Es cada vez más evidente que el modelo de desarrollo que protagonizó el milagro económico chino está llegando a su fin. China no puede seguir dependiendo de un modelo productivo anclado en las exportaciones si quiere aspirar a convertirse en una economía desarrollada. El sistema está cayendo por su propio peso, y con la progresiva pero imparable tendencia al alza de los salarios, China es un destino cada vez menos atractivo para la producción de manufacturas de bajo valor añadido. Toca reinventarse o morir.
Con este fin, los altos cargos del partido llevan meses hablando de un nuevo modelo de desarrollo, el sistema de circulación dual. Su mecánica es simple: consiste en priorizar el mercado doméstico o la “circulación interna” para poder continuar la senda del crecimiento económico, sin depender excesivamente del comercio internacional o “circulación exterior”, como viene siendo el caso desde que China se integró en la economía mundial. En definitiva, busca construir una economía más autosuficiente y equilibrada que se sustente en un mercado doméstico potente y capaz de contrarrestar los devenires del exterior. Sin embargo, esto no significa una vuelta al aislamiento o el abandono de la circulación externa, sino que esta pasa ahora a un segundo plano como motor de crecimiento. Es más, fomentar el consumo interno pasa inevitablemente por abrir las puertas a la inversión foránea y mejorar el trato a las empresas extranjeras, como ha prometido Xi repetidas veces en los últimos meses. La introducción del modelo de circulación dual no es una mera cuestión semántica. Se espera que se convierta en uno de los temas centrales del XIV plan quinquenal que se está siendo discutido esta semana por el Comité Central del PCCh y que se convertirá en hoja de ruta para el periodo 2021 – 2025.
Que Beijing necesita recalibrar la economía china hacia un modelo más sostenible a largo plazo es un secreto a voces desde hace tiempo. La pasada década estuvo marcada por el foco en la oferta, con una fuerte inversión en ciencia e investigación, así como la famosa iniciativa Made in China 2025, encaminada a convertir al país en una potencia tecnológica. La diferencia que trae el sistema de circulación dual es la voluntad por parte del Buró Político de hacer del estímulo de la demanda interna el eje central de un nuevo modelo de desarrollo. Queda claro que el objetivo ahora es reducir la sobreexposición a un contexto global marcado por un incipiente viraje al proteccionismo y una suerte de nacionalismo económico.
Y es que a las cuestiones estructurales hay que sumarle un escenario geopolítico cada vez más hostil para el gigante asiático. Sin duda alguna, la mayor confrontación proviene de Estados Unidos: la guerra comercial, el veto a ciertas empresas tecnológicas como Huawei o ByteDance (Tik-Tok) o las restricciones a la exportación de chips y semiconductores -componentes imprescindibles de cualquier producto electrónico- en aras de la seguridad nacional o la protección de la propiedad intelectual, están poniendo en aprietos a Beijing. Pero hasta Bruselas se muestra ahora recelosa de las relaciones sino-europeas, llegando incluso a tachar a China de “rival sistémico”. Si añadimos a esto una creciente percepción desfavorable en países industrializados -como muestra una reciente encuesta de Pew Research Center– así como la incesante tensión en el mar del sur de China, el panorama para Xi no se muestra muy alentador. Aunque China no se habría desarrollado a tal velocidad de no haberse convertido en la fábrica del mundo, es ya más que evidente que esta dependencia del exterior se está tornando progresivamente en una amenaza para la supervivencia del régimen.
Un círculo vicioso difícil de escapar
La misión es clara: que sean los propios chinos los que absorban una producción nacional cada vez más sofisticada. Y aunque las oportunidades de crecimiento que presenta un mercado doméstico de más de mil millones de personas son incomparables, romper con este círculo vicioso no será tarea fácil para Xi.
Resulta paradójico que mientras las altas instancias del PCCh llevan meses enfatizando la importancia del mercado doméstico, China haya protagonizado un repunte espectacular gracias precisamente a los mastodónticos estímulos a la oferta. Estas inversiones no han hecho más que alimentar la máquina de las exportaciones, anclando la recuperación económica en este viejo modelo y engrosando unos niveles de deuda pública y privada cada vez más preocupantes.
De todas formas, la jugada le ha salido bien a Xi, convirtiendo a China en la envidia de unas economías occidentales que agonizan entre confinamientos y restricciones. Las exportaciones se han disparado durante los últimos meses, protagonizando un espectacular crecimiento del 4,9% interanual en el tercer trimestre. Los datos de septiembre corroboran la tendencia al alza de la producción industrial -con un incremento del 6,9% anual-, mientras que el consumo, estancado desde hace meses, arroja algo de esperanza por primera vez desde el inicio de la pandemia, gracias al aumento de ventas de productos de lujo. Ahora que las economías occidentales echan de nuevo el cierre en esta segunda ola, todos los ojos están pendientes de si la confianza del consumidor chino se mantendrá a flote lo suficiente para poder absorber la demanda externa perdida.
Es aquí donde yace el verdadero problema. En ausencia de políticas redistributivas destinadas a aumentar los ingresos de las clases medias -las cuales conforman el grueso del consumo en países desarrollados- será muy difícil potenciar la “circulación interna”. Las prestaciones al desempleo y demás beneficios sociales son insuficientes, y en muchos casos, ligadas a la posesión del permiso de residencia o hukou -al que no tienen acceso millones de trabajadores migrantes. Si le añadimos la tendencia natural de las sociedades confucionistas al ahorro, está cada vez más claro que el aumento de la demanda pasa necesariamente por poner dinero en los bolsillos de los consumidores, cueste lo que cueste.