Uno de los momentos más significativos de la Guerra fría vino de la mano del lanzamiento del “Sputnik” al espacio por parte de la Unión Soviética. En aquel momento, 1957, el mundo entero fue testigo de cómo la Unión Soviética tomaba la delantera a Estados Unidos en la competición tecnológica que libraban las dos superpotencias surgidas del final de la II Guerra Mundial.
Sin embargo, lo más significativo y relevante que se derivó de aquel proceso no fue el hecho en sí, sino la reacción que el mismo provocó en el país que, ante los ojos de todo el planeta, quedaba rezagado en esa carrera, Estados Unidos.
Lo que pasó a denominarse “momento Sputnik” supuso la toma de conciencia de Estados Unidos de su necesidad de responder con determinación a ese desafío, si no quería ser superado de forma permanente. Ello generó un amplio consenso en el país acerca de la urgencia de proceder a un fortalecimiento de su esfuerzo investigador y educativo para recuperar el dominio tecnológico.
De alguna forma, el llamado “momento Sputinik” se interpreta, muchos años después, cómo la adecuada reacción de Estados Unidos ante una amenaza estratégica a su posición de primacía. Lejos de posiciones defensivas, Estados Unidos armó una respuesta contundente, apoyándose en su vocación de liderar el escenario mundial y de no volver a dejarse superar, de nuevo, en el campo tecnológico. Como resultado de ello, no solo logró consolidar su primacía, sino que, con su reacción, dio inicio a uno de los periodos más prósperos en lo económico y de mayor transformación, en lo social. Con visión estratégica y liderazgo, supo convertir una amenaza en una gran oportunidad.
A luz de aquella experiencia histórica, no deja de producir perplejidad la forma en que Estados Unidos está haciendo frente, hoy, a la aparición de un nuevo “Sputnik”, en este caso el avance tecnológico de China y de sus empresas en ámbitos de futuro, como la Inteligencia Artificial o el despliegue de redes 5G, en los que, según muchos especialistas, China estaría superando ya a Estados Unidos. La vocación china de llegar a liderar en estos sectores no debe sorprender a nadie ya que se detalla y está contenida en muchos documentos hechos públicos estos últimos años, desde el “Plan Quinquenal 2016-2020” al “Plan Made in China 2025”.
Y, sin embargo, lejos de responder a ello reforzando su capacidad de innovación, como supo hacer en el pasado, la reacción de Estados Unidos está siendo sistemáticamente defensiva y exenta de estrategia y visión de futuro. Peor aun, no es solo que pueda ser así sino que así está siendo percibida por la comunidad internacional, lo que cuestiona el liderazgo de la, hasta hoy, única superpotencia mundial.
Más allá de posibles razones para apoyar las críticas y reacciones de Estados Unidos ante prácticas chinas, la sucesión de hechos como las sanciones impuestas a ZTE; las limitaciones legales al suministro de componentes a Huawei; el arresto en Canadá de la CFO (e hija del fundador) de esta empresa en Canadá; las críticas al “Plan Made in China 2025”; o las presiones a países aliados para que no permitan a Huawei desplegar redes 5G en sus países, entre otros ejemplos, son solo algunas muestras de una estrategia que es percibida como “defensiva” y que está muy lejos de parecer la necesaria para contribuir a ese liderazgo de Estados Unidos en el campo tecnológico.
Un país como Estados Unidos no puede correr el riesgo de que se hagan públicas presiones a otros países para impedir el despliegue de tecnología china. Eso denota debilidad. Lo que se espera de Estados Unidos es liderar, es decir, en este caso, disponer y ofrecer la alternativa de una tecnología superior, más avanzada, en todos los campos, que haga innecesario e ineficiente el que se esté pensando en otra diferente.
La aparente falta de esa tecnología por parte de Estados Unidos, a día de hoy, es lo que puede hacer necesario un nuevo “momento Sputnik”, un nuevo impulso tecnológico para recuperar esa posición de primacía.