El sueño chino que el presidente Xi Jinping ha convertido en principal señuelo de su mandato es, en esencia, un sueño universal con características chinas. Qué país, acaso, no desea culminar a plenitud su desarrollo, disponer de una tecnología de vanguardia, maximizar su bienestar, revitalizar su cultura, estar a la última en la defensa, obtener una posición de respeto en el mundo proporcional a su significación…
Pero el zhongguo meng tiene también sus propias particularidades. Fundamentalmente, en dos planos. En primer lugar, histórico. China se ha considerado siempre un gran país. La espiral de decadencia visibilizada abiertamente a partir de mediado el siglo XIX fue vivida internamente como una tragedia de proporciones colosales. A China le costó más de doscientos años encontrar el camino para su modernización. No es extraño que se enorgullezca de ello. En 1949 su PIB equivalía al de 1890.
En segundo lugar, civilizatorio. La cultura china, tan diferente a cualquier otra, gozó siempre de un alto reconocimiento en todo el mundo pero el pueblo chino llegó a responsabilizarla de su propio atraso. De aquella suicida modernización contracultural hemos pasado a un resurgir que reconoce y actualiza sus propias bases culturales. Y hoy, China no puede concebir su progreso al margen de su identidad.
¿La realización del sueño chino puede hacer soñar a más países? El aumento de la presencia china en todo el mundo, con su comercio y sus inversiones por doquier y en los más diversos órdenes, sugieren oportunidades que todos intentan aprovechar. En los últimos años, numerosos instrumentos de matriz china e iniciativas globales de gran alcance como la Franja y la Ruta apuntan a la conformación de una nueva ola de desarrollo basada en argumentos chinos como el impulso a las infraestructuras o la inclusividad.
Pero persisten riesgos internos y globales que aconsejan no bajar la guardia. A China le perjudican las tendencias proteccionistas en boga que amenazan su trayectoria de desarrollo y ponen en jaque el comercio mundial. Igualmente, conserva aún poderosas trabas internas que le exigirán un ejercicio de calculada gobernanza para afrontar los retos de la desigualdad, el medio ambiente o la calidad democrática. Todo ello aconseja prudencia. Ya saben lo que decían los antiguos: si uno ha recorrido noventa pasos de un camino de cien, le queda la mitad del trayecto. El último tramo es siempre el más complejo.
(Para la revista Semana, Colombia, Especial sobre China).