sino progresos cualitativos en el orden político. Por el momento, sin dejar de desear larga vida al PCCh. El tiempo nos dirá si este entiende el mensaje.