El tamaño no lo es todo

In Análisis, Sociedad by PSTBS12378sxedeOPCH

La confirmación de China como la segunda mayor economía del mundo por delante de Japón, legitima un poco más la estrategia aplicada por el Partido Comunista en los últimos treinta años, al plasmar con éxito un proceso de acumulación que no tiene parangón en la historia. Hace solo cinco años, China era la quinta economía del mundo. Pero estos datos también agrandan un poco más la sombra de un desarrollo que presenta numerosas grietas y refuerza la urgencia de introducir en él importantes correctivos.

La China número dos representa un 8,5% de la economía mundial (mientras Europa y EEUU representan el 53%). Con menos de una décima parte de la riqueza mundial, debe satisfacer las necesidades del 20 por ciento de la población del planeta. Su rendimiento productivo per cápita no alcanza el 50% del promedio del orbe. En el Foro de Davos celebrado en enero último, los líderes empresariales del mundo la señalaron como principal motor del crecimiento económico global y, a la vista de los números absolutos, no pocos cuestionaron que el gigante asiático deba ser considerado una economía emergente. Su desarrollo puede ser incompleto, pero su tamaño y volumen importan mucho al resto del mundo. Las previsiones abundan en que China será la mayor economía del planeta en 2018 y en 2050 China irá a la cabeza con un PIB superior en un 57 por ciento al de Estados Unidos, pero aun en dicho contexto, la renta media de los chinos supondrá aproximadamente la mitad de la de los estadounidenses. Este argumento le sirve a China para rechazar la asunción de mayores responsabilidades globales, pero difícilmente le valdrá para escabullirse de las exigencias sociales internas, hoy día en plena efervescencia.

El nivel alcanzado por la economía china configura una realidad caracterizada por la combinación de avances deslumbrantes y carencias no menos espectaculares. El desarrollo humano no va ni mucho menos a la par del desarrollo económico. Yéndonos al otro extremo, solo desde 2007, por ejemplo, ha habido informes de casos de esclavitud en 10 provincias y está documentada oficialmente la muerte de 20 esclavos, todos ellos discapacitados psíquicos. Pudiera ser anecdótico y excepcional, pero es un dato que también muestra los múltiples agujeros negros de esa vitalidad económica que tanto parece fluir por las venas de China transformando el poderío y la influencia integral del país, pero no tanto la vida de buena parte de sus gentes.

Si algo adjetiva el crecimiento chino es lo injusto del reparto de sus beneficios. Las propias autoridades lo reconocen hoy sin ambages. El ingreso per cápita en el rural ascendió a 896 dólares en 2010, creciendo a gran velocidad, pero sigue equivaliendo a un tercio de la renta de los residentes urbanos (2.900 dólares). El plan quinquenal (que aun condiciona y mucho la evolución de tan peculiar economía de mercado), a aprobarse el mes próximo, se fija como meta más ambiciosa propiciar un vuelco sustancial en la brecha que separa los ingresos urbanos y rurales, y la principal promesa consiste en que los ingresos se incrementarán a la par que el desarrollo económico. No es la primera vez que se enuncian dichos objetivos, pero el riesgo de inestabilidad aumenta a medida que los datos empíricos ofrecen argumentos demoledores contra quienes se obstinan en anteponer el crecimiento a una elemental socialización de la prosperidad, piedra angular de una estrategia que dice ambicionar un desarrollo sostenible, poniendo coto a la desigualad.

La realidad actual convierte la economía socialista de mercado y el discurso de impronta revolucionaria, de nuevo por sus fueros, de las autoridades, en un artificio político destinado a poco más que amortiguar las exigencias de un reparto más equitativo de la riqueza y de los beneficios del desarrollo acelerado experimentado por el país. La solución, según Hu Jintao, está en volver al marxismo y a los tradicionales valores confucianos. Pero del dicho al hecho ….

El PIB per cápita de China se aproxima ya a los 4.500 dólares. No obstante, los datos más recientes señalan que en el país se consumen 6.500 millones de dólares al año en productos de lujo, estimándose que la cifra de consumidores de alto poder adquisitivo pasará de 40 a 160 millones en los próximos cinco años. Mientras, a pesar de haberse erradicado en su práctica totalidad la extrema pobreza, cien millones de pobres sobreviven con un nivel de ingresos inferior a los 226 dólares al año.

La segunda economía del mundo tiene serias dificultades para traducir en efectos positivos prácticos para la inmensa mayoría de los ciudadanos esa mejora que traducen las estadísticas. Sus diferencias regionales, muy acusadas, y los desniveles en su desarrollo social, la deficiente protección ambiental acompañada de conflictos cada vez más violentos, etc., configuran un magma explosivo que explica el aumento continuo de los disturbios y el descontento.

China no se resignará a ser el número dos. Dispone de las condiciones objetivas para alcanzar la supremacía económica global, sobrepasando a Europa y a EEUU y recuperando la posición central que ocupó hasta el siglo XVIII, pero para lograrlo deberá prestar atención a las demandas de una sociedad cada día más exigente y dispuesta a decir NO. Lejos de ralentizar el crecimiento, puede aportarle no solo más calidad sino también la estabilidad y cohesión necesarias para hacerlo irreversible.