China se ha planteado como gran objetivo de la agenda política para 2020 la erradicación de la pobreza en el país. Su sola inclusión entre las prioridades es de por sí un elemento a destacar y celebrar. En 1949, cuando triunfó la Revolución, su PIB equivalía al de 1890. Unos 500 millones de personas conformaban una sociedad inmensamente rural, analfabeta y pobre, con el país destrozado por una secuela de guerras, tanto civiles como de agresión. La trayectoria desde entonces a hoy no ha sido ni mucho menos rectilínea; no obstante, especialmente en la fase iniciada a partir de 1978, en este ámbito concreto, el balance es realmente portentoso.
El logro de una sociedad modestamente acomodada, objetivo de larga data planteado por el PCCh, no puede ser alcanzado plenamente en tanto persista una pobreza significativa. En los años transcurridos de reforma y apertura, la explotación de la mano de obra o la intensificación de las desigualdades daban cuenta de una China tan crecientemente rica como insoportablemente injusta. La erradicación de la pobreza no resuelve esas taras pero envía un claro mensaje de otro signo.
En más de una ocasión, buena parte de la sociedad china se ha mostrado poco comprensiva con las acciones de un gobierno que también ha gastado y gasta importantes recursos en la realización de grandes proyectos en el exterior o cuando las grandes giras de las máximas autoridades del país se riegan con promesas de inversiones millonarias a la vez que internamente es tanto lo queda por hacer. Sucumbir a ese contraste no siempre es justo aunque si comprensible cuando el país exhibe la posición 90 en términos de IDH (Índice de Desarrollo Humano).
Aún así, desde el inicio de la reforma en 1978, más de 700 millones de personas han salido de la pobreza en China. A finales de 2015, quedaban 55,75 millones de pobres según fuentes oficiales. El alivio de la pobreza mejoró la vida de 55 millones de chinos entre 2013 y 2016, años de crisis en el mundo, un número mayor que toda la población española. A día de hoy, unos 45 millones de chinos se encuentran en esta situación. Los presupuestos centrales y locales destinaron en 2016 un total de 34.330 millones de dólares a esta finalidad. Unos 8 millones de hogares recibieron micro-créditos para emprender un nuevo rumbo. El estándar actual señala que las zonas peor clasificadas serán las prioritarias.
A nivel global, China es quien más ha contribuido durante la última década en la lucha contra la pobreza. Con más de 1.300 millones de habitantes, ha sacado de ella a más personas que cualquier otro país del mundo. Son datos incontestables.
Lo que resta es, como siempre, lo más difícil. La estrategia de reducción selectiva de la pobreza implica una gestión más al detalle de los fondos y la disposición de beneficios tangibles. Cuanto más se avance más complejo será pues se requieren actuaciones diversas en materia de infraestructuras (caminos, agua, electricidad…), educación, empleo, salud, vivienda, con proyectos sociales y de desarrollo a la par.
En paralelo a la vigilancia de la reincidencia o el combate a una corrupción especialmente repugnante cuando afecta a la gestión de estos fondos, es importante un manejo adecuado de la reubicación de ciudadanos con escasos recursos que habitan en zonas remotas y de difícil acceso. En esta estrategia, es probablemente la recolocación el aspecto más sensible habida cuenta que puede generar problemas de nuevo tipo relacionados con el desarraigo y la inadaptación.
El traslado de personas de zonas subdesarrolladas a otras desarrolladas (en 2017 se calcula que serán unos 2,43 millones los reubicados) exige un diálogo respetuoso con las comunidades afectadas. En 2016 fueron trasladadas un total de 2,49 millones de personas.
Si China, con todas las garantías exigibles, acredita la consecución de sus objetivos, no solo demostrará que no es imposible acabar con esta lacra sino que le sacará los colores a buena parte del mundo desarrollado.