Con desinformación, incertidumbre, temor y al rápido estilo chino acaparó el Covid-19 a China. Y el tiempo, imponente de su poder, se esfumó pero dándole paso a que sus urbes amanecieran confinadas, aisladas, cuarentenadas. La alarma social se alimentó con esos yacimientos de pánico y sensacionalismo de los medios. A lo cual emergieron políticas nacionalistas algunas contradictorias pero bandareando el individualismo al estilo Trump. El caso más evidente fue la respuesta inmediata del gobierno de Italia en restricciones de entradas chinas que ahora contrasta con la bienvenida de asesores chinos ¿una lección? El nacionalismo, secuelas económicas, y, para algunos, efectos psicológicos son también parte de la representación gráfica de esta epidemia.
Como otros de los ya tantos proyectos de ingeniería social chinos, en Wuhan y el resto de China se confinó a los residentes en sus comunidades, se puso en pausa a las ciudades (no la primera vez en la historia mundial) y se erizó un hospital en contra de toda fuerza artificial. Al caos, opacidad y errores de las primeras semanas le siguieron medidas coordinadas y de control extremo. Para muchos, medidas agresivas que infringen los derechos humanos y dejan secuelas psicologías por los prolongados confinamientos.
Los chinos dirigidos por su gobierno acataron las normas. Pero sería demasiado simple considerar que fue debido al temor a un gobierno autoritario. Por supuesto que el aparato estatal posee una capacidad de control social. Dicho esto, es cierto que el aislamiento y la renuncia a lo comercial y utilitario también corresponde, según la teoría social de gobernanza confucionista, a un patrón cultural que atribuye un valor insondable al colectivo social, de no verse en este mundo sino perteneciendo a su grupo social, su familia, sus autoridades y asumir responsabilidades y comportarse de acuerdo con su estatus para de esta manera asegurar la estabilidad y la armonía social. El clásico, eterno e irresoluble dilema para los sinólogos de identificar parámetros limitantes entre el estado y sociedad pero que en la relacionalidad china – conceptualizando el “relation-based society”-más que una respuesta a la pregunta, sus fuerzas sociales generan significado complejo y difuso, y entre ellos el nacionalismo. Por lo tanto, no sorprende el sentido de responsabilidad social de la sociedad china.
Sin duda, las restricciones al comercio no impidieron su continuidad. Esa agilidad china convirtió – en cuestión de días – las compañías digitales claves en el diario chino denominadas complejo BAT (Baidu, Alibaba y Tencent -propietario de Qzone-) en ATM (Alibaba, Tencent y Meituan). Meituan, una aplicación que permite entrega de alimentos y servicios expedito. La entrega a domicilio, a esos que llamamos “kuaidi” encontró maneras instintivas de reparto – y de vida- que son más ingeniosas que todos los conocimientos sofisticados de los llamados hombres cultos. A ellos se les debe el abastecimiento de miles de comunidades confinadas.
Dejar fuera el nacionalismo en China no es una opción. La dosis de nacionalismo está siempre presente. Se pasó de la dramatización de “lucha inicial” contra el virus a la narrativa nacionalista triunfante. Incluso considerando los resultados positivos del control del virus, no hay que exponenciar el análisis: ningún otro país del mundo lo podría hacer de igual manera dada su magnitud, recursos y organización social. Que las expresiones performativas del nacionalismo donde no sabemos lo que la gente piensa, solo vemos lo que hacen, no devengan en esa creencia firmemente internalizada como “nosotros” versus “ellos” que borre –por ya corregidos- esos silenciados “errores iniciales” del sistema.
Fuera de China, las respuestas de los gobiernos escenificaron el inicio de la crisis en China. Hubo aquellos con políticas de ensayo y error, los que tomaban las medidas a su “ritmo” apelando a la normalidad, otros con políticas no más que descoordinadas y finalmente hay gobiernos que intentan adaptar la “estrategia china” pero ¿cómo?
He de hacer mirada al componente de la humanidad ¿cómo se comporta? Covid-19 ha arrojado o de pronto visibilizado comportamientos sociales que desconocemos, que ignoramos o sobre los que preferimos no pensar. El miedo, ese que como el tiempo, también galardea de su poder enmascarando su debilidad, controla la esencia natural del ser humano. El repentino virus visibilizó la discriminación, estigmatizaciones de los chinos en el extranjero, ventas de mascarillas a un sobrevalorado precio y bromas políticamente incorrectas.
Un ejemplo de este panorama fue la reacción inicial de algunas personas a rehusase a aislarse, a defender su razón individual y su pleno derecho de no sufrir de “agobio” en casa. Quizás con la asunción de que pensaron que la epidemia era sobre todo una cosa ajena, alejada, distante y controlada. El implacable grito de los enfermeros (as) — con un salario no correspondido y con una abismal diferencia al de Neymar — junto con el incremento exponencial de los casos confirmados sirvió para hacer reflexionar que el colectivo social precede a las libertades individuales cuando hay vidas en riesgo.
El Covid-19 precisamente nos invita a humanizar el capitalismo. Mirar sus contradicciones en el ethos individualista, el laissez-faire (sin redistribución) y los medios de producción en capital privado, y que se visibilizan en el mensajero “kuaidi” que se expone al contagio por una necesidad económica, en la no consideración del cansancio de los enfermeros (as), en el trabajador con contrato temporal que será el primero con el que prescinda la empresa, en el autónomo que goza a medias de protección social, y en los que no disponen de un colchón financiero ni acceso a seguridad social. Pero esto lo asumimos con una actitud de que es lo que les toca, de forma desafortunada pero inevitable.
Un aprendizaje del coronavirus para China puede ser escuchar y respetar a los expertos y profesionales. Permitir el acceso a la información de forma transparente y responsable. Lo ideal sería prevenir, más que enfatizar en la capacidad de poder “ganar la batalla” al virus. Invertir en infraestructuras e instalaciones de salud pública más robusta y métodos de monitoreo intensificado.
El coronavirus nos muestra nuestra incapacidad de encontrar respuestas a ese miedo. ¡Cuán estamos acostumbrados a nuestra intocable zona de confort, no negociable¡. Tan controlados estamos por la industria del entretenimiento que le tenemos pánico a nuestra propia tranquilidad, a escuchar el silencio, escribir el pensamiento y conversar con la lectura.