Hu Jintao se juega en las elecciones taiwanesas del próximo día 14 (presidenciales y legislativas) buena parte del crédito de su política hacia la isla. Es verdad que al poco de iniciar su mandato al frente del Partido Comunista de China (PCCh) en 2002, confirmó la aprobación de la Ley Antisecesión (2005), que viene a proclamar la disposición de China a recurrir a la fuerza para impedir la independencia de Taiwán. Pero justamente a partir de ese año y con la puesta en marcha del diálogo directo entre el PCCh y el Kuomintang (KMT) sobre la base de la aceptación del principio de “una sola China”, la política continental hacia Taiwán dio un giro de 180 grados, reduciendo paulatinamente el lenguaje belicoso de su antecesor, Jiang Zemin, quien lidió a la brava con la compleja presidencia taiwanesa de Chen Shui-bian, líder del soberanista PDP (Partido Democrático Progresista), hoy en la cárcel condenado por corrupción.
Tras la victoria de Ma Ying-jeou (KMT) en las elecciones de 2008, respaldado por una abrumadora mayoría parlamentaria, se concretaron importantes acuerdos, poniendo fin a décadas de tensión. Las comunicaciones directas (antes eran vía Hong Kong) fueron restablecidas a una velocidad de vértigo; la promoción del turismo acercó a ambas sociedades; el intercambio comercial se afianzó…. El Acuerdo Marco de Cooperación Económica (ECFA, siglas en inglés), firmado en junio de 2010, culminó esa primera etapa de acercamiento, aun pendiente de desarrollo en los aspectos más controvertidos.
El mayor hándicap de este nuevo tiempo en las relaciones bilaterales es la falta de consenso en Taiwán a propósito del tipo de relaciones a mantener con China continental. La oposición, liderada por el PDP de Tsai Ing-wen, acusa al KMT de sentar las bases de la destrucción política de la existencia de Taiwán como sujeto soberano de facto. La sociedad taiwanesa está dividida en dos bloques (azules y verdes, unos a favor y otros en contra de la unificación); norte y sur (unionista y secesionista, respectivamente); poder económico y sociedad civil (el primero cegado ante los beneficios derivados del entendimiento y la segunda temerosa de verse sacrificada en el altar de los intereses de los poderosos).
El KMT tiene posibilidades de ganar las legislativas, pero valdría de poco si pierde la elección presidencial. En los comicios celebrados a partir de 2008, el PDP ha dado muestras de una vitalidad sorprendente. Tsai Ing-wen atrae por su carisma, pero también por su mayor cercanía a la sociedad o la claridad de su mensaje no solo en materia de política continental sino en otros ámbitos como en su apoyo al parón nuclear. El voto femenino, antes proclive a Ma, está más dividido en esta ocasión. Y para muchos, una mujer presidenta sería un símbolo de la definitiva irrupción de la modernidad en la isla. A mayores, la división unionista en dos candidaturas puede restarle a Ma unos miles de sufragios decisivos.
Un fracaso de Ma y el KMT en estas elecciones supondría el parón y revisión de todo este proceso. El PDP rechaza el principio de “una sola China”, básico para Beijing. De ganar Tsai, las relaciones empeorarían, a pesar de que esta ha manifestado cierto pragmatismo para atraerse al electorado centrista. En China, el recurso al poder duro podría sumar apoyos. No olvidemos que en paralelo al acercamiento, China no ha cejado en su preparación ante posibles contingencias. En el plano político, está en condiciones de aislar más a Taiwán. En el ámbito de la defensa, la mejora de capacidades tanto de la Armada como en guerra electrónica, etc., tienen a Taiwán en el punto de mira.
La apuesta de Hu Jintao en relación a Taiwán ha marcado un punto de inflexión. El fomento de los contactos a todos los niveles tiene el propósito final de configurar una masa crítica en la isla que apoye la unificación. Pero hoy ni siquiera buena parte del KMT se inclina a favor de esta posibilidad. La defensa del statu quo es mayoritaria, optando por arbitrar fórmulas de convivencia amistosas en un proceso de aprendizaje y tolerancia mutua que puede durar bastantes años. La firma del acuerdo de paz, ya propuesto por Hu Jintao en 2008 y retomado por Ma en 2011, se enmarca en esa línea. Un armisticio no es equivalente a la unificación, pero podría incluir previsiones decisivas para avanzar por dicho camino.
Para culminarlo, Hu Jintao, quien vive sus últimos meses al frente del PCCh y probablemente no verá satisfecho su deseo de encontrarse con Ma Ying-jeou, debe confirmar su política con los resultados de estas elecciones, acallando a aquellos sectores internos, especialmente en medios castrenses, que abogan por prepararse para una guerra que consideran inevitable ante la ambigüedad calculada del KMT, la oposición abierta del PDP y la hipocresía de Washington, que dice aplaudir el acercamiento mientras vende armas a Taiwán. La opción de una guerra, no obstante, tanto si es breve y limitada como si no, pulverizaría cualquier mínima fe en el “desarrollo pacífico” de China, quien perdería toda credibilidad ante el mundo.