Atributos intrigan y decoran el mundo chino, su firme jerarquía, la racionalidad de las relaciones, objetivos temerosos con inesperados resultados, y hoy día, la búsqueda del profesionalismo. Aunque sería el alto nivel organizativo la pieza clave y “fascinante” de su maquinaria burocrática.
Joven idealista bolchevique y miembro del Partido Comunista de China cuando celebró sus 14 años, Wang Meng parte de sus testimonios –como muchos escritores chinos bajo el comunismo– para reflejar los males de la burocracia del régimen maoísta. En Un joven recién llegado al departamento de organización (组织部来的青年人) publicado en el Renmin Wenxue en 1956 (人民文学) retrata su testimonio personal en Lín Zhèn (林震), un nuevo funcionario de la década de los 50 en China, es decir un “cuadro” del “dānwèi” (unidad/departamento de trabajo) que gradualmente se va decepcionando, generándole una sensación de desconcierto, de que algo ya no está bien, aunque pueda que no quede exactamente claro qué es lo que está mal. Estilando debate y cuestionamiento, Wang adopta la corriente de consciencia para describir a Lín Zhèn, férreo a los valores de «buen ánimo», correcto, ingenuo y rojo. Excesivo formalismo y relaciones de patronajes entre sus colegas en el Departamento de Organización tejen una atmósfera confusa que lo arroja a un estado mental ambiguo.
La historia inicia con la llegada de Lín Zhèn al Comité Distrital del Partido y gira en torno a su asignación al Departamento de Organización donde debe averiguar qué tipo de trabajo hace la organización (que nunca se definió) y qué tareas le corresponden, pero pronto se le asigna a reclutar y desarrollar miembros del Partido en la Segunda Fiesta de la Fábrica y se inicia una excursión por una burocracia rígida y llena de formalismos.
Los breves diálogos de Liú Shìwú con pilas de documentos y libros prestados muestran un melancólico y entusiasmado pasado consumido en una indiferencia. Perfecto conocedor de la gestión partidaria y familiar con todos los problemas, su habilidad se condiciona a la espera aplicable del sabio proceder de la “teoría de las condiciones maduras” (条件成熟论). La burocracia que prolonga el cambio lo ha apagado, ya no tiene espíritu de aprender lo que explica por qué prefiere la literatura para confesar su autenticidad y desilusión. Liú compara poética y melancólicamente cómo no debería ser la planificación de la organización envueltos en constantes reuniones, trabajos de calificación y autorización y la disposición de los líderes. La analogía que retrata entre el trabajador del partido y un médico (y cocinero), muestra su desfallecimiento ante la presencia de una enfermedad con resignación. Y sin embargo, el pragmatismo contrasta en Hán Chángxīn, el carismático líder en potencia. Su arte de la retórica y lenguaje indirecto le permite emitir informes y reportes expeditos. Pero aun enmascarado y superficial, Han flota por la vida, actuando en representación de quienes han aprendido a manejarse y sobrevivir al sistema.
El gran personaje es el director de la fábrica, Wáng Qīngquán, que se distingue y no precisamente por ser inmune al ajedrez o por ser un “cuadro” ejemplar. Aun las faltas de Wáng nadie parece dispuesto a disciplinarlo, pero que destituido al final deja una lección: las quejas y descontentos al burocratismo no significaban cambiar el sistema, una estrategia que Deng Xiaoping supo conocer. Las fallas de Wáng no representaron mayor problema, no se traducen en una tormenta suficientemente impactante como para cambiar algo, entonces ¿por qué preocuparse? Lo que redirige a las clases del profesor Jīn Cànróng (金灿荣) que afirmaba que los chinos eran “issue driver”. Este suceso propone dilemas vigentes y sin respuesta unánime ¿se atribuye al “issue driver” una capacidad de manejar la improvisación? ¿O corresponde a la reafirmación de los privilegios socialmente aceptados de la estructura del poder de mando – observado en el gesto aparentemente inocente del conductor del bicitaxi? O quizás ha de apoyarse como Zhōu Rùnxiáng, secretario del comité, ausentemente ocupado, en el silencio sabio, madurez y posición jerárquica advirtiendo confusión sobre las expresiones performativas de un partido donde no se sabe lo que la gente piensa, solo se ve lo que hacen. ¿O es sabiduría contemplativa taoísta que aboga equilibrio entre flexibilidad y rigidez?
Con apenas una páginas Wang Meng invita al lector a un atinado y profundo recorrido por la sociedad china. Sorprende los innumerables temas que se desprenden en la brevedad de su texto. El cuento es una representación en personajes sencillos y reales sin categorizarlos como buenos o malos, débiles o fuertes, víctimas o forjadores de un “destino” (entiéndase yuán fèn 缘分) de “cuadros” que no son ni héroes ni villanos. No, Wang Meng no les llama para dictaminarles, sino para rescatarles su lado humano, de una responsabilidad social-laboral-nacional cuya proyección hacia afuera los hacía ciegos con sus seres más cercanos, cuyos privilegios se volvían rutinarios y que se dejan arrastrar por una corrupción banal y a veces inconsciente. Personajes y eventos están llenos de claroscuros, pasiones y contradicciones, tal como pueden estarlo cualquier otro más.
Lo que también nos cuenta Lín Zhèn es un paralelismo del mito chino de “la planificación”. Relatos que la maximizan quedan sujetos a un segundo análisis ante los planes quinquenales: medidas a corto, mediano y largo plazo para acelerar el desarrollo económico del país. Pero en ocasiones el proceso pierde consistencia y dista de un sistema de plan unitario integrado. Lo sorprendente no es la mezcla, la incorporación de otros anteriores, el reforzamiento, el solapamiento, el mejoramiento, creación de nuevos, sino una implementación muy desigual y variable, inclusive la existencia de planes que se pudieran haber atribuido a la planificación, resultaron no serlo. Un caso revelador es el de la industria ferroviaria, China posee la red ferroviaria más extensa del mundo, pero la red no apareció en los planes quinquenales hasta 2016, cuando ya se habían construido 19.000 kilómetros. O el hecho que durante el Noveno Plan Quinquenal los tecnócratas se enfrentaron al desafío de que la ambiciosa meta a la que se aspiraba en el PIB de 2000, establecida en la década anterior, ya se había alcanzado en 1995. El rápido crecimiento que China tuvo por 30 años convirtiéndola en la segunda economía mundial se debió a profundos factores estructurales y reformas orientadas al mercado y no fue precisamente por una planificada política industrial, ya que las políticas industriales esencialmente no existían antes de 2006.
Sin necesidad de obviar las secuelas de la Revolución Cultural y el Gran Salto Adelante durante el liderazgo de Mao, en toda consideración del comunismo del siglo xx hay que partir del hecho de que Wang Meng es también un legitimador. Valida la interacción fascinante y recelosa entre literatura y política, es decir, creó una literatura que, al relatar más contundentemente sobre la incomodidad de ciertos fenómenos socioculturales, se desprende de la política. Este hecho denota la necesidad de ampliar el mundo chino concentrado en el “debatible” Confucio. China es más que Confucio, son los hermosos y cómicos poemas de Lǐ Bái (李白), el humanismo de Lǔ Xùn (鲁迅), la crítica social de Dù Fǔ (杜甫), la sabiduría taoísta de Zhuāngzǐ (庄子) y Lǎozǐ (老子), y por qué no, también Yú Huá (余华) y Gāo Xíngjiàn (高行健); entre otros tantos, que están ahí tanto como testimonios sociales como políticos. Un hecho que se entrelaza con un occidental-centrismo que al acercar a las obras chinas al público occidental prefiere disidentes políticos. Desestimar el relato chino desde China significa mucho más que acortar el mapa de análisis y desvalorar otras miradas, deja inconcluso el mensaje que los propios chinos nos dejan sobre su carácter circunstancial y dualidad del ser del no ser (taoísmo) escenificados en los oficiales gubernamentales y sus privilegios así como los valores de “guardar la cara, la aceptación del destino, el favor (reciprocidad)” en su sociedad, pero sobre todo fija a un utilitarismo.
En una época que era preferible la censura de las propias estructuras de la burocracia y su trascendencia a la vida laboral diaria como a otros ámbitos personales, Meng rehúsa traducir su tenor amargo en una condena directa. Con ingeniosidad muestra la habilidad y el gentil (suave en palabras de Lín Yǔtāng) carácter, piscología y naturaleza humana del mundo interno de los “cuadros” del “danwei”, convirtiendo al lector en cómplice de una sutil diversión que es muy difícil de encontrar en 1950, pero que igualmente revela graciosamente, frustrante para algunos, un sentido colectivo del mundo real, garantizando esa «integridad» en la experiencia social.
Yán Liánkē asevera que “La esperanza de la literatura está en contar la realidad no permitida”, y razón de más tenía Wang Meng para permitirse contar algo de esa burocracia china, claro hubo que pasar por lo arriesgado de esa realidad —re-educación en un trabajo físico— para dejar esperanza (ocupar de 1986 a 1989 el cargo de Ministro de Cultura).
Aquellas adhesiones al determinismo cuestionan la imparcialidad de la dualidad por irritante y aburrida. Pero el “hacer literario” muestra como la literatura dice lo indecible y permite ver lo invisible ofreciendo una manera válida de contar tensiones decididamente irresueltas y existentes en el espíritu del “Servir al pueblo” (为人民服务), su desconcierto y resignación. Tal vez, también presente en otras sociedades.
Pero, al final, el partido es el corazón del pueblo y la meta es que el departamento de organización se convierta en un “auténtico organizador del partido” (o lo que eso signifique). El desconcierto de Lín no supone un fin, no es algo que desmorone su identificación entre el partido y la vida personal. En el departamento de organización ha comprendido el “verdadero sentido de la vida”. ¡Qué más honor que el Secretario del Comité del Barrio ha pregunto por él! ¡El Secretario del Comité del Barrio! Y entusiasmado va el “cuadro” del dānwèi al encuentro.