La reciente sucesión de acuchillamientos indiscriminados en varios lugares de China (Beijing, Shenzhen), unida a la detonación de una bomba casera en una acción individual de protesta que tuvo lugar en el aeropuerto internacional de la capital así como los temores a que se produzca un hecho trágico en la red de metro de la capital que han puesto en situación de alerta a la policía de la ciudad, ilustran, más allá de los casos concretos de enfermos mentales, el desasosiego y la frustración de numerosas víctimas de los atropellos del poder, de las injusticias y la impotencia frente a la insensibilidad de las autoridades que desprecian y niegan cualquier tipo de indemnización o reconocimiento. En junio, un desempleado hizo volar por los aires un autobús en Xiamen causando la muerte de 47 personas….
La compasión y hasta la simpatía que provoca en algunos casos la desesperación de estos desahuciados del boom económico chino en buena parte de la sociedad, evidencian el alcance de los agujeros negros del milagro económico. La reforma y apertura han colmado a China de reconocimiento internacional pero también derivó en una sociedad extremadamente desigual e injusta sin que se aplique suficiente energía para corregir tal situación. Por otra parte, cabe esperar que la actual moderación del crecimiento agudice las dificultades de los sectores que viven en la periferia de la bonanza pudiendo cristalizar en múltiples expresiones de protesta desesperada.
Estos hechos, que se suman a episodios de años anteriores como los ataques a guarderías, destacan igualmente lo anquilosado y arbitrario del sistema institucional para responder a las demandas de justicia de los que se estiman agraviados. Es la impotencia y la falta de confianza en la virtud reparadora del sistema lo que aboca a los individuos a responder a los abusos de poder con “castigos” indiscriminados que lamentablemente se ensañan con la vida y la integridad de otros inocentes. Su propósito, llamar la atención de la opinión pública obligando entonces a las autoridades a reaccionar frente a los responsables, a menudo, autoridades locales. Muchas recriminaciones apuntan a los chengguan, una policía local habituada a ejercer el matonismo con los más débiles.
No solo quedan al descubierto las injusticias, cada vez más aireadas a través de las redes sociales, sino igualmente lo anacrónico de mecanismos como el sistema de “peticiones”, propio del feudalismo imperial, y que no hace sino acumular frustración y desesperanza ante la desidia del aparato político-administrativo y la impunidad de los culpables, en muchos casos, funcionarios de policía que se exceden en sus cometidos provocando incluso la muerte con sus malos tratos (caso reciente de un vendedor ambulante en Liwu, Hunan).
La justicia no es un acto graciable. Sería aconsejable dotarse de un mecanismo legal que tutele los derechos de los ciudadanos y les provea del derecho natural al recurso frente a las injusticias y atropellos, con garantías de independencia e imparcialidad en su tramitación y resolución. La habilitación de estos mecanismos puede aportar esa mínima recuperación de la confianza hoy quebrada a la espera de una corrección de las desigualdades, que llevará su tiempo, más del deseable. La injusticia sin esperanza de reparación es injusticia por partida doble.
Los hechos de estos días no son fenómenos puntuales y aislados, son la punta del iceberg, el espejo que refleja la gravedad de las rupturas que fragilizan la sociedad china, especialmente en los entornos urbanos donde conviven la extrema riqueza con millones de inmigrantes rurales pobres.