Animado por un artículo del profesor estadounidense David Shambaugh, el debate sobre un más o menos inminente colapso del Partido Comunista de China (PCCh) arrecia entre especialistas, observadores y estrategas. Para Shambaugh hay cinco evidencias de la próxima e inevitable crisis: la huida de las elites chinas, el aumento de la represión interna, la pérdida de impulso de la persuasión, la debilidad del régimen expresada en la campaña anticorrupción y la incapacidad sistémica para reformar la economía. Para el antiguo editor de la revista China Quaterly, solo unas reformas políticas de signo occidentalizador serían capaces de completar la modernización pero la maquinaria política deviene el principal obstáculo para las reformas que el PCCh quiere liderar.
¿Está el régimen chino próximo a su caída? Pese a que los trazos señalados por Shambaugh son evidentes en mayor o menor grado y revelan contradicciones y problemas de gran calibre de la política china, para compensar, cabe hacer mención de los propios esfuerzos del PCCh para corregir sus reconocidas lagunas y para afrontar de manera sistemática los desafíos que plantea la mejora de la gobernanza del país y la satisfacción de las aspiraciones de la sociedad china.
Cierto que no se debe minusvalorar el inmenso calado de los retos que debe afrontar el PCCh pero tampoco infravalorar la capacidad de resistencia mostrada hasta ahora. No pocos predijeron su fin tras los sucesos de Tiananmen y la caída del muro de Berlín. Pasaron veinticinco años y no podría negarse que la audiencia popular sigue estando ahí con una militancia que, poniendo al día el viejo mandarinato, cataliza una vasta red que dinamiza y controla todo cuanto se mueve en el país con una metodología permanentemente actualizada y sofisticada. Otro anuncio catastrófico similar se formuló al inicio del nuevo siglo imaginando los efectos del ingreso de China en la OMC produciéndose al cabo todo lo contrario de lo previsto por los pesimistas. Hoy China está igualmente a las puertas de otro cambio cualitativo, este de mayor impacto global.
¿Qué sorprende? Que el vaticinio compartido por muchos de que la profundización de las reformas orientadas al mercado conduciría inexorablemente a una reforma política de signo liberal parece menos claro que nunca. El mismo actor que promueve una cosa impide la otra, lo cual genera desilusión en quienes confiaban en un paralelismo automático que parte de un equívoco común: la idea de que los comunistas chinos lo son solo superficialmente. El problema es que existe una corriente importante en su seno, más allá de las facciones, que en lo ideológico se mantiene leal a un proyecto de esa naturaleza por más que la existencialidad actual nos plantee serias dudas en cuanto a la sinceridad de la dirección política del régimen.
El futuro del PCCh plantea numerosos interrogantes, pero en un tiempo más o menos previsible, no parece que sus días estén contados. Sería imprudente eliminar todo riesgo de crisis, pero pese a las dificultades del momento conserva aun márgenes sustanciales de maniobra e incluso en lo económico su horizonte alberga posibilidades de crecimiento. Por otra parte, externamente, puede contar aun con poderosos aliados interesados en preservar el statu quo en tanto en cuanto China siga proveyendo de beneficios.
El margen de maniobra del PCCh es mucho más amplio del que se imagina en marcos convencionales. Y ello se debe a una doble interiorización. Primero, la inducida por el pensamiento marxista, al que no renuncia y le suma esa voluntad leninista de permanencia en el poder como sinónimo de garantía de rumbo socialista por más que el ímpetu emancipador pareciera alejarse más cada día; segundo, la creciente empatía con la propia tradición cultural y burocrática en la que encuentra un factor añadido de legitimación, a despecho de las primeras oleadas críticas con el pensamiento tradicional.
El afán de evitar que el país recaiga en una nueva espiral de declive y que logre poner fin a las humillaciones históricas y lo que parece una capacidad inagotable de adaptación a las nuevas realidades le confiere al PCCh un plus que no debiera despreciarse.
El PCCh no goza de un apoyo incondicional de la sociedad china cada vez menos resignada a aceptar los derrapes éticos de la oligarquía dirigente, las injusticias, la censura, el deterioro ambiental o el ninguneo de sus derechos. Por lo demás, a nivel territorial, sus quiebras son importantes, ya nos refiramos a los problemas con las minorías o las dificultades para controlar las provincias de la mayoría Han.
Un modelo que asienta en un presupuesto de seguridad pública tan colosal como el chino puede anticipar una severa crisis y nadie puede desechar alegremente esta hipótesis ante la profundización de las tensiones sociales. Xi Jinping parece optar, como vacuna, por un doble empoderamiento: del Partido-Estado y de la sociedad a través de la ley. Le puede funcionar y posponer cualquier colapso en tanto en cuanto la modernización siga en paralelo a la defensa de la soberanía.
La China del PCCh no hará concesiones a las ideas liberales de Occidente para seguir avanzando en su proyecto. Hay vida más allá de nosotros, nos dicen.