Desde hace meses se viene especulando con el papel llamado a desempeñar por Peng Liyuan, la esposa del presidente chino Xi Jinping. El origen de tanto alboroto mediático deviene de su trayectoria profesional y de una imagen que podría brindar un barniz de modernidad a un anquilosado régimen aquejado, entre otros, de escasa frescura. No es desde luego tarea fácil, y no tan solo por las rigidices de una política que, por el contrario, supuso toda una revolución en sus años mozos en cuanto al papel de la mujer sino por la recuperación de unas ínfulas culturales que tradicionalmente la relegan a una condición más que subalterna. Lo decía Confucio: “la mujer tiene el pelo largo y la inteligencia corta”. Frente a “la mitad del cielo” de Mao hay un abismo.
Tras acompañarle en el primer periplo por el exterior en su calidad de máxima autoridad del país, los comentarios se han disparado tratando de asignarle un cometido más o menos equiparable a la primera dama estadounidense. Con ello, dicen los adeptos, puede contribuir a renovar en positivo la imagen de China ante el resto del mundo.
Peng Liyuan, nombrada recientemente una de las personas más influyentes del planeta por la revista Time, no es una persona anónima en su país ya que su popularidad es un hecho reconocido en virtud de su carrera artística. Es posible que, como algunos dicen, China se sienta ahora orgullosa de que la consorte de su presidente pueda ejercer un papel público de cierta notoriedad. Incluso no han faltado los comentarios acerca de su vestimenta o sus complementos, interpretados en clave de apoyo y respaldo a la industria nacional.
Puede que no esté mal del todo asociar su imagen al impulso de la creatividad y la industria patria, sobre todo de la moda, facilitando su reconocimiento, aunque es evidente el riesgo de quedar vinculada a ese consumismo devorador que todo parece arrasarlo en el gigante asiático. Por otra parte, si bien China puede necesitar con más o menos desespero ese impulso que reclaman las autoridades para crear una sociedad de consumo parece un exceso atribuirle poderes tan especiales a la primera dama. Pero más evidente es aún que China reclama a gritos la recuperación de valores morales hartamente vilipendiados a lo largo de las últimas décadas, en gran medida como consecuencia de la entronización del mercado y sus aledaños.
Si la gestión de la imagen de la señora Peng Liyuan se limita a una versión oriental de lo que estamos acostumbrados a ver en Occidente, sería bien decepcionante. A mí me habría gustado más encontrarla en traje de faena y arremangada en tareas sociales, visitando, por ejemplo, a esos inmigrantes del campo que en cualquier ciudad china buscan y reclaman su oportunidad para mejorar una vida bien alejada del consumo desenfrenado de esos otros conciudadanos que rebosan abundancia no siempre de procedencia lícita. Esa cercanía a los más humildes, de la que hizo bandera Xi Jinping al asumir la secretaría general del PCCh en el XVIII Congreso, sería expresión de otro estilo. Y de otro compromiso muy necesario.