China siempre ha hecho valer su aportación a la reducción de la pobreza como uno de los efectos más positivos del actual proceso de reforma, a la par cuestionado por la enormidad de las desigualdades y desequilibrios que también ha provocado. En un libro blanco sobre este tema presentado el pasado 16 de noviembre se destaca precisamente la considerable mejora experimentada en la situación del mundo rural en los últimos años, a donde se remite mayormente dicho fenómeno si bien los síntomas urbanos son cada vez más visibles y notorios.
Unas semanas después, a primeros de diciembre, el gobierno anunció la elevación de la renta mínima de los residentes rurales a 2.300 yuanes anuales. Esto significa que numerosas familias van a recibir más ayudas públicas ya que supone un alza del 92 por ciento en relación al umbral precedente, establecido en 2009 (1.274 yuanes) y que en opinión de muchos infravaloraba el volumen de la población pobre realmente existente en el entorno rural. Así, en unas semanas, pasamos de 26,88 millones personas con un nivel de renta por debajo del umbral oficial de pobreza a casi 100 millones, una cifra superior a la de hace una década (en 2001, los considerados pobres eran 94,22 millones de personas). Según la ONU, unos 150 millones de chinos viven con menos de un dólar al día.
¿Qué razones han movido al gobierno chino a realizar semejante ajuste en este preciso instante? En primer lugar, evitar riesgos en las zonas rurales en un momento en que las dificultades económicas pueden suponer el regreso al campo de millones de trabajadores que hasta ahora han nutrido la industria en el sur del país donde se espera un semestre plagado de dificultades. Las tensiones que se registran actualmente en Guangdong, origen de la cuarta parte de las exportaciones chinas, constituyen un claro aviso. En segundo lugar, argumentar mejor la lógica de las exigencias internas, no solo gubernamentales, de prestar una mayor atención a los sectores más desfavorecidos. Ello brinda razones de peso frente a quienes señalan que China ya no es un país en desarrollo y que debe colaborar de forma más comprometida en la solución de ciertos problemas globales. La exhibición del contraste entre los buses del transporte escolar en China, que han acaparado la atención pública a raíz de algunos accidentes, y los donados por el gobierno de Beijing a Macedonia, ilustra tal estado de cosas. Menos problemática y contestada parece la ayuda a través de terceras vías como el tratamiento de cero aranceles o medidas similares en el comercio con los países menos desarrollados, o incluso la cooperación agrícola, aspectos en los que China está desempeñando un papel cada vez más relevante en ciertos países done también avanzan sus intereses económicos y estratégicos. Por otra parte, es también una forma de responder a las exigencias, entre otros, del presidente Obama quien reclamaba a China recientemente más responsabilidad ahora “que se ha hecho mayor”.
Los datos ofrecidos por el gobierno chino revelan cierta efectividad de las políticas públicas dirigidas a reducir la pobreza. No se puede negar. Pero, al mismo tiempo, las cuestionan de golpe y profundamente. Por otra parte, a largo plazo, las opciones de desarrollo vigentes, que, pese a la retórica oficial, descuidan la necesaria y urgente atención a los servicios sociales, la educación o la salud, señalan hipotecas de gran calado que lastrarán la erradicación efectiva de la pobreza.
Inseparable de la lucha contra la pobreza es el combate a la desigualdad. El índice de desigualdad de ingresos en China se estimó en 4,2:1 en 2010, mientras que en la mayoría de los países se encuentra entre 1,5:1 y 2,1:1, si bien también está creciendo como acaba de señalar un informe de la OCDE, a consecuencia de los efectos de la crisis. En 2010, el ingreso per cápita de los residentes urbanos del país equivalía a 3,23 veces el de los rurales.
En China, desde 2009, los salarios han venido aumentando a una media del 15 al 20 por ciento anual, como consecuencia, especialmente, de la demanda de mano de obra cualificada. El XII Plan Quinquenal prevé un aumento de salarios del 13 por ciento anual. A lo largo de 2011, hasta octubre, un total de 21 provincias y municipalidades habían aumentado el salario mínimo mensual en un promedio del 21,7 por ciento, rompiendo la tendencia predominante hasta ahora de subir por debajo del ritmo de crecimiento de la economía. Pese a ello, la desigualdad salarial campa a sus anchas y constituye un serio obstáculo para animar el consumo interno, una de las claves señaladas por el gobierno para compensar la reducción de las exportaciones. El PIB per cápita de China en 2010 ascendió a 4.382 dólares (FMI), situándose en el puesto 92 de un total de 184 economías. En términos de paridad de poder de compra, se situaría en el 96, con 7.544 dólares (en 2010). En el IDH, su posición es la 101 (2011) entre un total de 187 países. Así las cosas, números y umbrales aparte, poco importa que sea la segunda economía del planeta.