El presidente taiwanés Ma Ying-jeou se dispone a celebrar el primer aniversario de un mandato que incluye en su agenda dos grandes temas: las respuestas a una crisis que ha afectado de lleno a la isla y las relaciones con el continente, asuntos que pese a disponer de una mayoría parlamentaria holgada, le sitúan frente a una gestión harto complicada y no exenta de controversia.
A finales de 2008, el PIB taiwanés había retrocedido un 8,36% en un año y la caída prevista para 2009 es del 2,97%, según las propias estimaciones del gobierno. En 2008, las exportaciones representaban el 74% del PNB de Taiwán. El primer trimestre de 2009, la caída fue del 36,6% en relación a 2008, mientras que las importaciones retrocedían un 47,2%. En marzo, la tasa de desempleo de Taiwán registró un récord histórico del 5,81%. El gabinete que preside Liu Chao-shiuan ha anunciado múltiples medidas para estimular la economía y el consumo pero con escaso éxito por el momento.
Desde el continente, la crisis representa una oportunidad para acentuar la integración de la isla en su tejido económico, al punto de hacerse indispensable para su supervivencia. La economía se presenta ahora como el mejor camino para la unificación. Recientemente, el primer ministro Wen Jiabao apelaba a la necesidad urgente de impulsar una zona económica en Fujian, enfrente de la isla, conectada con los deltas de los ríos de la Perla y Changjiang, dos principales centros económicos de la parte continental. En marzo de 2009, China representaba el 40% de las exportaciones de Taiwán, frente al 30% de comienzos de año. Esta galopante progresión seguirá creciendo en tanto no se recuperen los mercados de Japón, EEUU y Europa. La llegada de inversores institucionales del continente es esperada con impaciencia en la Bolsa de Taipei, mientras avanza el diálogo para formalizar un acuerdo marco de cooperación económica y financiera. La normalización de las comunicaciones y la rehabilitación del diálogo formal entre los dos lados del Estrecho junto a la casi unánime vocación empresarial confieren una considerable fluidez a los contactos bilaterales.
El Kuomintang (KMT) parece abrazar esta estrategia sin miedo alguno, actitud que contrasta con las advertencias de una oposición, liderada por el PDP (Partido Democrático Progresista), que alerta sobre las consecuencias a medio y largo plazo de una política que puede extremar la dependencia del continente. El asentimiento del KMT es anterior a la crisis y se inició en 2005 con el histórico acuerdo con el PCCh (Partido Comunista de China) para frenar el auge independentista. A cambio, no solo espera establecer diversas alianzas económicas que le resultan de interés vital, sino lograr una tregua en la pugna internacional que ya se vislumbra exitosamente con la también histórica participación de Taipei en la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud a celebrar del 18 al 27 de mayo próximo en Ginebra. Otro acuerdo pudiera llegar pronto para poner fin a las tensiones entre las respectivas diásporas.
Pero Ma también parece firme en el deslinde de los diversos ámbitos de la relación, graduando el acercamiento en función de los imperativos internos: si en la economía, las cosas marchan a muy buen ritmo, en la seguridad y defensa, el diálogo está en pañales y si avanza lo hará con mucha lentitud; en lo político, parece lejano. El manejo de las distintas velocidades obedece a una clara categorización de intereses y necesidades que debe gestionar con la mirada puesta en las protestas de la oposición (que ha sabido recuperarse rápidamente de la derrota y de la erosión permanente que supone el procesamiento de su ex líder, Chen Shui-bian) y la desconfianza de importantes sectores ciudadanos que temen aquellas repercusiones que pudieran afectar a sus libertades. Por ello, Ma debe demostrar dos cosas. Primero, que su política contribuye a mantener el nivel de bienestar de los taiwaneses. Segundo, que no expedirá ningún cheque en blanco a las autoridades del continente.
El equilibro se completa con el aseguramiento de un nivel suficiente de apoyo exterior, en especial de EEUU y Japón, ante los temores que pudiera suscitar la política de distensión con Beijing. De esta forma, el discurso que Ma ha gestionado en este año no se ha resentido en absoluto de la alianza estratégica con EEUU que ha seguido manteniendo en el centro de sus preocupaciones, así como con Japón, con quien partía en situación desventajosa al inicio de su mandato.
Así, el pragmatismo de Ma, que prioriza con entusiasmo las cuestiones económicas con el argumento añadido de la crisis financiera mundial, se complementa con la firmeza y la precaución redoblada a la hora de adoptar medidas de confianza en materia de seguridad o de abordar las cuestiones políticas, a sabiendas de que cada movimiento puede poner en peligro esa ambigüedad actual que debe intentar preservar a toda costa si aspira a cierta pervivencia de la identidad política taiwanesa.