¿Nuevo impulso o fin de ciclo? No cabe duda que el encuentro mantenido por los líderes de China continental y Taiwan, Xi Jinping y Ma Ying-jeou, respectivamente, fue un hecho histórico. Tras más de seis décadas de desencuentros, la reunión de Singapur vino a completar el pronunciado giro de la dirigencia china que ya en el inicio de la política de reforma y apertura, en los primeros años ochenta, pasó página de los intentos de anexión por la fuerza para abrazar el diálogo con la isla como mecanismo preferente para resolver el llamado “problema de Formosa”. Desde entonces, en tanto en cuanto Taipei no promoviera la independencia, la vía pacífica marcaría el camino.
Pero siendo esto así, mucho menos claro es el futuro que aguarda a las relaciones a través del Estrecho tras esta importante cumbre. La idea-fuerza principal de este encuentro fue la consagración del “Consenso de 1992” como pilar clave del entendimiento y de las relaciones bilaterales. Este consenso se basa en la aceptación mutua del principio de “una sola China”, si bien con diferentes interpretaciones: para Beijing, esa única China es la República Popular China y para Taipei se trata de la República de China. Esa ambigüedad en las interpretaciones de cada parte es la que aporta validez a un principio que ha ganado terreno con el paso del tiempo frente al promovido por Deng Xiaoping, “un país, dos sistemas”, rechazado por Taipei. El problema es que esa base política común reflejada en el Consenso de 1992 es rechazada por la oposición taiwanesa evidenciando un disenso sustancial a la hora de tratar con el continente.
La cumbre, por otra parte, no llegó en el mejor momento. Frente a un Xi en su primer mandato y embarcado en un proceso interno de acumulación de poder, Ma, en rampa de salida de su segunda y última presidencia, llegó a Singapur tras presentar su dimisión al frente del KMT y con un balance político-electoral que coloca a su formación en las horas más bajas de su historia reciente. Las perspectivas para las elecciones presidenciales y legislativas del 16 de enero de 2016 no pueden ser peores.
Con la cumbre y el golpe de efecto que supone, Xi puede, quizá, insuflar cierto ánimo al KMT y su militancia, incluso alentar algún movimiento para que el PPP (Partido el Pueblo Primero, que lidera James Soong) se retire de la carrera a fin de aglutinar más el voto azul o nacionalista, pero llega probablemente muy tarde para impedir el triunfo verde o soberanista. Las expectativas de Tsai Ing-wen son las que son, bien conocidas y a más de veinte puntos de distancia de su inmediato seguidor. Y con el discurso pro-chino de Hung Hsiu-chu, la candidata inicial de KMT, esa tendencia se reforzó ampliamente. Tanto que el KMT debió quitarla de en medio con procedimientos poco habituales porque su discurso a favor de la unificación rápida estaba a punto de provocar un cataclismo interno. Eric Chu, el actual presidente de la formación, volvió las aguas a su cauce, es decir, a la defensa del statu quo, la base de un consenso que pudiera compartir con Tsai Ing-wen, pero no con un Xi Jinping que ansía apurar el ritmo de la unificación.
Y es que si la voluntad de Beijing es clara, en Taipei reina la división. De hecho, la oposición ha sido muy dura con este encuentro, calificado como útil solo para Ma pero perjudicial para la isla.
El gran problema para China continental es que el tiempo de arreglar el problema con acuerdos entre las cúpulas pasó. La sociedad taiwanesa reclama un protagonismo difícil de obviar y, para Beijing, difícil de aceptar. Las nuevas generaciones no se identifican con ese proyecto y le faltan puentes para interactuar directamente con ella. El apego democrático y los valores cívicos contrastan con las inercias de la identidad política continental. Lo sucedido recientemente en Hong Kong con la reforma electoral no ayuda.
Y la gran advertencia –que puede derivar en tragedia- es que la reunificación constituye un empeño histórico al que Beijing y el PCCh difícilmente pueden renunciar. Si el paso del tiempo favorece el auge de las tendencias soberanistas y el acercamiento económico no basta para lograr el efecto imán, la tentación de una solución rápida (según el último informe de defensa taiwanés, en 2020 el EPL estaría en condiciones de actuar) puede ganar fuerza.
La elección en enero de Tsai Ing-wen, de confirmarse, pondrá a prueba el ingenio y la sabiduría de ambas partes para seguir encauzando sus diferencias por la vía del diálogo pacífico. Según una encuesta llevada a cabo el día 9 de noviembre por el United Daily News, un 67 por ciento de los encuestados se muestra favorable a la celebración de un futuro encuentro Xi-Tsai, frente a un 8,6 por ciento que se opone.
Hay un nuevo Taiwan en marcha probablemente consciente de que si bien el entendimiento económico es inevitable y deseable, y el avance hacia la independencia improbable y peligroso, la apuesta por preservar su identidad irá a más, lo cual equivale a persistir en el distanciamiento político del continente. Según la encuesta citada, un 28,2 por ciento reconoce que el KMT está en mejores condiciones de preservar la estabilidad en el Estrecho, cinco puntos más que en el caso del PDP, pero aun así sacrificarían esa garantía de “buena vía” si el precio a pagar es la renuncia a una identidad diferenciada que, a su entender, el PCCh no garantiza suficientemente.