La decisión de la UNESCO de reconocer cuatro nuevas rutas del Camino de Santiago (primitivo, costero, vasco-riojano y el de Liébana) acerca un nuevo impulso a una ruta que recibió su primer reconocimiento en 1993 por parte de dicha organización internacional.
El Camino de Santiago es uno de los referentes simbólicos de la condición europea de Galicia pero también una señal de identidad de la propia Europa. Una ruta espiritual y cultural que hunde sus raíces en la dimensión originaria de una Europa integrable alrededor de los valores humanistas.
En un siglo XXI marcado por la intensificación de las migraciones de diverso signo y el auge de viejas rutas, hace falta articular las convergencias y complementariedades precisas para dotarse de un sólido magma que fundamente los intercambios de signo más pragmático.
Constatamos, por ejemplo, que China alienta el resurgir de la Ruta de la Seda (con un tramo reconocido también por la UNESCO en 2014) que desde el siglo I a.n.e. se extendió por todo el continente asiático, conectando China con Mongolia, el subcontinente indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África. El actual liderazgo chino concede gran importancia, no sólo simbólica, a este proyecto al que se proponen destinar ingentes capacidades para asegurar su revitalización.
Cuando el presidente Xi Jinping visitó el Colegio de Europa en la primavera de 2014 insistió en la importancia de combinar los acercamientos de diverso tipo entre China y el Viejo Continente, sólidos ya en lo económico y comercial, con el diálogo cultural entre las dos antiguas civilizaciones, señalando ese recurso como la piedra angular del respeto de las diferencias.
El diálogo entre el Camino de Santiago y la Ruta de la Seda es parte integrante y sustancial del diálogo Europa-China y un recuso potencial de gran valor para el fomento de los intercambios a otros niveles y para sumar convergencias de creciente influencia global. Galicia debería ponerlo en valor.
Sin descartar la importancia de un hermanamiento entre ambas rutas como mecanismo también para fomentar el turismo y la inversión china, representa una gran oportunidad para significar una agenda que profundice en un diálogo civilizatorio capaz de ofrecer claves para impulsar una cooperación actualizada y mutuamente beneficiosa.
Cabe recordar que el alma del diálogo sino-europeo debiera radicar en el encuentro cultural, en los ideales y en las personas que a partir de ellos fomentan la comprensión mutua y el entendimiento entre las respectivas sociedades.
Galicia, y Santiago en concreto (ya hermanado con Qufu, la patria de Confucio), tiene aquí un reclamo de alcance mayor que nos vincula con uno de los proyectos de mayor trascendencia del presente siglo. Sería imperdonable no aprovecharlo.