Cuenta Javier Reverte en La aventura de viajar que en el primer viaje a China de los Reyes Juan Carlos y Sofía en 1978, los intérpretes chinos que les acompañaron tenían todos acento gallego porque los había formado un profesor, Pepe Castedo, un personaje curioso, dice, con quien conversó brevemente, lamentándose de no haber indagado más para poder narrarnos su enigmática vida. Unos años más tarde, en 1980, a José Castedo Carracedo le sería concedida la Cruz de Alfonso X El Sabio, a instancias del embajador Felipe de la Morena Calvet, con base en sus méritos educativos, tras catorce años de enseñanza del español con métodos autodidactas y basados en gran medida en la mímica en sus primeros años.
Pepe Castedo o “El Gallego”, como todos lo conocían en su círculo, de padre asturiano y madre ferrolana, había nacido en Madrid en 1914. Su militancia republicana le condujo al exilio tras la guerra civil, cuentan quienes le conocieron. Durante años conservó un uniforme de combatiente que en una ocasión se puso en Pekín para asistir a la recepción de un primer ministro albanés que había participado en la guerra civil española. Castedo se confesaba gran admirador de Álvarez del Vayo. En la guerra había perdido un ojo.
En París, en 1964, tras el establecimiento de relaciones entre Francia y la China Popular, Castedo gestionó su traslado a Pekín como zhuan jia, es decir, experto extranjero, una figura que en China goza de un gran reconocimiento y que entonces le confería en muchos aspectos un estatus que podríamos calificar de paradiplomático.
Unos años antes, las convulsiones en el mundo comunista con el enfrentamiento entre China y la URSS supusieron, entre otros, el regreso de los españoles que habían llegado a Pekín vía Moscú para poner en marcha la enseñanza del español o los medios informativos dirigidos a la comunidad hispanohablante de todo el mundo. Castedo, el único profesor español que había en Beijing en aquel tiempo según relata Reverte, contribuyó a llenar ese vacío hasta convertirse en el “rey de los expertos”, como era conocido en el exclusivo Hotel de la Amistad, impartiendo aulas en la escuela anexa del Instituto de Lenguas Extranjeras que David Crook, el legendario ex miembro del KGB y combatiente en la guerra civil española, ayudara a poner en marcha.
En la Revolución Cultural
Pepe Castedo vivió la Revolución Cultural, uno de los periodos más intensos y convulsos de la historia contemporánea china, de principio a fin. Hay quien dice que a él se debe la revisión de la edición oficial en español del Libro Rojo de Mao, epítome del pensamiento maoísta recopilado por el mariscal Lin Piao. En ese momento de gran ideologización del país, Pepe transitaba entre el asombro y el escepticismo cáustico que le atribuía otro coetáneo, el colombiano Enrique Posada. El también colombiano Antonio López, que llegó a la capital china en 1975, en los momentos finales de aquella etapa, me confesó que el afecto mostrado por las posiciones políticas de Mao lo acompañaba Castedo de no poca recriminación por haber pasado por alto a su propio Partido para satisfacer sus ambiciones personales.
Castedo protagonizó entonces uno de los episodios más sonados entre la comunidad de expertos extranjeros. De un día para otro y sin previo aviso, decidió rebajarse el sueldo a la mitad y trasladarse a vivir con los chinos en los precarios dormitorios de la propia escuela, abandonando el confortable Hotel de la Amistad. Su ex alumno Wu Ruigen, llamado Fidel por sugerencia del propio Castedo, me recordaba que todos calificaron su actitud de “revolucionaria” y los demás extranjeros, no pocos a disgusto, hubieron de seguir su ejemplo y la espiral de rebajas se extendió a gran parte de la comunidad de zhuan jia. El valor de su salario era unas diez veces superior a lo normal en la época entre los chinos.
La simpatía con los ideales maoístas y la ilusión de aquella época utópica y brutal no le impidió expresar su malestar con una huelga de hambre cuando los Guardias Rojas prohibieron la música de Beethoven de la que tanto gustaba. Diariamente la escuchaba en su apartamento, un espacio lleno de libros, discos, piezas de porcelana y rollos de pintura clásica, en compañía de su gata, vieja y maloliente según los amigos que lo frecuentaban, cuenta el peruano Juan Morillo en su Memoria de un naufragio.
Pedagogo autodidacta
El venezolano Wilfredo Carrizales, colega de Castedo primero y años más tarde agregado cultural en la embajada de Venezuela en Pekín, no se recata a la hora de exaltar el valor pedagógico del maestro, resaltando su capacidad para crear métodos de enseñanza adaptados a la mentalidad china en un momento de carencia absoluta de materiales educativos.
Wu Ruigen recuerda que para comunicarse con ellos utilizaba, al principio, la mímica, dibujaba en el encerado lo que explicaba, cantaba, bailaba y jugaba con sus alumnos, dedicando gran parte de su tiempo libre al estudio e investigación de diversos métodos de enseñanza. Finalmente, sin enseñar prácticamente nada de gramática, sus alumnos aprendían a comprender y hablar en español llegando a ejercer como excelentes traductores e intérpretes.
Vuelta a España
La muerte del Generalísimo abrió una nueva etapa en España. En un primer momento, Castedo descreyó de la reconciliación anunciada y rechazó pisar el “maldito suelo falangista” de la embajada española en Pekín para solicitar la expedición de un pasaporte. No obstante, cuatro años después, en 1979, decide regresar a la península. Lo hace en contra de la opinión de sus amigos chinos que le sugerían explorar el terreno con visitas esporádicas. Pero estaba decidido. Tenía 65 años.
Cuando en 1981 regresó de nuevo a China para ser honrado con aquella condecoración en la embajada española en presencia de numerosos altos funcionarios chinos, muchos de los cuales habían sido sus alumnos, ya dejaba entrever su arrepentimiento por aquella decisión. Intentó quedarse y regresar de nuevo a las aulas pero ya no era posible. Después de un tiempo residiendo en Málaga se traslada a su Madrid natal, no hallando el cobijo anhelado. Desesperanzado y deprimido, el 24 de diciembre de 1982, se suicida.
Castedo abandonó China cuando esta iniciaba la reforma y apertura de Deng Xiaoping. En una carta de 3 de abril de 1980 explicaba a su amigo Wu que estaba trabajando sobre la China histórica, “nada de los tiempos modernos que tanto me defraudaron en todos los aspectos”. En la misma misiva le recrimina el rápido olvido: “Pepe terminó para vosotros el día que partió”, sentencia.
Finalmente, “no quiso que nadie le tuviera lástima, no quiso causar problemas de ninguna especie”, dice Antonio López explicando una decisión que provocó todo un terremoto entre sus amigos y conocidos. Un fragmento poético de Luis Cernuda vela sus cenizas en La Almudena.