La senda que China se ha marcado para el que será su 13º Plan Quinquenal 2016-2020, tiene como uno de sus objetivos principales el que el país alcance en 2020 unos niveles de PIB y PIB per cápita que dupliquen los de 2010.
Ese ambicioso objetivo requiere de unos niveles de crecimiento económico “moderadamente altos” para alcanzar tal fin. Por ello, ante la ralentización del crecimiento chino (lejos quedan ya los ritmos de dos dígitos de hace unos años), los especialistas avisan de que China necesitará alcanzar, al menos, unos niveles de entre el 6,5%-7% en los próximos años. Ese es el ritmo de crecimiento previsto en el nuevo Plan Quinquenal y ese es, además, el objetivo que los dirigentes chinos se muestran dispuestos a conseguir.
En este contexto, recientemente, el que fuera economista jefe del Banco Mundial, Justin Yifu Lin, señalaba que una de las principales claves para el logro de ese ritmo de crecimiento al que el país aspira (y que no está al alcance de ninguna otra de las grandes economías mundiales) es el proceso de urbanización en curso en China. Más específicamente, señalaba la enorme oportunidad para China (con una tasa de urbanización actual cercana al 55% de su población) de tener todavía pendiente el completar ese proceso, hasta llegar a alcanzar los niveles de urbanización de los países avanzados (que se sitúan por encima del 80% en muchos de ellos).
Es ahí, en la urbanización, donde parecen ubicarse las grandes oportunidades de crecimiento del consumo privado y de inversión en infraestructuras (necesarias para el funcionamiento de las urbes y para la provisión de servicios a sus residentes) que deben actuar como garantía de esos ritmos de crecimiento.
No hay duda de la importancia de la urbanización como motor del crecimiento en China. Ha sido evidente en los últimos años y lo seguirá siendo en el futuro. Pero no solo por las magnitudes de ese proceso (se estima que cerca de 1.000 millones de personas vivirán en ciudades en el año 2025), si no, además, por las grandes implicaciones que ese fenómeno de la urbanización tiene para la estabilidad social, institucional, económica, medioambiental y, también política, del país.
Por todo ello, cuando hablamos y reflexionamos sobre China, sus retos, sus desafíos y su posible devenir en los próximos años, la urbanización es un elemento que debemos tener siempre presente y que, por tanto, debemos estudiar en profundidad.
En este sentido, no es posible entender el gran volumen de cambios regulatorios o las nuevas reglamentaciones de mucho calado que China lleva implementando estos últimos tiempos, en muchos ámbitos, sin encuadrarlos en el marco común de la necesidad de una urbanización sana y ordenada. Todas estas reformas no son, en ningún caso, decisiones aisladas unas de otras, si no componentes de una respuesta multidimensional de las autoridades chinas ante los retos del futuro, muy vinculados, todos ellos, a ese proceso de urbanización que se necesita regular y encauzar de forma sostenible.
De esta forma, la decisión de facilitar la adquisición del “hukou” urbano por los trabajadores migrantes; las reformas en la financiación de las entidades locales; las medidas dirigidas a la protección medioambiental; las reformas anunciadas en el sistema de jubilación y de pensiones; o, incluso, la derogación de la política del hijo único y la necesidad de dar respuestas al reto demográfico del envejecimiento, se encuentran, todas ellas, dentro de ese marco de la urbanización, pieza clave en la “nueva normalidad” china y en la búsqueda de esa “sociedad moderadamente acomodada” que es el paradigma de sus responsables.
La mejor muestra de la coherencia de todas esas medidas entre si la tenemos al analizar con detenimiento el documento que marca los objetivos de la urbanización en China y que indica las medidas a adoptar para que la misma sea sostenible. Se trata del “National New-Type Urbanisation Plan 2014-2020”, publicado en marzo de 2014. Este es el texto de referencia para entender la potencia de la apuesta de China por un nuevo modelo de urbanización y su compromiso por encauzar las reformas necesarias para ello. En ese Plan ya se detallaban, desde 2014, incluso con objetivos cuantificados, muchas de las medidas que se han empezado a poner en marcha en los últimos meses y que tanto han llamado nuestra atención.
Este Plan es, a mi juicio, una excelente muestra de la centralidad de este proceso de urbanización para China y de las muchas implicaciones del mismo. La relevancia del mismos se ha reforzado, además, a la luz de los contenidos avanzados del 13º Plan Quinquenal (cuya aprobación definitiva se producirá en el mes de marzo de este año) ya que en el mismo se han incorporado las grandes líneas que, en lo referente a la urbanización y al desarrollo territorial, se señalaban en el Plan de Nueva Urbanización.
Por todo ello, y en conclusión, no cabe duda de que este ámbito de la urbanización, y sus implicaciones, debe ser objeto de la máxima atención. No solo porque en ello se encuentra, como se señalaba, un vasto campo de oportunidades económicas (que debería estar siendo más atentamente analizado y aprovechado, por ejemplo, por nuestras empresas) si no también, más aún, porque el mismo está muy ligado al propio devenir de China y de su capacidad de dar respuesta a algunas de las principales cuestiones que amenazan su modelo de desarrollo.