Taiwan inicia un nuevo tiempo político que en China continental se observa con preocupación. La contundente victoria del soberanismo, representado por el Minjindang o Partido Democrático Progresista (PDP), en las elecciones legislativas y presidenciales del pasado 16 de enero se complementa con una severa bancarrota del principal aliado del Partido Comunista (PCCh) en la isla, paradójicamente, el nacionalista Kuomintang (KMT), su viejo enemigo.
A lo largo de los últimos ocho años de gobierno del KMT, ambas formaciones propiciaron una singular aproximación entre los dos lados del Estrecho que resultó en la firma de numerosos acuerdos no solo de carácter económico, sino también social y cultural. Ese proceso culminó en noviembre del pasado año con la cumbre política entre Xi Jinping y Ma Ying-jeou en Singapur. Lejos de reflejar la bonanza de esas relaciones, el encuentro dejaba en el alero la posibilidad futura de su celebración a la vista de la pérdida de significación política del KMT en Taiwan.
Sabido es que para Beijing, la reunificación es un asunto mayor. No hay sueño chino sin Taiwan. Recuperar la vieja Formosa significa cerrar el círculo de la decadencia histórica que hizo posible el desgajamiento territorial que el Imperio del Centro inició con las guerras del Opio. Taiwan es, por tanto, uno de los “intereses centrales” que el PCCh no incluye como negociables. Pero los taiwaneses, sumando el periodo de ocupación japonesa (1895-1945) y el subsiguiente a la guerra civil (1949-) llevan, prácticamente, más de un siglo de existencia separada. Muchos se han desprendido de aquel imaginario de una China nacionalista interesada en reconquistar el continente y piensan en clave exclusivamente local recelando de una unificación que pueda significar un cambio en su status. Taiwan es una potencia económica, comercial y tecnológica, también militar, nada desdeñable, con un sistema político bien diferenciado del continente. China aprobó en 2005 una Ley Antisecesión que contempla el recurso a la fuerza para impedir la independencia.
Deng Xiaoping, el artífice de la política de reforma y apertura en el continente, ideó en su día la fórmula “un país, dos sistemas” para sugerir una solución que preservara la especificidad taiwanesa dentro de la República Popular China. Podría cambiarse incluso la denominación del país o Taiwan mantener su propio ejército, pero la soberanía sería única y residiría en Beijing. Los nacionalistas del KMT rechazan aun hoy día dicha fórmula pero ambos han encontrado un sucedáneo admisible, el llamado “Consenso de 1992”, que evoca el principio de “Una China, dos interpretaciones”. Lo importante para Beijing es la primera parte; la segunda cuestión (si se trata de la República de China o la República Popular) la resolverá el tiempo.
Hete aquí que los soberanistas, con el control de la presidencia y del Parlamento por primera vez en su historia y con un muy considerable peso en el poder municipal, solo reconocen la existencia de la reunión celebrada en Singapur en 1992 que derivó en dicho consenso reivindicado por el KMT y el PCCh, pero no que dicho consenso se haya producido o forme parte del statu quo.
Apretar sin ahogar
El PCCh lleva tiempo insistiendo ante los soberanistas del Minjindang a propósito del carácter principal del Consenso de 1992 como base política de las relaciones a través del Estrecho. Pero los soberanistas se resisten y no se esperan cambios a corto plazo. Sin la admisión del principio, como poco, el proceso de acercamiento sufrirá un frenazo en seco.
Probablemente, además, Beijing no se quedará de brazos cruzados. De hecho, según se ha sabido recientemente, hasta un 30 por ciento se ha reducido ya el número de turistas continentales que viajan a Taiwan. Por otra parte, el hostigamiento diplomático es más que previsible. Taipei mejoró en estos años su presencia internacional en función de la nueva normalidad asentada en el Estrecho pero si esta se altera el poco espacio diplomático con el que ahora cuenta (22 aliados) puede diluirse en pocos meses.
En cualquier caso, el PCCh, gestor de la segunda economía del mundo pero también con sus propios problemas, tendrá que ser cuidadoso pues podría darse el efecto contrario al esperado si aprieta demasiado o si pone contra la pared a sus propios aliados en la isla, obligados a elegir entre las políticas continentales o la dignidad taiwanesa. La experiencia del Movimiento Girasol en la primavera de 2014 constituye toda una lección de cuanto pueden dar de sí las prisas. Malas consejeras.
Las dificultades del PDP para mantener un proyecto autónomo para Taiwan son inequívocas pero a día de hoy cuenta con una importante base socio-electoral que se nutre de la desconfianza respecto a una reunificación liderada por el nacionalista KMT. No es un cheque en blanco, pero si una realidad que bien administrada puede representar un serio desafío para China y toda la región.