Tras la firma, el pasado junio, del Acuerdo Marco de Cooperación Económica (ECFA, siglas en inglés) entre China continental y Taiwán, las relaciones a través del Estrecho han entrado en nuevo tiempo, dando paso, progresivamente, a lo que algunos califican ya como una unificación de hecho. Aunque se necesitará uno o dos lustros más para ultimar los flecos pendientes, lo cierto es que dicho acuerdo, negociado entre dos viejos enemigos, el Kuomintang (KMT) y el Partido Comunista de China (PCCh), marca el contexto de una integración entre las dos economías de difícil retorno (entre el primero y el cuarto mayores tenedores de divisas del mundo). Pese a algunos matices, la oposición soberanista en la isla acepta ya como inevitable esa relación privilegiada. China representó en 2010 más del 40 por ciento del comercio exterior de Taiwán, superando a EEUU, la UE y los países de la ASEAN juntos.
¿Qué consecuencias tendrá esa integración económica en lo político? Solo Dios lo sabe, dicen muchos en Taipei, confiando en que el cielo se ponga de su lado. Hasta el opositor Partido Democrático Progresista (PDP) parece haberse rendido a la evidencia y lo que parece estar en disputa no es ya la independencia o siquiera la preservación del statu quo, sino quien puede estar en mejores condiciones para negociar un hipotético acuerdo con Beijing.
El mapa político taiwanés vive momentos de crucial incertidumbre. A poco más de un año de las decisivas elecciones legislativas y presidenciales (2012), el gobernante KMT trata de afianzar su base electoral con un manejo satisfactorio de la economía y un ejercicio de precisión calculada en la relación con el continente. Por su parte, el PDP, da muestras de una audaz recuperación tan sólo dos años después de experimentar una debacle en toda regla, tras la turbia gestión de su ex líder Chen Shui-bian, hoy en la cárcel por corrupción. Ambas fuerzas están muy igualadas.
El PDP de Tsai Ing-wen promueve una estrategia de moderación para granjearse las simpatías de un electorado centrista (entre el 20 y el 35 por ciento) que ansía una gestión responsable de la relación con China. La apertura de un diálogo oficioso entre el PDP y el PCCh equivale, de facto, al abandono de cualquier reclamación plebiscitaria, considerada por China como una provocación, y señala como objetivo alcanzar un marco de interacción pacífico y estable. Esta nueva política del PDP ha sugerido interpretaciones dispares. Para unos, se trata de subirse al caballo no para sumarse a la carrera sino para intentar detenerlo. Para otros, plantea un reconocimiento de lo inevitable de la negociación con el continente y sugiere un giro pragmático abogando por la coexistencia pacífica.
A raíz del proceso de democratización iniciado en los años ochenta, la ficción de representar a toda China, alimentada por el KMT tras la derrota de 1949, dejó paso a la taiwanización, que favoreció un progresivo abandono de la antigua identidad nacional china. Después de más de medio siglo de existencia independiente, el KMT, promueve ahora una aproximación activa al continente con el propósito de beneficiarse del tirón económico, fundamental para sortear la crisis y facilitar la participación en los procesos de integración regional, pero se encuentra con unas tendencias de fondo en la sociedad taiwanesa que reafirman la existencia de dos sociedades distintas. La construcción de amplios consensos pasa por resinizar, abierta o subrepticiamente, Taiwán, una misión harto compleja.
La mayoría de los taiwaneses apoyan el diálogo entre ambos lados (72 por ciento según una encuesta realizada por la Universidad Nacional de Chengchi y dada a conocer en enero de 2011). No obstante, también revela que un 87,3 por ciento aboga por el mantenimiento del statu quo. El poder económico y militar de China es grande, pero no está claro que vaya a traducirse en unificación. Amparándose en el hecho de que solo una minoría se muestra claramente partidaria de la unificación, lo más probable es que Washington acepte que las relaciones avancen hasta donde puedan, pero no más, evitando afectar sus intereses estratégicos en la región.
Es improbable que China, comprometida con su emergencia pacífica, opte por una reunificación forzosa. No obstante, dado que su poder económico e influencia política van en aumento a pasos agigantados, teniendo en cuenta que Japón sigue en horas bajas y que EEUU muestra claros signos de decadencia, en Taipei se instala la convicción de que habrá que negociar.
El camino de la negociación puede llevar dos o tres décadas, quizás más. Pero cualquiera que sea su final, la aproximación en curso tendrá consecuencias en el mapa estratégico del Este asiático y en el fortalecimiento de la influencia de China en la región. Tanto Japón como Corea del Sur no podrán evitar vínculos más estrechos con China, convirtiéndola de facto en el país líder de la zona. Por otra parte, también sentará las bases de una paz de mayor alcance ya que afianzando los intereses mutuos alejará un poco más la probabilidad de que estalle una guerra en el Estrecho que podría dar al traste con la prosperidad de toda Asia.