Las sesiones parlamentarias chinas han echado el freno al entusiasmo irreprimible de los últimos años, marcados por la inminencia de la realización del sueño chino. Eso sí, aunque parezca un contrasentido, oficialmente se hace para seguir avanzando, es decir, para acelerar las reformas en ámbitos clave. El diagnóstico de la situación por parte del primer ministro Li Keqiang evidenció la magnitud de la preocupación de las autoridades por los elevados riesgos que asedian la evolución económica. Y también la política. El manejo interno descansa en la capacidad de multiplicar las elevadas exigencias al neomandarinato burocrático de todos los niveles y en la batería de medidas anunciadas: amplia reducción de la carga tributaria, aumento del gasto público, mejora general del ambiente de negocios con especial atención al sector privado…. Las autoridades se afanan por transmitir la sensación de que la economía china no rechaza liberalizarse a pesar de su enrocamiento ideológico.
La mayor preocupación quizá sea la incertidumbre exterior y muy especialmente las tensiones con EEUU, comerciales y no solo. No falta en China quien compare ya a Liu He, negociador en jefe y hombre de confianza del presidente Xi Jinping en el diálogo comercial con Washington, con Li Hongzhang, el alto funcionario que avergonzó al país ultimando los Tratados Desiguales con las potencias occidentales en el siglo XIX. La aprobada ley de inversiones extranjeras es otra mano tendida hacia la Casa Blanca (y Bruselas) para garantizar unas mismas reglas de juego y solventar así las quejas sobre las dificultades de acceso al mercado chino, las desigualdades competitivas, la débil protección en materia de propiedad intelectual o la transferencia forzada de tecnología. China confía en atraer así a su órbita más socios en el extranjero, capitalizando la impopularidad de Trump.
Nunca falta en estas sesiones el ritual de autolegitimación, una calculada y meticulosa ceremonia que trata de infundir confianza al Partido y a la sociedad. El presidente Xi Jinping aprovechó el doble cónclave para evidenciar que las críticas de los últimos meses no han hecho mella alguna en su liderazgo. Acaparando en torno suyo la atención principal de unos medios que controla con maestría, Xi escenificó un reequilibrio de facciones que podría tener su reflejo en dos acciones. De una parte, la previa caída de Zhao Zhengyong, próximo del purgado Zhou Yongkang, por el affaire de las villas residenciales en Qinling y de los derechos de explotación minera en la provincia de Shaanxi. La defenestración de Zhao, jefe del Partido en esta provincia, abre a Xi la posibilidad de hacerse con el control de la Corte Suprema y de la comisión de asuntos políticos y legales, que sumaría a la amplísima red de comisiones, ministerios y órganos del Partido que ya domina. Por otra parte, la promoción política de Hu Haifeng, hijo del ex presidente Hu Jintao, sugiere una alianza con los tuanpai, que aglutinan un buen número de cuadros y partidarios entre las figuras ascendentes de la Liga de la Juventud.