En la aplastante victoria de la oposición en las recientes elecciones municipales celebradas en Taiwan ha influido de forma notoria el descontento cívico no solo por la acción de gobierno (empleo, salarios, desigualdad, vivienda…) en rubros que afectan directamente a la calidad de vida de los ciudadanos sino también la política continental del Kuomintang (KMT). Sería un error no apreciar el estado de opinión en este sentido, especialmente entre los más jóvenes, de tal calibre como para llevar al KMT a una situación de práctico colapso convirtiendo a su líder, Ma Ying-jeou, en un zombi viviente. A Ma le quedan pocas horas al frente del KMT.
El modelo de gestión de las relaciones a través del Estrecho iniciado en 2008 está en entredicho y el planteamiento de la “tercera cooperación” entre el KMT y el PCCh (2005) vive horas críticas. Los electores han sido contundentes y han elegido los comicios municipales para evidenciarlo. Ello no quiere decir que, automáticamente, el comportamiento vaya a ser necesariamente idéntico en las elecciones legislativas y presidenciales de enero de 2016, en las que pesarán otros factores –como ya ocurrió en 2012-, pero es un serio aviso que alerta sobre la necesidad de replantearse tanto el enfoque general como el modus operandi. De confirmarse en 2016 estos datos, la base política del entendimiento bilateral, con un PDP que rechaza el Consenso de 1992 acumulando las mayores cuotas de poder de su historia, habrá desaparecido y la inestabilidad podría volver a las aguas del Estrecho, aunque a ninguna de las partes le interesa abonarse al dramatismo.
En el poco más de un año que nos aguarda de mandato del KMT, Ma Ying-jeou tendrá que poner al ralentí los lazos a ambos lados, el futuro del Acuerdo de Comercio de Servicios, aun pendiente de ratificación en el Yuan legislativo, asoma más sombrío que nunca y las negociaciones en otros ámbitos se harán más complejas. Si la política aplicada hasta ahora ha debilitado al KMT y al PCCh le interesa el fortalecimiento de su principal aliado en la isla, otra debe ser la política.
Se pone el acento en la demasiada dependencia de la economía taiwanesa del mercado chino como consecuencia de una política continental tendente a lograr por esta vía una reunificación de facto, pero la intensificación de los vínculos económicos es difícil de evitar. Pasó incluso durante el mandato de Chen Shui-bian (2000-2008) a pesar de poner en marcha diversas estrategias de reequilibrio. Son muchos los factores “naturales” que empujan esta relación. Por el contrario, es el factor político el que más reservas despierta. A fin de cuentas, de no existir esa variable, la interdependencia económica sería vista con otros ojos y la preocupación por la creciente influencia del continente en Taiwán no despertaría tantos recelos.
El mensaje de la oposición caló entre una ciudadanía sensibilizada. En marzo, el Movimiento Girasol fue un claro aviso del hastío de una sociedad que entiende la cooperación económica como una estrategia cuya prioridad es viabilizar una rápida reunificación. El entendimiento entre KMT y PCCh ha tenido consecuencias positivas pero los principales efectos han beneficiado a las elites económicas y los magnates del mundo de los negocios y no a la mayoría de los taiwaneses, esos que con su voto deciden en buena medida el rumbo de los acontecimientos. Es probable que el tono de los acuerdos económicos suscritos, de claro signo neoliberal en muchos aspectos, no fuera tan diferente de ser suscritos con otros actores. De hecho, tanto la UE como EEUU reclaman insistentemente a Taipei a cada paso nuevas y más medidas liberalizadoras para facilitar su participación en las plataformas de integración económica. Si la colaboración económica con el continente permitiera resolver aquellos problemas sociales, otra cosa sería, pero ni es ni parece que vaya a ser el caso. No obstante, cualquier política futura a través del Estrecho pasa por señalar como prioridad los intereses sociales.
Beijing se juega mucho en estos cambios. Su estrategia para hacer frente al nuevo escenario tendrá que cambiar y las opciones no son fáciles. Más allá de los misiles que apuntan a la isla, dispone de importantes palancas de presión, desde la economía a la tregua diplomática, de futuro incierto. Pero esa senda le alejaría más de la sociedad taiwanesa. Por el contrario, en una mayor proximidad a ella radica la clave para rehacer su estrategia, basándola en una mayor comprensión de sus intereses. Esto puede llevarle muy lejos, incluyendo la puesta al día de principios y fórmulas que, avanzadas en su tiempo, podrían no adaptarse ya a los tiempos actuales. Esa flexibilidad también pondría las cosas más fáciles con el PDP. Cualquier enrocamiento, por una u otra parte, solo puede agravar las cosas.
Ma Ying-jeou soñaba culminar su segundo mandato con una reunión con Xi Jinping para sellar su entrada en la historia de la gran nación china, pero esa foto, a día de hoy, a nadie le interesa.