Una cierta y en gran medida inevitable expectación rodea el XIX Congreso del Partido Comunista de China que iniciará sus debates el próximo 18 de Octubre en Beijing. Como es habitual, muchas miradas se dirigen hacia la configuración de sus máximos órganos de dirección, es decir, el Comité Central, el Buró Político y, sobre todo, su Comité Permanente, un proceso que transcurre en medio de la no menos habitual opacidad.
A estas alturas, la única certeza es la continuidad del secretario general Xi Jinping y del primer ministro Li Keqiang, aunque en este caso, algunas especulaciones sugieren que podría pasar a desempeñar otro cargo (presidente de la Asamblea Popular Nacional). Es improbable. Como también lo es la continuidad de Wang Qishang, el jefe de la lucha anticorrupción, a jubilarse, como los otro cinco miembros del actual Comité Permanente, por razones de edad. Por otra parte, la defenestración de Sun Zhengcai, ex jefe del Partido en Chongqing y uno de los llamados a dirigir el PCCh a partir de 2022, deja abierta más de una incógnita con respecto a la composición del nuevo Comité Permanente e incluso sobre la posibilidad de que Xi opte a un inusual tercer mandato.
Entre los que se dan como prácticamente seguros en el nuevo Comité Permanente suele citarse a Hu Chunhua, jefe del Partido en Guangdong, y al viceprimer ministro Wang Yang, quien podría presidir la Asamblea Popular Nacional. Los dos son afines a Hu Jintao, secretario general entre 2002 y 2012. Entre los próximos a Xi, podría entrar Li Zhanshu, que asumiría la lucha contra la corrupción, y la gran revelación, Chen Min´er, actual jefe del Partido en Chongqing. El jefe del Partido en Shanghai, Han Zheng, podría presidir la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino.
La hora del xiísmo
Pero más allá de los nombres y las especulaciones, la importancia del XIX Congreso se deriva del afán por solemnizar un tercer tiempo en la trayectoria de la República Popular China, que en 2049 celebrará su primer centenario. Así, se trataría ahora de seguir profundizando en la reforma iniciada por Deng Xiaoping pero auspiciando un nuevo modelo de desarrollo que pase página de la “fábrica del mundo” para instaurar una economía moderna y sostenible, basada en la innovación y el conocimiento. Esa voluntad, plasmada ya en los últimos años de Hu Jintao, ha estado en la agenda del PCCh en el último lustro, promoviendo la reducción de los excesos de capacidad, la reforma del sector público, el salto tecnológico, el aumento de los salarios, la ampliación de los servicios, el fomento del consumo o un nuevo enfoque de los problemas ambientales.
Dicha reforma económica tendría su complemento en lo político en dos frentes principales. Primero, un ajuste interno en el PCCh resucitando la “línea de masas”, la disciplina, la lealtad y otros atributos del modus operandi habitual en la era maoísta con vistas a tensar el compromiso de los casi 90 millones de militantes del Partido que deben afrontar una etapa crucial en la que está en juego la culminación de la modernización balbuceada a finales del siglo XIX y gestionada por el PCCh desde mediados del siglo XX. Segundo, la actualización del sistema institucional introduciendo conceptos, políticas y procedimientos que aporten nuevos esquemas que mejoren el funcionamiento general del aparato estatal con la máxima prioridad de garantizar la condición hegemónica del PCCh.
El xiísmo, que será incorporado de forma extraordinaria a los Estatutos del PCCh en este congreso, concretará la voluntad del PCCh de propiciar una mejor gobernanza de cuño propio y por lo tanto sin concesiones al liberalismo occidental, con una economía que una vez ajustada podría dar un salto definitivo a la cima mundial, con una sociedad con más acceso a ciertos derechos de orden social y con un papel internacional diseñado para ocupar una posición central en el sistema global.
La China y el PCCh de Xi Jinping acarician el sueño de haber encontrado la fórmula para establecer una síntesis dinámica y en equilibrio entre lo tradicional y lo moderno, entre la planificación y el mercado, entre el autoritarismo y la democracia, que debe servir para asegurar que el XXI será su siglo.
Cierto que las quiebras de dicha prescripción no son menores y que arrojan poderosas sombras sobre la estabilidad pero la envergadura histórica del radiante momento, con la modernización al alcance de la mano en contraste con aquella China postrada y humillada por Occidente de hace dos siglos, obnubila cualquier matiz que pudiera hacerse al optimismo oficial y, en buena medida, también cívico.