De acuerdo a Matthew Bay: “Hubo un tiempo en el que Estados Unidos podía respirar tranquilo en la seguridad de que ningún otro país alcanzaría su combinación de habilidad tecnológica y tamaño físico. Ese tiempo pasó. Ahora China puede” (“The coming tech war with China”, Forbes, February 7, 2018). Las cifras hablan por sí solas, evidenciando una competencia feroz por la primacía tecnológica en el que Estados Unidos lleva todavía la delantera, pero donde China le pisa los talones.
China sigue a Estados Unidos como mayor inversor en investigación y desarrollo tecnológicos. De un gasto global en esta materia de casi dos billones (millón de millones) de dólares en 2015, China representó un 21% del total. Sin embargó, entre 2010 y 2015 sus desembolsos en este rubro crecieron a una tasa anual promedio de 18%, lo que representó un incremento cuatro veces superior al de Estados Unidos durante el mismo período. China deberá estar tomando la delantera en gastos de investigación y desarrollo tecnológicos en los próximos cinco a diez años (World Economic Forum, “China is an innovator superpower: This is why”, February 7, 2018).
En inversiones de capital de riesgo, un área financiera que ha resultado fundamental para el emerger de Silicon Valley y de las nuevas tecnologías estadounidenses, China ocupa el segundo lugar y va en vías de alcanzar el primero. Si bien Estados Unidos atrae todavía más de la mitad de los fondos globales en este sector, su porcentaje ha venido declinando de manera sostenida. Entre tanto China, con un 30% del total global, crece aceleradamente (World Economic Forum, citado).
De las siete grandes corporaciones mundiales en material de Inteligencia Artificial, cuatro pertenecen a Estados Unidos (Google, Amazon, Facebook y Microsoft) y tres a China (Tencent, Alibaba y Baidu). En este ámbito la competencia resulta particularmente cerrada, estimándose que China disfruta de ventajas comparativas que podrían conducirla al primer lugar. Entre ellas, la masa crítica de información sobre las preferencias de los consumidores que está en capacidad de recabar y la naturaleza particularmente despiadada y combativa de sus empresarios. Esto último resulta fundamental en un ambiente en el cual, según el famoso dicho de Andrew Grove, sólo el paranoico sobrevive (Kai-Fu Lee, AI Superpowers: China, Silicon Valley and the New World Order, Boston, 2018).
Entre 2000 y 2015 el número de egresados anuales en carreras de ciencia y tecnología de las universidades chinas pasó de 359.000 a 1,65 millones. Entre tanto, el número de graduados en universidades estadounidenses durante ese mismo período pasó de 483.000 a 742.000. De igual manera, en 2016 el número de publicaciones científicas en China superó a las provenientes de Estados Unidos: 426.000 contra 409.000 (World Economic Forum, citado y Philip Ball, “China’s great leap forward in science”, The Guardian, 18 February, 2018).
De acuerdo al último informe de “Estrategia de Seguridad Nacional”, que periódicamente publica la Casa Blanca, el creciente poderío tecnológico de China constituye una seria amenaza para el liderazgo económico y militar estadounidense. En diversas tecnologías emergentes vitales, se señala, la nación asiática ha tomado la delantera. Ello resulta tanto mas significativo cuanto que apenas cinco años atrás, China era percibida no como innovadora sino como simple imitadora de tecnologías foráneas. Entre las áreas en donde China ha tomado la delantera se encontrarían algunas como las siguientes: misiles hipersónicos, satélites e Internet basados en tecnología quántica, reingeniería genética o bioingeniería aplicada a trasplante de órganos (Matthew Bay, citado, y Philip Ball, citado).
Detrás de esta competencia, destaca la aproximación contrapuesta de sus respectivos sistemas políticos a la innovación tecnológica. El gobierno estadounidense (que en el pasado propulsó activamente la carrera espacial y otros importantes desarrollos tecnológicos), mantiene desde hace años una política de “manos afuera” en este campo. El mismo es dejado a cargo de la iniciativa y del capital privados, con importante referencia a los fondos de capital de riesgo. La intervención gubernamental, cuando se materializa, va esencialmente dirigida a evitar la consolidación de monopolios tecnológicos. Ello, si bien combate el abuso de las posiciones de poder, inevitablemente penaliza a los más exitosos y los hace vulnerables ante sus competidores (en este caso los chinos).
China, por el contrario, evidencia un voluntarismo estatal sustentado en planes de la nación y políticas públicas. El mismo busca dar forma en pocos años a un desarrollo tecnológico que, dejado al curso natural de los eventos, tomaría décadas. Más aún, la sinergia existente entre el gobierno nacional y los gobiernos regionales y locales se traduce en un efecto multiplicador de alto impacto sobre el desarrollo tecnológico. Recursos, estímulos, y facilidades se acumulan así para brindar el mayor apoyo posible a la innovación tecnológica.
En pocos años podrá determinarse cuál de esos dos sistemas resultó más exitoso.