Ma Ying-jeou, del nacionalista Kuomintang, ha ejercido la presidencia de Taiwan durante ocho años. El doble mandato que ahora llega a su fin concluye con unos índices de aprobación muy bajos y esa antipatía se reflejó en la bancarrota de su partido en los últimos comicios. Por primera vez en la historia de la isla, una mujer y soberanista, Tsai Ing-wen, al frente del Minjindang, contará con una mayoría holgada en el Parlamento. El KMT, derrotado y dividido, atraviesa una de las mayores crisis de su historia reciente.
La gestión de la economía, nunca fácil en un contexto de crisis internacional como la que estamos viviendo, le ha pasado factura a Ma, pero también su política en relación a China continental. Es en este aspecto en el que aportó mayores novedades.
Desde que el KMT y el PCCh iniciaron en 2005 la “tercera cooperación” para frenar el soberanismo, las relaciones a través del Estrecho de Taiwan, uno de los principales talones de Aquiles de Asia-Pacífico, experimentaron una prolongada mejoría. Durante los ocho años de Ma, Taipei y Beijing firmaron numerosos acuerdos y normalizaron muchos vínculos. Probablemente, el mejor reflejo de esa situación fue el encuentro mantenido en Singapur en noviembre del pasado año con el presidente chino Xi Jinping.
Esa política de acercamiento con el continente tuvo manifestaciones positivas en varios ámbitos. En el orden estrictamente económico, al comercio y las inversiones del continente, muy importantes, se sumó el turismo, que ha destacado como un nuevo sector en auge en virtud de las llegadas a Taiwan de millones de viajeros del otro lado del Estrecho. Otro aspecto destacable fue la “tregua diplomática”, el acuerdo no escrito que permitía dejar a un lado la política de captación de aliados de la otra parte. Lo que Ma bautizó como “diplomacia flexible”, con la anuencia de Beijing, le permitió participar un poco más en algunas organizaciones internacionales, ampliar las exenciones de visado y mejorar las relaciones generales de Taiwan con otros países, incluyendo EEUU o Japón.
En lo cultural, Ma fungió como un firme defensor de la cultura china tradicional, recuperando celebraciones como las llevadas a cabo en honor del Emperador Amarillo, de Gengis Kan o Confucio, personajes que los soberanistas consideran “ajenos” a la historia taiwanesa, denunciando el olvido de esta.
La nueva atmósfera recreada por el KMT y el Partido Comunista de China parte de la base de que en el mundo solo existe una China y que la reunificación, con independencia del ritmo y la fórmula que la concrete, es un bien deseado por ambas partes. La exclusión del recurso a la violencia para resolver el problema y la apuesta por el diálogo cierran este círculo virtuoso.
Las encuestas de opinión –y las propias tendencias electorales de los dos últimos años- revelan, sin embargo, que una buena parte de la sociedad taiwanesa, aun sin rechazar el diálogo con el continente, pone peros a una reunificación que el KMT y el PCCh estarían tratando de consumar por la vía de hecho. Sobre la base de esa desconfianza, la oposición soberanista logró articular una victoria contundente. La idea de que los acuerdos firmados por ambas partes solo benefician a las elites económicas y burocráticas en detrimento de la inmensa mayoría de la sociedad, caló en una opinión pública que teme también perder su propio sistema de vida si la unificación se lleva a cabo deprisa y con demasiadas concesiones al continente. Los desarrollos recientes de la experiencia de Hong Kong no invitan al optimismo.
A modo de despedida, Ma se ha subido al carro de la protección de los derechos territoriales de Taiwan en escenarios en disputa como el Mar de China meridional. Su visita a las islas Taiping o Pengjia, su reprobación activa del arbitraje planteado por Filipinas ante la Corte Permanente de La Haya, la elevación del tono ante Japón por la controversia surgida en torno al atolón Okinotori, lo demuestran con elocuencia.
Puede que esta actitud le ayude a repuntar alguna décima en los barómetros demoscópicos, pero su legado manifiesta el doble hándicap de un partido, el KMT, en horas bajas y amenazado de ruptura y una China que solo echando mano de la airada advertencia puede lograr que no se derrumbe como un castillo de naipes todo lo construido en estos años.
Esa fragilidad se sustenta en una sociedad que no acompañó suficientemente esta política ni parece dispuesta, mayoritariamente, a defenderla. Puede que esto se deba a serias deficiencias de su estrategia de comunicación o simplemente al hecho de que las ideas de esa generación que llegó a Formosa tras perder la guerra civil china perviven en segmentos abocados a la extinción por lógica consecuencia natural.
Las nuevas generaciones de taiwaneses remiten a la democracia como fundamento de la gestión de las relaciones a través del Estrecho pero, a día de hoy, la observación de dicho principio es más una dificultad que una premisa para resolver el problema de la reunificación. Esa contradicción es parte también del legado de Ma.