Las estimaciones de crecimiento de la población china para 2015 arrojan un déficit de 15 millones respecto a lo previsto. En lo que resta de década, la cifra podría alcanzar los 50 millones. La tasa de crecimiento natural presenta un desfase de dos puntos porcentuales. Eso explica la urgencia de atajar el descenso de la tasa de crecimiento, que obedece tanto a una tasa de mortalidad más elevada como a un deseo de fertilidad estancado. Más que en restringir el crecimiento de la población, el gobierno chino debe pensar en incrementar el apoyo a las familias.
China tiene básicamente dos grandes problemas demográficos: el envejecimiento de la población y la diferencia entre el nacimiento de varones y hembras, graves fenómenos que afectarán al país en el futuro inmediato.
En efecto, la población china envejece con mayor rapidez que con la que se enriquece. Esto no tiene antecedentes históricos y sus implicaciones son impredecibles. El censo de 2010 confirmó la entrada de China en un periodo de natalidad baja. El crecimiento promedio anual en la primera década del siglo XXI fue del 0,57%, frente al 1,07% de la década anterior (en 1960, la tasa de natalidad era de 6 hijos por cada mujer).
En cuanto al desequilibrio de géneros, partiendo de los datos consignados en dicho censo, los hombres representan el 51,27% de los chinos, mientras que las mujeres son el 48,73%. En la actualidad, según los datos oficiales, por cada 100 mujeres nacen 118,06 hombres, una cifra que supone un aumento de 1,2 puntos respecto a finales del año 2000 (en provincias como Jiangxi, Guangdong, Anhui o Henan, la proporción puede llegar a 100:130). Las estimaciones señalan que entre 2000 y 2021 habrá un total de 23,5 millones más de jóvenes chinos que de jóvenes chinas. El número de hombres en la franja de 15-49 años superará en 40-50 millones al de mujeres en la misma franja de edad hacia el año 2050.
Las medidas barajadas por el gobierno para afrontar esta tendencia son básicamente dos. De una parte, abolir la política del hijo único en un intento de incrementar la tasa de fertilidad. De otra, aumentar la edad legal de jubilación de 55 a 60 años para las mujeres y de 60 a 65 años para los hombres. Está por ver sin embargo que cambios tan largamente reclamados como el fin de la política del hijo único tenga algún efecto apreciable en el crecimiento de la población china, especialmente por el rápido aumento del coste de la vida y de la educación en muchas ciudades, que desaniman a las parejas que no cuentan con suficientes recursos para criar un segundo hijo. Por otra parte, el retraso en la edad de jubilación enfrenta una tenaz oposición de importantes sectores profesionales, incluidos los funcionarios, y puede agravar la crisis de empleo hoy en niveles controlados.
La amenaza demográfica que existía en China en las últimas décadas se ha disipado. Las autoridades lograron crear una administración altamente especializada en la planificación familiar dotada de capacidades para aplicar una política extrema en este aspecto. Los resultados están a la vista: de los 6,1 hijos por mujer de 1949 se ha pasado al 1,8 de la actualidad. En tal sentido, el éxito es notable. La aplicación de mano dura con una agresiva intervención del Estado, en muchos casos violando los derechos humanos fundamentales, ha asegurado el ritmo del proceso de reformas económicas impulsado por el PCCh de Deng Xiaoping.
Los problemas a los que ahora se enfrenta China son de otro porte. A los ya citados de envejecimiento y desequilibrio de géneros, habría que sumar la transformación de la estructura familiar tradicional. Frente a la familia con un elevado número de hijos (criar hijos para cubrir las necesidades en la vejez y a mayor número de hijos mayor felicidad) y a la consigna maoísta de que “mayor población significa mayor levadura de ideas, mayor entusiasmo y mayor energía”, los núcleos familiares de hoy están marcados por el “síndrome 4-2-1”, es decir, cuatro ancianos, dos adultos y un solo vástago.