Las drásticas medidas adoptadas por las autoridades chinas para contener la propagación de la epidemia de coronavirus extreman la preocupación sobre su gravedad. El virólogo y reconocido experto en problemas respiratorios Zhong Nanshan, jefe de un equipo de facultativos de alto nivel organizado por la Comisión Nacional de Salud, dijo que no tendrá el impacto en la sociedad y la economía que el SARS (síndrome respiratorio agudo severo) tuvo hace 17 años. Otros, sin embargo, como Guan Yi, de la Universidad de Hong Kong, cree que esta epidemia podría ser hasta 10 veces más potente que la del SARS que causó la muerte a unas 800 personas en todo el mundo. Esa misma división de pareceres se ha confirmado en la Organización Mundial de la Salud. Zhong Nanshan jugó un papel muy importante en el descubrimiento del síndrome respiratorio agudo severo en 2003.
Las dudas y los temores a extender el pánico pueden haber influido en que la alarma se haya dado quizá tarde, cuando los desplazamientos por causa de la Fiesta de la Primavera ya se habían iniciado. Y es que el momento para esta epidemia no podía ser peor, en el pico más alto del año en el uso de todo tipo de transportes y con millones de personas deambulando de una ciudad a otra.
Esta nueva crisis de salud pública debe pillar a China con la lección aprendida. La inversión pública en sanidad ha oscilado en los últimos años. Según su gasto público en sanidad per cápita, su clasificación se ubica en el puesto 80 de un ranking de 191 países y regiones. Pese a todo, hoy dispone de más medios que en 2003 y el personal sanitario está más capacitado, aunque difícilmente será suficiente ante una emergencia de este calibre.
Importa en cualquier caso no ceder a la tentación de aparentar normalidad o disimular la gravedad de los hechos, eludiendo cualquier comunicación parcializada quizá con el loable propósito de no provocar el pavor pero que, a la postre, siempre acaba alentando la desconfianza. La mejor respuesta a las acusaciones de opacidad y a los rumores consiste en multiplicar la información y la transparencia. Por el momento, todo indica que las autoridades así lo comprenden.
La subestimación inicial de la gravedad de la epidemia (el primer caso se detectó el 12 de diciembre) explica el llamamiento de las autoridades centrales del gobierno y del Partido para advertir a sus cuadros locales contra la tentación de edulcorar la magnitud de la crisis, señalando que dicha actitud podría acarrear sanciones severas. En el año de la rata, que se aventuraba como el de la plasmación, por fin, de la “sociedad modestamente acomodada”, una mala gestión de este revés puede hacer que rueden cabezas. Por el contrario, una buena gestión dejará sentado un precedente de alcance global. El gobierno chino tanto teme una extensión rápida e incontrolada de la epidemia como que ponga en peligro la estabilidad. El propio presidente Xi Jinping insistió recientemente en la importancia de difundir con rapidez la información y en ampliar la cooperación internacional. Esa es la mejor respuesta.
Aun es pronto para estimar los costes económicos de esta crisis pero está fuera de toda duda que serán relevantes. Y no se descarta que pueda, incluso, obligar a suspender la celebración de las sesiones parlamentarias anuales previstas para inicios de marzo, el mayor acontecimiento del año político en China. Un feo que a toda costa se tratará de evitar.