La irrupción del brote de coronavirus en China ha incidido en una serie de tópicos que permanentemente se reiteran en las informaciones que difunden los medios de comunicación y las autoridades y que dibujan un elenco de factores de incidencia en la gestión y evolución de la crisis.
Cooperación internacional. Estamos habituados a que China intente siempre solventar primero con sus propios medios cualquier problema del tipo que sea. Sin embargo, la magnitud de esta crisis ha impuesto, con una rapidez inusual, la cooperación con terceros países como factor irrenunciable. La muestra más contundente de este proceder fue el llamamiento del primer ministro Li Keqiang a la UE para que se involucrara en la crisis trazando acciones conjuntas para controlar el brote, evitar la alarma exagerada e infundada y suministrar recursos. Igualmente, la cooperación con la OMS no solo permitió validar la idoneidad de la respuesta china en un momento de cierto auge de la perplejidad y desconfianza exterior sino acelerar la búsqueda de soluciones y la adopción de un catálogo de recomendaciones fundamentado en criterios racionales y científicos.
Descentralización. El debate acerca del nivel real de autonomía decisoria de las autoridades locales o, sensu contrario, la necesidad de recabar determinados permisos previos del poder central, es una de las cuestiones clave de esta crisis y en la que se abundará en los próximos meses. Hay quien señala que la capacidad de respuesta de las autoridades se vio limitada por el retraso en la emisión de un aviso oficial de la comisión municipal de salud de Wuhan y que esta se vio influida por la necesidad de contar con el visto bueno previo de Beijing. Cabe recordar que el primer caso se produjo a primeros de diciembre y hasta mediados de enero no se reconoció la gravedad del brote. Puede que los esfuerzos iniciales de contención se vieran lastrados por los intentos de proteger una determinada imagen de tranquilidad y solvencia o, simplemente, que se necesitara un tiempo mínimo para confirmar y contrastar la trascendencia del virus en cuestión. En un segundo momento, las medidas drásticas adoptadas servirían para reflotar aquella cuestionada imagen demostrando cuán serio el gobierno se tomaba la enfermedad. Las autoridades locales tienen un papel crucial pero la tendencia centralizadora de los últimos años pudo haberles restado autonomía. Los protocolos deben ser mejorados.
Estabilidad. El ministro de seguridad Zhao Kezhi apeló a la “creación de un ambiente seguro y estable”, invitando a tomar medidas enérgicas contra las actividades ilegales (como el comercio de falsos medicamentos, acaparamiento de mascarillas, etc.) y a mantener la disciplina social. En este sentido, pese a algunos incidentes aislados, justo es reconocer la comprensión con que la mayoría de la sociedad acompañó las decisiones oficiales. Por otra parte, el “buen ambiente en línea” se ha traducido en un mayor control de la Red.
Implicaciones económicas. Que el impacto sea crítico o manejable va a depender en gran medida de la duración de la epidemia. Esta ha afectado a todos los sectores económicos, pero especialmente a los servicios, manufacturero y comercial. La crisis podría disminuir entre 1 y 1,5 puntos porcentuales el crecimiento en 2020, obligando a medidas de estímulo incluso para lograr superar el 5 por ciento. Naturalmente, la repercusión de la pérdida de impulso de la economía china afectará a la región y al mundo.
Implicaciones territoriales. La crisis puso de manifiesto la pervivencia de las tensiones en este ámbito. En pleno auge de la epidemia, el personal médico de Hong Kong anunció una huelga para blindar la región administrativa frente al continente. Por otra parte, en Taiwán, primero se prohibió la exportación de mascarillas a China continental y después se reclamó a la OMS que consintiera la participación en actividades de esa entidad relacionadas con la emergencia para expandir el «espacio internacional» de la isla que Beijing intenta reducir.
Inversión social. La crisis ha puesto de manifiesto algo que ya sabíamos: que China, segunda economía del mundo pero país en vías de desarrollo, necesita mejorar su sistema de salud pública y los mecanismos de respuesta. Ha habido progresos en los últimos años y la sanidad es uno de los pilares de la “sociedad acomodada” que el gobierno pretendía anunciar a bombo y platillo este año. No obstante, subsisten carencias relevantes, especialmente en el medio rural, sobre las que procede actuar de forma sostenida en los próximos lustros.
Reactividad híbrida. La diferenciación de papeles (el Estado en la gestión de la crisis y el Partido al timón de la vanguardia política) se evidenció en la distinta actitud mostrada por el primer ministro Li Keqiang o el presidente Xi Jinping. Este último permaneció en segundo plano en las primeras semanas. Después del 25 de enero, cuando se creó un grupo dirigente central con Li Keqiang al frente, el PCCh y Xi, sobre todo tras la visita de Li a Wuhan, pasaron a primer plano junto al intento de reclamar el reconocimiento de la superioridad de su respuesta en condiciones de gran dificultad y estableciendo un nuevo estándar global para afrontar estas crisis.
Repercusiones sociales. La coincidencia con la mayor migración anual del mundo por las vacaciones de la Fiesta de la Primavera implicó un reto sin igual, obligando a la extensión de la festividad y el aplazamiento del inicio del semestre escolar o afectando a la vuelta a la normalidad de muchas empresas. Uno de los sectores más afectados son los mingong (260 millones de migrantes internos) que padecerán las dificultades del transporte y forzarán la disminución de la producción industrial.
Seguridad alimentaria. Pudiera estar en el origen del brote y los escándalos en este aspecto en los últimos años son conocidos y recurrentes. Es evidente que se requieren medidas más severas de control, fortalecer la higiene e incidir en la alteración de determinadas pautas culturales.
Sinofobia. Se han producido casos desagradables, producto de la ignorancia, de la desinformación y también consecuencia de quienes, oportunistamente, alientan las viejas teorías de la amenaza china. El temor ha derivado en discriminación hacia una comunidad entera. La ansiedad pública ha llevado a la multiplicación de acciones hipervigilantes que asocian a todos los chinos como portadores del virus estableciendo una matriz de opinión netamente negativa que carece de fundamento. Por otra parte, medidas como las misiones de evacuación y la cancelación de vuelos, no recomendadas por la OMS, sugieren cálculos de naturaleza política que abundan en el aislamiento del país. Miles de chinos han quedado varados en el extranjero como consecuencia de restricciones unilaterales de viaje.
Tensión estratégica. EEUU ha hecho comentarios inverosímiles. El secretario de Comercio, Wilbur Ross, dijo que el virus podría ayudar a “llevar de vuelta puestos de trabajo”. Washington también prohibió la entrada de todos los extranjeros que hubieran visitado China en las últimas semanas, en contradicción con lo sugerido por la propia OMS. Washington fue también el primero en evacuar al personal de su consulado en Wuhan estableciendo así un patrón de respuesta para otros países. La imposición de restricciones excesivas y sin fundamento fue considerada en Beijing como un intento de aprovecharse de las dificultades para obtener pírricas ventajas en el diferendo estratégico que les enfrenta.
Transparencia. Punto en extremo sensible, ha sido uno de los principales caballos de batalla de la crisis. A la tentación del encubrimiento se ha impuesto la fluidez de la información. Esto es evidente si establecemos una comparación con la crisis del SARS de 2002-2003. Indudablemente, eso no quita que se pueda mejorar.