La crisis bursátil que ha golpeado la economía china siembra incertidumbres sobre su sistema financiero. No debería sorprender tanto. Es una consecuencia más del largo, complejo e inacabado proceso de transición que, desde hace décadas, vive la economía y la sociedad china. Se explica también por las especiales características del sistema político chino controlado por el Estado-Partido Comunista.
La economía china transita desde un modelo que prima el sector exportador y la inversión industrial a otro más sostenible basado en la demanda interna y el impulso del sector servicios, aprovechando la colosal dimensión del mercado interior chino. Pero el consumo interno sigue contenido mientras laten una burbuja inmobiliaria y una elevada deuda de los gobiernos provinciales y locales. También las empresas públicas siguen muy endeudadas. El comercio exterior se contrajo un 6,9% en el primer semestre de 2015. Los intercambios China-UE se redujeron un 6,7%. El alza de los costes laborales y del yuan respecto al euro (+7%) afectan a la competitividad de las exportaciones chinas que crecieron solo un 2,8% mientras las importaciones caían un 6,1%, lo que incrementa el superávit comercial chino. Sin embargo, las inversiones procedentes de la UE prosiguen y aumentaron un 13,7% en el último año.
Pero la crisis bursátil minó la credibilidad del sistema financiero. La brusca caída de las bolsas, más allá de las pérdidas sufridas por las empresas públicas y privadas que cotizan en bolsa, perjudicó a millones de pequeños inversores que apostaron ciegamente por unas ganancias que parecían fáciles y no tener fin. La bolsa de Shanghái había subido un exorbitante 154% en el último año. Hasta el pasado 12 de junio. Muchos sin conocimiento y experiencia alguna, incluso pidieron un crédito, para invertir en el mercado bursátil. Los chinos llevan en su ADN las ansias de ganar dinero. Y es bien conocida su afición por el juego. Lo pagaron muy caro aquellos entusiastas y confiados inversores que entraron en la bolsa en los últimos meses atraídos por las noticias positivas de la prensa oficial. Esta resaltaba unas expectativas positivas y unas fusiones entre los conglomerados públicos que les posicionaba mejor en los mercados exteriores.
El Gobierno chino, a pesar de las recomendaciones del FMI, seguirá interviniendo y tomando las medidas necesarias para evitar un “crac bursátil” hasta normalizar la situación. Tiene recursos políticos y financieros para lograrlo. Pero el sistema financiero ha mostrado su fragilidad. Y sobre todo su opacidad. Las bolsas chinas crecían artificialmente mientras el PIB chino se frenaba. El Gobierno más preocupado por evitar la entrada de los avispados especuladores extranjeros en su sistema financiero reaccionó tarde a la hora de controlar a los especuladores internos. Pekín anunció el 9 de julio que la policía investigaría a los presuntos infractores de las reglas impuestas por las autoridades reguladoras. Difícilmente llegará al fondo de lo ocurrido. Muchas empresas públicas y privadas ligadas al PCC se nutrieron fácilmente con los recursos aportados por los pequeños inversores para financiarse sin depender tanto del acceso a los capitales del sector público.
Pekín deberá recuperar la confianza de los mercados internacionales en una coyuntura menos favorable. Tras superar las turbulencias bursátiles, seguirá potenciando la inversión pública y privada para estabilizar la economía y poder cumplir con las previsiones oficiales de crecimiento, un 7% para 2015. Desde noviembre, el Banco Central bajo hasta cuatro veces la tasa de interés para favorecer, e incluso dopar si cabe, la inversión. Y seguirá inyectando liquidez en el mercado. Pero no será una tarea fácil.
La amenaza que explote las burbujas bursátil e inmobiliaria sigue latente. Y algunos economistas dudan sobre la fiabilidad de las estadísticas avanzadas por las autoridades chinas. Dicen que China crece hoy por debajo del 6%. Y se mantendrán las incertidumbres mientras el régimen chino no aplique sin más demoras las reformas económicas acordadas por el III plenario del Comité central del Congreso del PCC en noviembre de 2013. Xi Jinping anunció que las fuerzas del mercado iban a jugar un papel “decisivo” en la asignación de recursos al sistema económico y se impulsaría la iniciativa privada. Y que las empresas públicas, muchas ineficientes, serían reestructuradas para ser más competitivas. Los cambios afectaban a sectores clave de la economía como los mercados de capitales. Dos años después, se ha avanzado poco salvo en algunos temas como el de la prevista convertibilidad del yuan.
Pero será difícil que la economía china se abra más mientras el PCC siga ejerciendo, sin oposición o contrapesos políticos, como árbitro a la hora de legislar, aplicar e interpretar las reglas de juego. Urge controlar más los excesos de las elites político-económicas y de los conglomerados públicos que, en detrimento del sector privado y las PIMES, siguen copando el mercado interno y el comercio exterior. También afrontar la creciente deuda pública y privada que alcanzó el 230% del PIB en 2014. Y urge mejorar el sistema sanitario y corregir el grave impacto medioambiental que afecta a la salud de millones de chinos. Pekín debe acelerar la reforma del registro de residencia o “hukou” que aún restringe la movilidad laboral de millones de chinos y una mayor flexibilización de la política demográfica que corrija el rápido envejecimiento de la población. Está en juego la legitimidad del PCC en un país donde persisten las desigualdades sociales.
En cambio, crece el protagonismo financiero de China en el ámbito internacional. Destacan dos grandes éxitos diplomáticos: a) el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), la entidad crediticia multilateral con sede en Shanghái impulsada por los países BRICS que inició su andadura el 21 de julio y será operativa en 2016 y b) el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), constituido por 57 países el 29 de junio en Pekín donde tiene su sede.
Nadie desea que exploten las burbujas latentes en China. Y menos por una Europa agobiada por la crisis de Grecia, un país que representa solo el 0,5% de la economía mundial. China es la 2ª economía mundial en base al PIB. Alemania, el principal proveedor industrial y tecnológico del gigante asiático, sí resultaría muy perjudicada por una crisis financiera china.