De acuerdo a la información hecha pública el pasado lunes la economía china creció 7,7% durante el cuarto trimestre de 2013, lo cual da también un balance de 7,7% para la totalidad del año. Ello resulta ligeramente inferior al 7,8% obtenido en 2012 y superior al 7,5% anticipado por el gobierno. Aunque dicho porcentaje dista de los dos dígitos de crecimiento a los que China acostumbró al mundo durante décadas, se trata de una cifra bien respetable. Con un PIB de 9 billones (millón de millones) de dólares, un mero 7% de crecimiento añade a China alrededor de 500 millardos de dólares al año. Es decir la mitad del PIB de Indonesia y un tercio del de India. De hecho la meta fijada por el décimo segundo plan quinquenal chino (2010-2015), persigue un crecimiento anual de 7%, aunque el gobierno elevó dicha meta a 7,5% en 2013. De acuerdo al Primer Ministro Li Keqiang, 7,2% es el número determinante a partir del cual se puede mantener un nivel adecuado de empleo.
China se adentra así en una época de crecimiento estable donde se aspira que sólo se produzcan oscilaciones menores a partir de un promedio de 7,5%. Ello resulta necesario a los fines de adelantar las reformas económicas planteadas por el Tercer Pleno del Partido en noviembre de 2013. Si bien el gobierno de ese país dispone de los recursos financieros y de las herramientas políticas requeridos para aplicar políticas keynesianas que estimulen el crecimiento económico, esto no está planteado. Se estima que ello sólo acrecentaría los desajustes creados por los estímulos aplicados por el ex Premier Wen Jibao para hacer frente a la crisis internacional del 2009. Esto iría a contracorriente de un proceso de reforma que busca precisamente superar desequilibrios, atacando problemas tales como la sobreproducción industrial, la deuda de los gobiernos locales, la falta de seguridad alimentaria o la contaminación.
La tasa de crecimiento anterior, situada en el nivel medio alto, implica que la economía china se está haciendo madura. En otras palabras, que sus fuentes de alto crecimiento se están secando gradualmente. Exportaciones e inversiones domésticas fijas se han debilitado haciendo necesario buscar nuevas opciones. De hecho, China ha venido perdiendo su ventaja comparativa en exportaciones de mano de obra intensiva como resultado del encarecimiento de ésta y ante la revalorización de su moneda (aunque para sorpresa general el pasado 10 de enero China anunció su superávit comercial anual más alto desde 2008). El incremento de la productividad juega un papel fundamental como fuente alternativa, lo cual a su vez requiere de la innovación y del progreso tecnológicos. Afortunadamente esta es un área donde China ha venido centrando esfuerzos desde hace ya tiempo.
La demanda, el otro motor de crecimiento, se centra en el consumo doméstico con particular referencia a un aceleramiento del proceso de urbanización. Este último conllevará inevitablemente a una reactivación de la inversión en infraestructuras. Si bien éstas se han frenado ante la sobreinversión a la que conllevaron las políticas de estímulo de Wen Jibao, no podrán encontrarse ausentes de una expansión urbanizadora.
En definitiva China busca evadir la trampa del ingreso medio y dar el salto al desarrollo. Si alguien puede lograrlo es precisamente ese país.