De las mascarillas a las vacunas: crónica de la China pérfida y vil Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sociedad by Xulio Ríos

Al inicio de la pandemia, cuando todo a todos nos pilló en pañales, la irrupción de las mascarillas chinas en medio mundo fue objeto de críticas por venir acompañada de un ejercicio diplomático que visaba exhibir el poderío chino y el incremento de su influencia estratégica. En fase de salida, con las vacunas, ahora se antoja otro tanto. A China se le acusa de convertir sus vacunas en una palanca estratégica para acallar a críticos: así, por ejemplo, si un determinado país como Filipinas se convierte en destino prioritario de la vacuna de Sinopharm es para que, a cambio, Duterte abandone sus diatribas contra la política de Beijing en el Mar de China meridional; o si Indonesia, es para moderar el impulso crítico del presidente Widodo; o en el caso de Malasia, tendría como contrapartida la liberación de 60 pescadores chinos detenidos cuando faenaban en sus aguas territoriales…y más y más casos del mismo tenor.

Lo cierto es que de ser así, la estrategia china sería bastante estúpida: privilegiar el acceso de algunos países a las vacunas ahora nunca podrá impedir que pasada la urgencia las críticas retornen a su lugar y tampoco que cualquier gobierno posterior se sienta libre de cualquier hipotético compromiso. Ni se explica tampoco la inclusión en la lista de favorecidos de países como el Brasil de Bolsonaro, que tendría acceso rápido a la vacuna de Sinovac a pesar del discurso beligerante de su gobierno contra China. Pese a todo, las vacunas chinas se proyectan como una jeringuilla de influencia estratégica en Oriente Medio, Sudeste asiático y América Latina como si fuera una aguja de coser inversiones y comercio con el Covid-19…

Occidente debe ganar al precio que sea la carrera del remedio. Y de hacer caso a la mayoría de nuestros medios de comunicación, ejerciendo una presión propagandística inaudita, así ocurre. Sin validación científica suficiente en ningún caso, los avances de Pfizer/BioNtech, AstraZeneca o Moderna, por ejemplo, nos inundan por doquier, mientras que los también avances en similares circunstancias de otros competidores se incluyen en un segundo nivel y, preferiblemente, en el renglón de los etcétera. La connivencia entre medios, públicos y privados, y las multinacionales farmacéuticas adquiere el formato de un escándalo mayúsculo cuando personajes como Albert Bourla, presidente y consejero delegado de Pfizer, nos cuela la hipotética –pero no contrastada- alta eficacia de su vacuna en una estrategia que le provee un pelotazo de unos 4,76 millones de euros. Y cuando alguien –casi todos- se escandaliza, nos tratan de convencer de que no es para tanto: es todo perfectamente legal! El beneficio crematístico es lo primero.

En contraste con la perfidia y vileza chinas, la desinteresada solidaridad occidental empieza en EEUU, a la cabeza de la investigación científica (Pfizer, Moderna y Johson&Johnson). Primero es América y después quien pueda pagarla (y en el caso de Pfizer, además, gestionarla, dadas sus altas exigencias técnicas). China ofrece sus vacunas como “bien público global”, mal que pese a la “comunidad internacional” sumándose en paralelo al programa COVAX de la OMS, esa cosa de la que EEUU se retiró porque estaba “manipulada” por China, por supuesto y no es tan independiente como el FMI, el BM, la OEA, etc…

A los intereses geopolíticos se suman los económicos, liderados por el gran negocio de la industria farmacéutica occidental, la más boyante, que defiende su posición hegemónica a capa y espada. Nos referimos a uno de los sectores económicos más importantes del mundo. La Lista Fortune (500 mayores empresas del mundo) mostraba no hace mucho que el volumen de beneficios de las 10 mayores farmacéuticas superaba los beneficios acumulados por las otras 490 empresas. El mercado farmacéutico, dominado por grandes empresas de los países industrializados, supera las ganancias por ventas de armas o las telecomunicaciones. En condiciones de competencia oligopólica, unas 25 empresas de un reducido grupo de países (Estados Unidos, Unión Europea, Reino Unido, Suiza y Japón) controlan cerca del 50 por ciento del mercado mundial y dominan buena parte de la producción, investigación y comercialización de los fármacos en el mundo. No cederán terreno de buen grado.

Pero el repaso que China (y otros países de Oriente), a pesar de sus errores iniciales, está dando a los países desarrollados de Occidente en la gestión de la pandemia puede adquirir niveles ciertamente superlativos. Se agrandarán cuando no quede otro remedio que aceptar la validez de las investigaciones científicas que aseguran el origen múltiple del coronavirus, pero ya lo atisbamos ahora a la vista de la evolución de contagios y fallecidos en todo el mundo (¡¡rondando la barbaridad de las 300.000 muertes en EEUU o en la UE!!), como también en la exhibición de capacidades para eliminar de forma radical la pandemia en su territorio, de músculo de su sistema de salud o en la  producción y movilización de recursos sanitarios.