El Vaticano y la China Popular parecen estar más cerca que nunca de llegar a un acuerdo que facilite la reanudación de las relaciones diplomáticas interrumpidas en 1951. El Papa Francisco, a diferencia de anteriores papados, reconoció en más de una ocasión su deseo de visitar China, donde es visto con simpatía por sus declaraciones de signo progresista, la adscripción al cristianismo latinoamericano y su compromiso en la mediación en numerosos conflictos enquistados (desde Colombia a Cuba-EEUU o Venezuela, entre otros). Esas actitudes dan cuenta de una mayor proximidad con algunas visiones de los países del Sur con las que China también comulga.
En China, como es sabido, conviven dos iglesias católicas. La oficial congrega a unos siete millones de creyentes y es independiente del poder de Roma. Cuenta con el apoyo y reconocimiento del Partido Comunista que alienta en sus cónclaves, como el celebrado el pasado diciembre, a alinearse con el discurso de las autoridades. Frente a una Iglesia Patriótica comprometida con la sinización de las creencias católicas, la conocida como iglesia clandestina congrega a un número indeterminado de seguidores, probablemente similar, y es objeto de persecución hasta el punto de mantener a varios de sus obispos y sacerdotes en prisión. Tal como acontece con otras confesiones con presencia en el país, el PCCh no admite otra lealtad que no sea al país ni tampoco que poderes ajenos interfieran o socaven su voluntad de adoctrinamiento en lo ideológico. En consecuencia, niega la capacidad del Vaticano para nombrar de forma unilateral a las autoridades eclesiásticas en su propio territorio soberano.
La Santa Sede reconoce diplomáticamente a la República de China, es decir, a Taiwan. Ahora que las relaciones entre Taipei y Beijing revisten una tensión creciente, el interés de China por lograr un acuerdo con el Vaticano es mayor ya que privaría a Taiwan de un aliado clave tanto por su valor simbólico como por la influencia que detenta en los aliados centroamericanos que constituyen la mayoría de países que siguen apoyando al gobierno de la isla. En Taipei reconocen estar al tanto de las negociaciones entre Beijing y el Vaticano pero niegan que se encuentren en una hipotética etapa final y aseguran que el diálogo se limita a asuntos eclesiásticos y no a temas políticos o diplomáticos. Ambas partes se han reunido en el último año, al menos en cuatro ocasiones, ¿solo para hablar de asuntos espirituales? La tregua diplomática de los años de gobierno del Kuomintang llegó a su fin.
Quizá como prolegómeno de ese inminente cambio, en la asamblea de católicos chinos celebrada en diciembre último se advirtió una nueva atmósfera marcada por la moderación. La reivindicación de un diálogo constructivo parece encontrar en el Vaticano una mayor flexibilidad plasmada en la ausencia de rotundas condenas como en anteriores ocasiones. La Santa Sede, por ejemplo, rompió con la costumbre de prohibir a sus fieles la asistencia a un evento en otro tiempo ampliamente demonizado.
Sin duda, el tema más espinoso que dificulta el acuerdo es el relativo al nombramiento de los obispos, pero no es insalvable y bien podría resolverse siguiendo el modelo vietnamita establecido en 2010 que traza procedimientos para asegurar la convergencia de las preferencias de una y otra parte. El arreglo en la cumbre se completaría con la convergencia de las dos iglesias en la base, de forma que los millones de católicos que secundan las tesis del Vaticano deberían incorporarse a una única iglesia resultante. Huelga decir que ese proceso no será fácil.
Una normalización de relaciones con el Vaticano supondría para China una victoria con lecturas internas. Los contenciosos con el islamismo o el budismo son bien conocidos con delicadas proyecciones tanto en Xinjiang como en Tibet donde los sentimientos religiosos blindan de forma impenetrable la identidad de las nacionalidades minoritarias. Todo cuanto contribuya a reducir ese frente facilita la consecución de la estabilidad, preocupación máxima del PCCh en este año crucial para el mandato de Xi Jinping. También ayudaría a mejorar su imagen internacional y moderar algunas críticas relacionadas con el respeto a la libertad religiosa y que forman parte habitualmente del decálogo de condenas en los informes sobre la situación de los derechos humanos en el país.
Para el Vaticano, sin haber superado la profunda crisis en que se encuentra en virtud de la secuencia de escándalos y corruptelas de diversa índole que merman la comunidad de fieles en un contexto global de retroceso de la fe religiosa en el mundo desarrollado de Occidente, penetrar en el planeta chino –la quinta parte de la humanidad- podría abrirle unas posibilidades de gran alcance para su misión ecuménica. El Papa Francisco, desoyendo las seguras críticas, parece dispuesto a ser también pragmático en este orden para promover el catolicismo y proteger los derechos de los católicos en el continente chino. Aun así, es poco probable que la normalización asome de un día para otro; más bien cabe pensar en un proceso de progresiva acomodación de las partes.