La Revolución Cultural: del documento de los 16 puntos a la violencia de los guardias rojos Fernando Prieto es historiador especializado en Asia Oriental y máster en Economía y Negocios de China e India

In Análisis, Sociedad by Xulio Ríos

El 8 de agosto de 1966 se publicó la Decisión del Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh) sobre la Gran Revolución Cultural Proletaria, más conocida como documento de los 16 puntos. Comenzaba, por tanto, la Revolución Cultural, y con ella entraban en escena los guardias rojos. En este artículo analizo lo ocurrido en China durante los años 1966 y 1968.

El documento de los 16 puntos

En este documento el Comité Central marca la hoja de ruta durante el periodo revolucionario que estaba dando comienzo, los objetivos fundamentales, señala quiénes son los enemigos y cómo reconocerlos, los métodos a seguir y las nuevas estructuras de poder que se deben afianzar (grupos, comités y congresos de la Revolución Cultural).

A pesar de su carácter profundamente revolucionario y rupturista, a través de varios puntos del texto se demuestra que su intención no es destruir el PCCh desde dentro, pues acotan el fervor revolucionario: la gran mayoría de los cuadros son buenos o relativamente buenos (punto 8), «la crítica a una persona por su nombre en la prensa debe ser decidida, después de una discusión, por el comité del Partido al nivel correspondiente» (punto 11), lo que implica que no se reniega de la estructura jerárquica del PCCh -algo que entra en contradicción con el llamamiento a las masas a rebelarse-, y finalmente el punto más importante, el 15, que afirma que en lo relativo a las fuerzas armadas la Revolución Cultural deberá ser tutelada desde arriba, separando de este modo al Ejército Popular de Liberación del resto de ciudadanos chinos.

Más allá de las contradicciones y actitudes conservadoras presentes en el documento, el objetivo final del mismo era, una vez que se había conseguido imponer por las armas un Estado socialista, emprender una revolución dentro de la revolución para dotar a la infraestructura marxista (transformación socialista de la propiedad de los medios de producción) de una superestructura, adquiriendo así una conciencia socialista y desterrando las ideas burguesas de la vieja sociedad que todavía quedaban en la mente de la sociedad, a pesar de la derrota de la clase explotadora en 1949. El mismo documento se refiere a la revolución en ciernes como «una gran revolución que llega al alma misma de la gente», una afirmación un tanto exagerada que analizada fríamente esconde hasta qué punto llegaría este proceso, ya que acabar con las ideas viejas suponía ir un paso más allá de declarar la guerra a los capitalistas o a los imperialistas japoneses.

Para Mao, estas ideas seguían existiendo en varios miembros de la cúpula del PCCh, así como en otros cargos provinciales y locales que, al ocupar puestos de poder, actuaban de forma contraria al marxismo-leninismo, evitando guiar al pueblo chino correctamente. Se buscaba avanzar una etapa más en la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, en este caso en el terreno ideológico y cultural después de imponerse la revolución socialista.

Mao comparó en una reunión del Comité Permanente del Politburó el envío de los equipos de trabajo con la represión de los movimientos estudiantiles en épocas pasadas, especialmente bajo el gobierno del Kuomintang del ex presidente y militar Chiang Kai-shek.  Su crítica no quedaba ahí, y tres días después,  entre los ataques a Liu Shaoqi por parte de varios representantes de la izquierda más radical del PCCh, se aprobó el documento de los 16 puntos.

La XI Sesión Plenaria del VIII Comité Central del PCCh

Coincidiendo con el inicio de la Revolución Cultural, lo que no fue una casualidad, se celebró la XI Sesión Plenaria del VIII Comité Central -la primera en cuatro años- entre los días 1 y 12 de agosto. Mao propuso reelegir al Politburó y su Comité Central Permanente, tratando de adaptarlo a las nuevas necesidades del movimiento que comenzaría durante la celebración del pleno.

Liu Shaoqi, señalado como el principal culpable del envío de los equipos de trabajo a los campus universitarios, fue degradado del segundo al octavo puesto de la jerarquía del Partido, desapareciendo cualquier opción de ser el sucesor de Mao.

Deng Xiaoping, otro de los responsables, subió del séptimo al sexto puesto, un ascenso irrelevante, puesto que en la práctica ambos perdieron el mando. El mayor beneficiado de la reestructuración fue Lin Biao, que alcanzó el segundo puesto y fue nombrado vicepresidente único del Comité Central, lo que en la práctica suponía el nombramiento de Lin como sucesor de Mao.

Los guardias rojos

El mes de agosto también fue definitivo para la efervescencia de los jóvenes que se habían enfrentado a los equipos de trabajo en los campus universitarios, denominados guardias rojos. Mao recurrió a ellos sabedor de que eran los únicos sin «deudas» ni sometidos al aparato del PCCh.

El 1 de agosto Mao dio el respaldo que necesitaban los guardias rojos para desatar el caos y salir de los campus. El día 17 se produjo la primera explosión de delirio colectivo al superarse el millón de jóvenes en la plaza Tiannamen para recibir al Gran Timonel, que realizó su aparición estelar alrededor de las cinco de la mañana, cuando caían los primeros rayos de sol. El simbolismo fue cuidado hasta el extremo: su aparición al amanecer estaba relacionada con una de las canciones más populares de la Revolución Cultural, que sirvió prácticamente como himno nacional, “el Este/Oriente es Rojo”. Mao y el resto de miembros del Politburó aparecieron con el uniforme del Ejército Popular de Liberación, trazando paralelismos entre la guerra que llevó al PCCh al poder y la revolución que se estaba desatando a través de la juventud china.

El gesto definitivo se produjo cuando una estudiante puso a Mao el brazalete de los guardias rojos, mostrando desde ese momento que su lucha era la del presidente Mao.

La multitud portaba cuadros de Mao y coreaba su nombre, pasando de la veneración del líder a su divinización. Desde aquél entonces Mao fue el eje central de la vida de millones de jóvenes en toda China, siendo capaces de matar y morir por defender su pensamiento.

La del 17 de junio fue la primera gran congregación de jóvenes llegados de todo el país a la plaza de Tiananmen, alcanzando la decena cuando finalizaba 1966. Estas congregaciones servían para que los jóvenes formaran parte del éxtasis colectivo y regresaran a sus lugares de origen henchidos del espíritu revolucionario. Es más, los guardias rojos podían viajar en tren por todo el país de manera gratuita, pudiendo así difundir el pensamiento de Mao por todas las regiones.

La violencia que posteriormente se desató, dejando varios miles de muertos de agosto a diciembre, estuvo auspiciada por el sector más radical del PCCh: Lin Biao había llamado a «acabar con los cuatro viejos: el viejo pensamiento, la vieja cultura, las viejas costumbres y las viejas prácticas», mientras el ministro de Seguridad, Xie Fuzhi, no se quedaba atrás:

«¿Deben ser castigados los guardias rojos que matan a la gente? Mi opinión es que si la gente muere, muere; no es asunto nuestro. […] La policía del pueblo se debe mantener del lado de los guardias rojos, comunicarse con ellos, simpatizar con ellos y proporcionarles información».

Destacó por encima de cualquier frase una cita de Mao que acompañó a los guardias rojos en sus primeros pasos, «rebelarse es justo», sirviendo de justificación para sus acciones.

Espiral de violencia y destrucción

El caos desatado por los guardias rojos no tenía precedentes, cayendo en una espiral de violencia y destrucción. No focalizaron sus esfuerzos en un objetivo determinado, cualquiera podía ser visto como un enemigo: profesores, cuadros del PCCh, mujeres con coletas, intelectuales, etc., e incluso otros guardias rojos. Las luchas por el origen de cada grupo o por demostrar una mayor devoción por Mao se produjeron desde un principio.

Además de la violencia física y psicológica ejercida contra otros chinos, la destrucción de los guardias rojos llegó a otras esferas: los libros, antigüedades, oro, plata, joyas o incluso pinturas levantaban sospechas, siendo habituales las hogueras para acabar con los libros y manuscritos, perdiéndose copias únicas de algunos textos. La arquitectura tampoco quedó al margen, el llamamiento a acabar con los cuatro viejos fue tomado al pie de la letra, llegando a destruirse las puertas de entrada a las ciudades, templos, esculturas, e incluso la tumba de Confucio en Qufu resultó dañada. La Ciudad Prohibida quedó intacta por la mediación de Zhou Enlai, que envió tropas para protegerla. La iconoclastia que mostraron los guardias rojos no tenía precedentes en el movimiento comunista chino, sorprendiendo y aterrando a veteranos que lucharon por proclamar la República Popular.

Sus excesos fueron estrechando el cerco sobre la élite comunista, imparables al justificarse citando el documento de los dieciséis puntos, exactamente un fragmento del punto cuatro: «confiad en las masas, creed en ellas y respetad sus iniciativas».

Comenzaron por profesores e intelectuales, pasando por miembros del alto funcionariado educativo y representantes de los comités provinciales,  sin olvidar a los ciudadanos chinos que fueron vinculados con la burguesía y a los que se procedió a castigar a sus descendientes recurriendo al eslogan «si el padre es un héroe, el hijo tiene coraje; si el padre es un reaccionario, el hijo es un bastardo», lo que fue rechazado por Mao al considerarlo una aseveración idealista (lo que permitió aumentar el número de guardias rojos al poder formar parte de los mismos los hijos de represaliados), entre otros, pero según se acercaba el mes de octubre de 1966 asumieron nuevos objetivos.

Los funcionarios vinculados con la educación, así como los miembros de los comités provinciales del PCCh fueron perseguidos, llegando al punto de apuntar hacia el Comité Central. Liu Shaoqi y Deng Xiaoping tuvieron que realizar autocríticas, aunque fueron acusados, señalando sus nombres, de querer imponer una dictadura capitalista en multitud de pancartas. Destacados miembros del PCCh como Tao Zhu, cuarto en grado de relevancia interno tras Mao, Lin y Zhou, o el mariscal He Long, fueron destituidos y acusados por los guardias rojos, demostrando que los veteranos y héores del pasado no eran intocables.

La caída de Liu Shaoqi

Liu Shaoqi era el siguiente objetivo: tras perder en enero la línea telefónica que le mantenía comunicado con otros miembros del Politburó, se produjo un nuevo avance en febrero de 1967, cuando dos de sus hijos, presionados por Jiang Qing, colgaron una pancarta en el interior de los muros de Zhongnanhai, sede del gobierno central del PCCh y lugar de residencia de los altos cargos, donde acusaban directamente a su padre («contemplad la despreciable alma de Liu Shaoqi”). Horas después, su residencia fue asaltada por guardias rojos, donde fue obligado a escuchar sus denuncias y a recitar citas del “Pequeño Libro Rojo”. Su mujer, Wang Guangmei, también fue sometida a sesiones de lucha, sufriendo diversas humillaciones.

Durante la XII Sesión Plenaria del VIII Comité Central, celebrada el 13 de septiembre de 1968, se aprobó la destitución de Liu Shaoqi, así como su expulsión del PCCh por «renegado, traidor y esquirol», incluso por «lacayo del imperialismo, del revisionismo moderno y de los reaccionarios del Kuomintang».

Finalmente Liu falleció el 12 de noviembre de 1968, en un edificio vacío y sin calefacción dentro de los cuarteles del Comité Provincial de Henan, en Kaifeng, la capital de dicha provincia. Murió a los 70 años, aislado y abandonado, sin ser trasladado al hospital tras sufrir una neumonía.

El fin de los guardias rojos

Además de los estudiantes, Mao se sirvió de otros grupos leales formados por trabajadores ajenos a la influencia de los altos cargos del  PCCh, sirviendo como una herramienta más para imponer la revolución sin interferencias de miembros del PCCh que pudieran oponerse a la misma.

Ya desde el invierno de 1966 los obreros comenzaron a organizarse en grupos, lo que Mao aprobó extendiéndolo a otros sectores como el comercial o el gubernamental. Al igual que los guardias rojos se dividieron desde muy pronto en facciones (por un lado los que querían acabar con todo rastro de poder y por otro los que defendían el papel del Partido dentro de la revolución, considerados conservadores).

Uno de los casos más destacados de la intervención de estos grupos tuvo lugar en Shanghai en enero de 1967, cuando los rebeldes de un joven llamado Wang Hongwen, el Cuartel General Revolucionario de los Trabajadores, tomó el control de los principales periódicos de la ciudad en su lucha contra otra facción apoyada por el comité provincial del PCCh. Mao rompió el statu quo enviando a Zhang Chunqiao y a Yao Wenyuan a Shanghai para que transmitieran que el comité del PCCh en la ciudad debía caer. Era la señal de salida para que fueran cayendo los comités provinciales del PCCh en todo el país.

El modelo resultante en Shanghai fue la Comuna Popular, idea rechazada por Mao y que tuvo su sustitución por un nuevo órgano de poder, el Comité Revolucionario, formado por una alianza tripartita: rebeldes revolucionarios, representates del EPL y cuadros veteranos.

A partir de 1967, coincidiendo con el establecimiento de los comités revolucionarios después de hacer caer las antiguas estructuras provinciales, la importancia de los guardias rojos comenzó a diluirse, al no tener otro valor que el destructivo. Se multiplicaron los enfrentamientos violentos entre facciones rivales, sólo aplacados por la intervención del Ejército Popular de Liberación, sofocando por las armas las disputas entre guardias rojos.

A pesar de que continuaron existiendo su número se redujo considerablemente, reestableciéndose las clases en octubre de 1967.

Finalmente Mao, rodeado de las grandes personalidades surgidas de la Revolución Cultural, transmitió a los representantes de los guardias rojos, en julio de 1968, que había llegado el momento de poner fin a sus andanzas. En otoño del mismo año algunos fueron enviados al campo dentro de un programa de ruralización («subir a las montañas y bajar a los pueblos»), alejándolos de las ciudades. La denominación siguió vigente hasta el fin del maoísmo, pero sus días de terror llegaron a su fin.  Los guardias rojos habían cumplido su misión.