Ahora que se cumple el vigésimo aniversario de los graves sucesos de Tiananmen, es oportuno recordar que el PCCh siempre se ha cuidado de mimar a los estudiantes. El pasado 4 de mayo, el presidente Hu Jintao, al visitar la Universidad de Agricultura de China en Beijing, hizo un nuevo llamamiento a su compromiso con el patriotismo. El Partido Comunista ha establecido un peculiar culto de los estudiantes, a quienes siempre ha ensalzado como una vanguardia progresista de la lucha política. El llamado «espíritu del 4 de Mayo» (1919) está en el origen de la revolución de la nueva democracia y de l a fundación del propio Partido (1921). En consecuencia, una movilización crítica con sus aduladores constituye siempre algo más que un toque de atención; es una bofetada en toda regla.
En China es muy grande la significación política de la protesta estudiantil. A la tradicional y elevada consideración social de la educación (la relación maestro-alumno solo es superada en importancia por la paterno filial), hay que sumar la trascendencia política de las movilizaciones estudiantiles. Sucesos clave en la historia contemporánea china han venido marcados por alguna revuelta universitaria. Como ya se señaló, así ocurrió el 4 de mayo de 1919, cuando los estudiantes se movilizaron contra la humillación infringida a China por las grandes potencias en la Conferencia de París; o en 1976, cuando millón y medio de personas recordaban en Tiananmen los tres meses del fallecimiento de Zhou Enlai para luego iniciar la definitiva derrota de la Banda de los Cuatro; o en el invierno de 1986-87, precipitando la caída de Hu Yaobang, el primer elegido de Deng Xiaoping. En 1989, por añadidura, se registró una creciente participación ciudadana y obrera que dio origen al Sindicato Autónomo Unido, agravando así la preocupación de un régimen que fundamenta buena parte de su legitimidad en el apoyo y representatividad de dicho cuerpo social. Tampoco es fruto de la casualidad que fueran los estudiantes el principal referente de la movilización contra el bombardeo de la embajada china en Belgrado o del repunte militarista en Japón, contra el boicot a los JJOO o a favor del boicot a los productos franceses en penalización del apoyo de París a las reclamaciones tibetanas.
¿Que reivindicaban los estudiantes en 1989? La movilización nació como una expresión de tributo a la memoria de Hu Yaobang, principal inspirador de la reforma urbana iniciada en 1984 y condenado al ostracismo por el Partido tres años después. Muchos admiraban la integridad de Hu, un hombre pequeño -medía 1,58 cm- «que incluso detentando el más alto cargo del Partido no llegó a crecer un solo centímetro», se decía; algo, ciertamente poco frecuente entre los dirigentes. Mientras Hu vivió siempre en una modesta casa, Li Peng, por ejemplo, residía en el «Pabellón de las Luces Violetas», en Zhonganghai, el Kremlin chino. La protesta estudiantil, al menos inicialmente, iba dirigida contra el parasitismo burocrático, el deterioro de la educación, el mal funcionamiento general del sistema, pero, sobre todo, contra la corrupción, los privilegios y la doble moral. No fue, nadie se engañe, una exhibición de abierta oposición al régimen y de reivindicación de una democracia de corte occidental; más bien se trataba de una demanda pacífica, sentida y contundente de profundización y regeneración democrática.
Desde el exterior, dos han sido las principales interpretaciones de lo sucedido. Según la más extendida, Zhao Ziyang, líder del grupo liberal reformista y partidario del diálogo con los estudiantes, debió ceder ante la presión de Li Peng y el bloque conservador-militar. La represión obedecería a una estrategia calculada, cuya finalidad no podía ser otra que acabar con la insurrección sin regatear el precio. Según otra, Zhao Ziyang no sería tan santo (como ahora pretende con sus Memorias) y con la inestimable ayuda de su secretario particular, Bao Tong, habría intentado manipular en beneficio propio la protesta estudiantil, con el objetivo de reavivar una carrera política cada vez más opacada por una gestión económica farragosa. La matanza se habría producido como consecuencia del desconcierto, el caos, y la estupefacción de unos dirigentes que nunca habrían imaginado darse de bruces con la resistencia estudiantil. En suma, que el «puñado de conspiradores» se encontraba en las sedes gubernamentales y no entre los huelguistas que ocupaban la Plaza. Pero las principales víctimas de la tragedia fueron los estudiantes.
Está fuera de dudas, en cualquier caso, que el Partido, al igual que la sociedad, se encontraba profundamente dividido ante la tesitura de como resolver la crisis y Deng Xiaoping debió imponer un severo cierre de filas, seguido del inevitable reajuste en la cúspide del poder. Los cambios no comportaron, como al principio se sugería, modificación alguna del rumbo iniciado en 1978. Sorprendentemente, el impacto de las movilizaciones resultó prácticamente nulo en las zonas más desarrolladas del país, los llamados «oasis capitalistas», en los que, en teoría, un mayor nivel de riqueza y de libertad económica debería servir de acicate y fundamento para exigir con empeño la que Wei Jinsheng llamó la quinta modernización (democracia política).
¿Nada se ha movido desde entonces? En apariencia, el gobierno chino se mantiene inflexible en cuanto a la tipificación «contrarrevolucionaria» de aquel movimiento. Cierto que en Zhongnanghai han tirado conclusiones de lo sucedido, pero los problemas de fondo subsisten. En efecto, se crearon cuerpos especiales de policía para no tener que recurrir a los tanques a la hora de reprimir protestas; se mejoró el control macroeconómico de la reforma; se niveló la inflación; se puso fin a la gratuidad plena de la enseñanza universitaria para inducir en los estudiantes un mayor compromiso con el estudio; se incentivó la educación política patriótica, etc. Pero la corrupción es un magma muy difícil de erradicar en un país en el que para todo hace falta un padrino. Algunas propuestas impulsadas para atajarla no han producido los resultados deseados. El 22 de mayo, el Buró Político aprobaba nuevas regulaciones en este sentido, con el claro propósito de reforzar un mensaje a la ciudadanía: el punto al que se llegó entonces no se volverá a repetir.
Admitiendo también que los líderes estudiantiles cometieron graves errores, los dirigentes chinos acabarán admitiendo su incapacidad para gestionar una protesta pacífica y justa así como la inmensa desproporción de los medios utilizados para contenerla primero y acallarla después. Aunque el régimen pueda efectivamente seguir ganando tiempo hoy jugando la carta nacionalista, no podrá eludir su responsabilidad histórica ante tales hechos.