El presidente chino Xi Jinping se comprometió recientemente a tratar con mano de hierro a los contaminadores. No obstante, el problema es que la contaminación en China va mucho más allá de las acciones individuales de presuntos inconscientes, en su mayoría dirigentes de empresas nombrados por el propio PCCh y a la vez estimulados para alcanzar determinados objetivos mínimos de crecimiento.
China enfrenta graves problemas de polución tanto de sus suelos como de los ríos, las aguas subterráneas o el aire. La toma de conciencia acerca de esta problemática es evidente aunque ha llevado su tiempo. Hoy día, el sueño chino ya no puede ser un sueño contaminado. El ambiente forma parte del debate público y es origen de importantes movilizaciones sociales que ponen contra las cuerdas a las autoridades. El nuevo ministro de Medio ambiente, Chen Jining, anunciado en el curso de las sesiones parlamentarias que se celebran este mes de marzo en la capital china, ex rector de la Universidad Xinhua, es indicativo de que el tiempo de los francotiradores pasó. La catástrofe ambiental es de tal magnitud que no hay más opción que actuar con urgencia y decisión. Por ejemplo, unos 3,3 millones de hectáreas de tierras agrícolas, la mayor parte de las regiones de cereales, están gravemente contaminadas por metales pesados, afectando a la seguridad alimentaria del país.
Desde que en 2009, la embajada de EEUU en Beijing dio a conocer los malos índices de la calidad del aire, el secretismo fue cediendo paso a actitudes de transparencia cada vez más comunes. La puesta en evidencia de la complicidad entre autoridades locales e industrias contaminantes provocó la adopción de medidas de ruptura que fueron reduciendo el valor cosmético de las decisiones oficiales para entrar de lleno en la corrección y control de las emisiones más contaminantes.
La irrupción reciente del documental de Chai Jing a propósito de la situación ambiental del país revela una concienciación pública cada vez mayor pero igualmente el papel cívico en la definición de la agenda pública y de la actitud de la burocracia. El impacto del documento, luego censurado, está en la raíz de las declaraciones de Xi Jinping. Más allá de las acusaciones de populismo o de déficits de documentación y rigor en su investigación, revela el aumento de la sensibilidad pública y la comunión con su sinceridad.
Pero las causas del desastre ambiental en China no obedecen a razones subjetivas sino estructurales. Es consecuencia, en un plano general, de un modelo de desarrollo que afortunadamente vive sus últimos días, y más en concreto de la combustión del carbón en el caso de la contaminación atmosférica. China quemó en 2013 más carbón que la totalidad del resto del mundo, un carbón de mala calidad y con bajos controles. A ello debemos unir el aumento del número de automóviles con una industria en auge o el pésimo refinado de la industria del petróleo.
Nadie en China puede hacer la vista gorda respecto al desastre ecológico. El primer ministro Li Keqiang habló ante el macroparlamento chino de la luz roja enviada por la naturaleza contra un modelo de desarrollo insostenible, planteando una lucha contra la polución a similar nivel que la desarrollada en su día contra la pobreza. Estas palabras tienen como respaldo una clara voluntad política pero precisa dinero contante y sonante para reducir las emisiones de carbono.
Dada la naturaleza del problema, esto tiene también consecuencias internacionales importantes. El acuerdo logrado en 2014 entre China y EEUU a propósito del cambio climático, muestra una ruptura significativa respecto a la actitud de Beijing en 2009, en la cumbre de Copenhague, cuando evidenció su liderazgo entre los países emergentes para seguir primando el desarrollo económico sobre las consideraciones ambientales. Es posible que no modifique su criterio general (responsabilidades compartidas pero diferenciadas) pero habrá cifras concretas y, quizá, verificaciones independientes que aun son de difícil aceptación para China. Lo sabremos pronto, cuando en París una nueva cumbre del clima decida sobre estos asuntos, como ya es habitual, negociando al borde del fracaso.